Voz de seda
Tu voz de seda puede ser una manta o una cruz; si la escucho al trasluz, es una voz que no me aparta con una coz. Una voz que multiplicada en un altavoz, para nada desprende energía feroz.
Es voz de risueña entonación, la que más escasea en este mundo tan bribón y, también, la más necesaria cuando te conviertes en tu propio ladrón.
Una voz que intensifica el tono café de tus ojitos por las orillas. Para que brote de nuestra sangre color vino la agitación menos atroz, tu voz es la semilla. Una voz que me invita a acariciarte el Corazón con mil besos a hurtadillas. Que me incita a arruinarte las pesadillas abrazándote las lágrimas que se te deslicen por las mejillas, para amar tu Alma mientras le hago el Amor a tus escozores, abrasando de paso todos tus temores –tranquila, yo llevo las cerillas–.
No soy capaz de borrar el brillo de tu mirar de mi órgano de pensar, y ojalá nunca suceda. Mucho menos si llueve; ahí, tu voz de seda debe oler tan sabrosa como quedarme a vivir en tu delicada arboleda. Si alguna vez te sientes perdida en una sombría vereda, por favor, no permitas que tu voz retroceda. Tienes dentro de mí un hogar con la puerta siempre abierta para que accedas.
A mí se me metió a traición tu sonrisa de ensoñación en mis pupilas de cartón. Y no sé si quiero sacarla, me hechiza su atracción. Aunque eso suponga la aniquilación de mi desnutrido Corazón, prefiero volver a arriesgarme y confesarte al oído que tu voz de aspecto dulzón se me clava muy dentro como un delicioso arpón, aunque solo sea para escucharte destrozar una canción.
© Sara Levesque 2020
Gracias a Tierra Trivium por abrazar mis letras.