Tras un problemilla técnico el pasado miércoles que impidió su publicación lo hacemos en este lunes.
Superamos el ecuador de julio de la mano de Rosa García-Gasco que nos trae un poema danzarín y optimista con el que disfrutar en estos días de estío, así que bailemos al son del Dios de la danza.
Dios de la danza
Estás en todas partes. La sonrisa patente de los perros felices ante lo inmediato, sin preocuparse por mañana. El aleteo de la abeja en los cristales, el polen ambarino, el barro de los charcos. Estás en las primeras gotas de la lluvia —si no es divina la humedad que huele no hay nada que lo sea—, en la arcilla maleable antes de someterse a mano humana. Estás en el sudor secreto de los amantes, y hasta en el pegamento de los sobres de las cartas que no serán escritas nunca. Estás en todas partes. Todo te contiene, también la risa rota de algún ateo incrédulo. Y, sin embargo, no estás en lo distante ni eres inmutable, habitas sólo el rezo de los pobres, no fórmulas vacías, pronunciadas sin corazón ni música. Eres el bailoteo torpe de los niños, el abono que hiede de la tierra, el dolor de los partos y las muertes, la podredumbre de los cementerios, la luz de las ventanas —no las catedrales, sólo la luz que las inunda—. Eres todo y todo te contiene, el vínculo que pasa inadvertido, los agujeros negros, las canciones, los virus, un mal sueño, la caricia rugosa de una madre, la prisa de la vida en los andenes la tos hasta quedarnos sin aliento, la carcajada, el llanto, andar descalzo, olvidarse de todo en medio de la danza.
Lo más terreno, lo sublime, todo.
Por Rosa García-Gasco