Como persona, como escritora y como editora, estoy harta de leer consejos apocalípticos gratuitos de gentecilla que pretende salvarme de supuestas garras estafadoras, y me advierte, en tono sombrío y serio, de la falta de profesionalidad ajena sin tener, la mayoría de las veces, ni la más mínima idea de quiénes son o de cómo trabajan los demás.
Leía hace poco el artículo de una «iluminada» de esta categoría salvífica, que hablaba de nosotros. Si nos conociera y se hubiera molestado en preguntar, las tonterías que vertió no rebotarían ahora en su propia cabeza.
Los que van machacando lo ajeno suelen basar sus funestas advertencias en lo que oyen o leen, haciendo simples «corta y pega» de otras web, que actúan de modo similar a ellos, sin antes ir a la fuente a informarse de primera mano.
«Se dice, se comenta, se rumorea, nos han dicho que han oído que decían…».
Esta es una práctica habitual hoy en día: hablar sin conocimiento de causa, o «hablar por boca de ganso», como dice la sabiduría popular. El caso es hablar, aunque sea diciendo monumentales burradas sin fundamento alguno.
Estos son los nuevos eruditos a la violeta, herederos de aquellos que nos presentaba Cadalso en el XVIII. Por desgracia, hoy estos mediocres tejedores de bulos son mucho más peligrosos, porque usan las redes para denostar lo ajeno y sus mentiras pueden expandirse como mancha de aceite y calar en mentes cándidas y poco críticas.
Estoy harta de que gente anodina, asustadiza y triste menosprecie mi labor sin tener ni idea de quién soy o de cómo trabajo y de que me linche personal y profesionalmente sin conocerme de nada.
La cruda realidad es que, seguramente, ven peligrar su pequeño terruño de corrección, maquetación, edición o lo que sea que hagan para sobrevivir… y actuando como el perro que marca su territorio o enseña los dientes se defienden a la desesperada, criticando y desprestigiando a los demás, la mayoría de las veces de forma gratuita y sin haberse informado previamente. Y lo cierto es que, al hacer esto, no solo se desacreditan a sí mismos, sino que nos tratan a los demás como a imbéciles inmaduros a los que hay que instruir.
Señores gurús, hablaré por mí y si después de leer todo lo que comparto les queda alguna duda, por favor, escríbanme (nona.escofet@tierraeditorial.com) para comentar, de forma civilizada y con pruebas fehacientes, cualquier tema que no hayan alcanzado a comprender y para que, al menos, tenga la posibilidad de defenderme de la ponzoña sin fundamento que destilan.
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Finalmente, estaría bien que dejaran de considerarnos a los escritores, (a la gente en general) menores de edad mentales y confiaran un poco más en nuestra inteligencia. Por fortuna, sabemos leer y escribir y somos capaces de pedir más información, comprender las cláusulas de un contrato y tomar nuestras propias decisiones. No hace falta que ustedes piensen por nosotros, gracias.