Belén Rojas, autora de Grupo Tierra Editorial, cuyos cuentos ya forman parte de nuestra Tierra Narrativa gracias a su fantástico libro La ineludible irrupción de la memoria y otros relatos, nos regala este precioso cuento que queremos compartir con todos vosotros.
La permuta
En medio del patio de las gallinas, sentado sobre una destartalada silla y sostenido por la cocinera para evitar que se cayera de bruces; Aureliano, con la mirada perdida y la boca abierta recibía el agua de llantén con la que su madre, Guillermina, lo enjabonaba y enjuagaba mientras entonaba con su voz llanera:
Yo vide una garza mora dándole combate al río,
así es como se enamora tu corazón con el mío.
Así lo encontré el día que lo visité, cinco meses después del accidente.
—¿Verdad que está muy bien? Aureliano, ¿te acuerdas de Marita?, la mamá de Winston, que vino ayer a verte —dijo Guillermina apenas entré al patio.
Aureliano dibujó una mueca que pretendía ser sonrisa, emitió unos ásperos y guturales sonidos que me partieron el corazón. Me acerqué a darle el beso de saludo a Guillermina mientras ella acariciaba el pelo mojado de su hijo.
—Hola cariño, pronto te veremos caminar por ahí…—Las palabras se me atracaron y no logré terminar la frase. Solo pude esbozar una débil sonrisa mientras Guillermina me decía:
—¿Ves?, te reconoció.
Todos mis pensamientos viajaron velozmente al día en que Winston me llamó a las tres de la madrugada, cuando todavía medio dormida escuché su voz llorosa:
—Mamá, mamá, acaba de ocurrir un accidente terrible —Y no pudo continuar.
—¿Que pasó hijo?, por favor dime, no me dejes así —respondí con el corazón latiéndome aceleradamente.
—Aureliano y yo regresábamos de una fiesta en Bailadores. De pronto salió, no sé de dónde, un jeep sin luces delanteras que nos embistió fuertemente y ni siquiera se detuvo a ver qué pasaba. ¡Se dio a la fuga!, el muy irresponsable.
—Y… qué pasó ¿cómo estás tú? y ¿Aureliano?, ¿dónde están?
—En el Hospital Municipal, mami. Yo estoy bien, algunas magulladuras, pero mami… mami… —otra vez se le cortó la voz y se fue en llanto.
—No me digas mi amor… está muerto.
—No, mami, está muy mal, muy mal —repetía—. El médico dice que no hay nada que hacer. Tiene heridas internas y fractura de cráneo. Además, perdió una oreja que recogí y la entregué al médico. Está inconsciente. Así lo montamos en la parte trasera de la camioneta de un campesino que nos trajo al Hospital. —Tomó un respiro y continuó—. Ya Guillermina llegó. Gracias a ella lo ingresaron en terapia intensiva. Los médicos no querían aceptarlo, lo daban por muerto. Pero tú sabes cómo es ella, mamá. Insistió suplicó y lo ingresaron.
Me abrigué bien pues el frío de la cordillera lo sentía hasta en los huesos. Estaba temblando. Tomé mi coche y aunque había mucha neblina y todavía el sol no se había asomado sobre las montañas, conduje hasta el Hospital que estaba a pocas cuadras de mi casa. Allí me encontré con varios amigos de Winston y Aureliano. Hablaban en murmullos, las caras descompuestas.
En un rincón alejado estaba sentada Guillermina, pálida, con el pelo revuelto y la pijama asomada tras un sweter de lana. Sin embargo, irradiaba una serenidad que me desconcertó. Tenía una expresión tan resuelta, tan decidida que solo pude pensar: «¿Qué pasará por su cabeza?, ¿por qué no llora?».
Cuando me vio se levantó, pasó al lado de Winston y le dijo:
—Mijo, mejor váyase. Mire que debe está muy cansado y mañana tiene que regresar a la academia militar.
En eso un médico se acercó a Guillermina, que se detuvo frente al grupo de amigos de nuestros hijos.
—Estamos haciendo todo lo posible, pero… —Respiró—. No hay muchas esperanzas. El desenlace puede ser en cualquier momento.
Tras un inquietante silencio sus palabras nos estremecieron:
—¡Dios mío, toma mi vida y salva a mi hijo!
Todos escuchamos claramente su voz en tono de plegaria. No, rectifico, en tono de mandato.
En un instante se produjo un sutil cambio en el ambiente. Un resplandor que nos sobrecogió y nos produjo a la vez sensación de fusión. Guillermina éramos todos. Atentos, unidos, conmovidos…
Pasaron veinticuatro horas, luego cuarenta y ocho y Aureliano continuaba vivo. El milagro comenzó a tomar forma. Guillermina no se movió del Hospital. Cuando los médicos dictaminaron que ya estaba fuera de peligro, Guillermina y yo fuimos a una Iglesia cercana. Allí, arrodillada, volvió a decir en voz alta:
—Cuando mi hijo vuelva a ser el mismo yo le prometo a José Gregorio Hernández (1) que él y yo iremos en peregrinación a su santuario en Isnotú para agradecer lo que nos va a cumplir.
Por segunda vez la escuché dar órdenes a los habitantes del cielo. Tenía una seguridad plena. Ni un resquicio de duda. Para ella, que Aureliano volviera a ser el mismo de antes era un hecho cumplido. Yo pensé: «Es demasiado optimista». El daño ha sido grande y las lesiones cerebrales son impredecibles.
Aureliano salió del coma y al cabo de cuatro meses le dieron de alta y pudo volver a su casa en silla de ruedas; sin habla, sin memoria, sin movimientos, pero vivo y con sus dos orejas. Guillermina no se inmutó, ella ya sabía lo que tenía que hacer. Se consagró a su hijo. Fueron dos años de dedicación total, de una entrega más potente que todos los especialistas en rehabilitación que lo asistieron: fisioterapeutas, logopedas, psicólogos… Fueron dos años que duró su nuevo parto. Dos años de paciencia, tenacidad e infinito amor.
Aureliano, recuperó la memoria, aprendió a hablar, aprendió a caminar, a dominar sus movimientos, adquirió fortaleza y seguridad. ¡Todos asistimos a su renacimiento!
Al día siguiente de inscribirse en la Universidad, totalmente recuperado, Guillermina y Aureliano viajaron a Isnotú a cumplir su promesa a José Gregorio Hernández ¡El milagro se había cumplido!
Cuando estaban de regreso a Guillermina le comenzó el dolor que la mató cuatro semanas después. Una fatal hepatitis de etiología desconocida.
El día que vi a Aureliano cargando el féretro de su madre pensé: «¡La permuta también se cumplió!». ¿Obra de Dios? ¿Casualidad? Ese es el misterio de esta historia…
FIN
1. Médico venezolano en proceso de beatificación al que se recurre en casos imposibles para que obre un milagro.