Yo, culpable
Haré una confesión de agárrate y no te menees. A veces no puedo evitar alterar mi plano zen y sentir cierta envidia por los Escritores nóveles a los que sí les leen. Por el tipo que crea música con la transpiración de sus pies, sin sudar siquiera una rivera aunque eso suponga que le abucheen, parapetado en el sofá de su casa acariciándose el badajo como un marqués. Por la que narra a gritos sus trapos más sucios, esnifándose el talento de los demás en unas rayas igual de largas que peronés. Por los que pusieron de moda ensalzar a los protagonistas de los vídeos por internet: para calmar la sed el fino libro infestado de clichés, la canción como bocadillo o canapé, y el plato fuerte que sea una película exprés, mientras el resto arañamos migajas por todos los parqués. Eso me tortura, saturando mis letras de estrés.
Soy culpable de la impotente tirria más normal, producto de este revés. Soy culpable por quemarme en casa comiéndome los mocos no una vez, sino cien. Mi condena es arrastrar la sentencia de vagar en un intangible halo de porqués, como el Errante Holandés.
No me gusta ser así. Hoy me hago una promesa de esas que ni te la crees. Hoy me amputo ese traspié. Porque fui culpable ayer y hoy, pero no lo voy a ser después.
Gracias a Tierra Trivium por abrazar mis letras.