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Reseña Reina roja de Juan Gómez-Jurado
Esta semana por diferentes razones no os acampañará ni La Buhardilla de Tierra Trivium ni El Relato Caleidoscópico, pero os voy a dejar en manos de nuestra autora Laura Orens, que ha sacado un momento para hacer una reseña a uno de los libros del momento, Reina Roja de Juan Gómez-Jurado; que fue una de sus adquisiciones el pasado Sant Jordi en Barcelona donde ambos autores estuvieron firmando ejemplares de sus novelas. Sin más preambulos le cedo la pluma a Laura Orens:
REINA ROJA. De Juan Gómez-Jurado.
«Antonia sólo se permite pensar en el suicido tres minutos al día».
Con estas palabras arranca la última —hasta el momento— novela de Juan Gómez-Jurado. En ese rincón que anuda la vida y la muerte, de sus distintos significados que van mutando a lo largo de la trama hasta enfrentarse a nuevos caminos y significantes.
Antonia Scott es una mujer especial que se define por lo que piensa, por lo que hace y por lo que tiene, pero también, por lo que le falta. Por todos sus silencios. Y son éstos los que alimentan la trama y la tensión. Como contrapunto, su compañero Jon Gutiérrez —que no está gordo— pero sí lleno de información que no reprime, que no silencia.
Entre ambos se anudan y desanudan muchos mundos, los de cada uno, los que tienen que resolver y los que se enganchan en una investigación en la que Jon pasa hambre. Somos más de uno, y de dos, quienes hemos acabado el día con antojo de kokotxas de la amatxo, seguro.
Antonia no es una investigadora al uso con buen olfato para el crimen, no tiene, sino más bien una ágil máquina registradora que trata de no sentir demasiado no sea que se desborde, pero como en la vida, el clímax va creciendo con la intensidad de su investigación, de la posible amistad que se va construyendo con su compañero y con las desconfianzas que los rodean.
Y partiendo de un lugar real y nada amable como es la muerte, van aconteciendo los rostros del mal que se silencian y se enmascaran, es lo que tiene el poder, desdibujando el panorama en un caleidoscopio para acabar por reconstruirlo.
Al otro lado, las víctimas de la trama, sus fantasmas, y la sucia oscuridad que araña la vida de portada y la manicura perfecta que se intuye de Carla en un rincón sin tiempo ni más esperanza que la que ella misma cree, resonando los ecos de vidas más o menos prescindibles y en función de qué valor se vive cada una. Al otro lado del gran dilema, su padre Ramón Ortiz, multimillonario empresario textil, quien, sufre y lo hace profundamente en un lugar improbable y lejano para el común de los mortales. Son un menú de digestión lenta que genera contradicciones y estimula las ideas, los pensamientos políticamente correctos o todo lo contrario y sus posibles consecuencias.
A Antonia y Jon los acompañan en el trayecto de alguna forma: Mentor, quien resuelve con la eficacia necesaria para que las ideas y ejecuciones de Antonia no se queden en simples cabos sueltos y la abuela Scott, que respira humanidad y que, desde la campiña inglesa se conecta virtualmente a la realidad de Antonia a través de la confianza de hablar sin tapujos y cariño, con la dureza de saber lastimado a quien se quiere y se hiere regodeándose en el fango, haciendo de sus miserias, alimento.
Para quienes tengan la curiosidad despierta, además de la trama que va creciendo en personajes y complejidad, podrán encontrar interesantes ideas que propone el autor, como la colección de palabras de Antonia, de las cuales Ajunsuaqq del inuit «morder el pez y encontrar dentro sólo cenizas» se ha convertido en un lugar muy potente para quien esto escribe.
También hay mucho cine detrás de esta novela. En el ritmo y en la ambientación. Se intuye a Kubrick en la puesta en escena de la brutal pulcritud del primer crimen, que inesperadamente recuerda a La naranja mecánica. Sin embargo, ese lugar aséptico contrasta con la ferocidad y el bestialismo de la caza que arranca con el segundo crimen. De la desesperación del cazador cazado y de la supervivencia de una mujer que intuye la muerte pero no se resigna a ella. Y así, nuevos paisajes que son metáfora y distopía como las tripas de la tierra, las alcantarillas que siempre tendrán sabor en blanco y negro como en el de la Viena de final de los años cuarenta, donde la decadencia física y moral se encontraba entre ratas y un hedor insoportable. Allí donde El tercer hombre, trató no sólo de salvar su bolsillo, sino su propia existencia como en la trama de Reina roja, se descomponen esos lugares que no suelen asomar a la luz del día, que resultan incómodos y malolientes incluso para quien no tiene olfato, incluso para quien retrasa el clímax como una buena comida o las confesiones que se dan con el sabor y el saber de una despedida.
Por Laura Orens