Relatos al calor de la hoguera: Viaje (I)

por | martes, 23 febrero, 2021 | Noticias, OCULTO, Relatos al calor de la hoguera

Una chica tumbada en una cama

En este último martes de febrero nuestro querido Jaguar negro nos trae el principio de una historia muy interesante, así que os animo a disfrutarla para desconectar de todo lo que nos rodea.

VIAJE

Mi entrenamiento ha sido arduo. Necesito visitar a mi madre, presa en una peligrosa cárcel colombiana, y pasar desapercibida. No tengo muchas opciones. Delinquir nunca ha sido mi fuerte. Y otro modo de entrar en aquella prisión no existe. Tampoco conozco funcionarios capaces de dejarme entrar a cambio de un buen fajo de billetes. En realidad, vivo en la Sierra de Madrid, y mi madre está allí por una trampa de unos narcos. Sometida a una vida brutalmente miserable. En la inmundicia más absoluta, a merced de la voluntad de las matonas, las delincuentes más peligrosas, que la consideran una perla fina.

En este momento, siento que las fuerzas electromagnéticas astrales son las adecuadas. Me tumbo. Imagino el avión, la selva colombiana vista desde el aire, la ciudad de Bogotá, y la cárcel según todas las fotos que he podido ver; algunas me las ha enviado mi madre desde dentro. Allí, todo es posible. Incluso seguir dirigiendo el narcotráfico desde una celda.

Tumbada, comienzo la regresión. Fijo mi mente en la cárcel de mamá.

10, 9, 8, (…) 2, 1… Abro los ojos y estoy en el patio de prisión frente a ella:

—Sí, mami, soy yo ¿ Cómo estás? —Es evidente que no me reconoce, en el cuerpo de esta otra presa, a la que acaban de dar una sobredosis.

—Ptschiss. Soy Chus, tu hija. No me preguntes, pero soy yo. Sé que tienes una marca de nacimiento estrellada, como yo, en la cara interna de tu muslo. —Parpadea, me toca, me huele. No se lo traga.

—No sé lo que dices, pero vamos, que no te creo una palabra.

—¿Habías hablado conmigo antes? Pregúntame lo que quieras y te contesto. —Aturdida, me mira con sus pupilas dilatadas. Pierde un segundo la vista en el vacío.

—¿En qué hospital naciste?

—En San Juan de Dios, Madrid.

—Mira, sea lo que sea, ¿qué haces aquí, qué quieres? —no se cree nada, pero me sigue la corriente.

—Voy a sacarte de aquí mamá. Mira, ahora en este cuerpo tengo nuevos contactos. Y voy a sobornar a un vigilante. Mañana nos escaparemos. Tú, haz tu vida como siempre. Toma, esconde este móvil. Tienes grabado mi número con la letra C. Pero no lo uses. Yo tampoco te llamaré, es solo para una emergencia. Te veo mañana aquí a esta hora. Cuídate mientras.

Ha llegado el momento acordado. Tras el patio, a la hora del comedor, nos vamos a ir por los túneles de los camiones de suministros. Saldremos con la lavandería, entre las cestas de sábanas sucias. Ya he comprado al funcionario de vigilancia y al del furgón. Todos mis ahorros de tres años se han ido por la cloaca. Pero sin mí, mi madre no saldría viva de este abrevadero.

Añoro mi cuerpo, allí, en mi apartamento, solito. No sabe una lo que extraña su propio ser, hasta que no lo cambia. Esta tía es una tirillas, no tiene fuerzas para nada. Se nota la mala vida que debe haber llevado y toda la mierda que se ha metido. Y le faltan varios dientes. ¡Puaj, se ve feísima! Por lo demás, pobrecita. Habría tenido un arreglo, pero así, una piltrafa humana. Me cuesta muchísimo mover este mísero cuerpo. ¡¡Qué ganas de volverme a mío, atlético y saludable!!

Estamos de vuelta en Madrid. Esto de los viajes astrales es una pasada. Pero es de lo más agotador. Toda la energía de mi mente se consume en no abandonar este cuerpo, extraño, y permanecer pegada a él. Vamos a casa de mi madre primero. Esta noche, por última, me quedaré con ella y aguantaré a Shane, como dicen que se llamaba la difunta.

Bueno, por fin el gran día. ¡Mi objetivo se ha cumplido y he liberado a mi madre, como por milagro, de aquella prisión hedionda! La dejo descansando, luego volveré, ya en mi cuerpo. Cojo un taxi; aprecio que me observa de arriba abajo antes de cogerme. A pesar de toda la ropa de pija que me he puesto, mi aspecto no mejora. Tengo una terrible pinta de yonqui.

Subo mis escaleras, como hago siempre, y en el primer piso me tengo que parar: me quedo sin resuello. ¡Menos mal que se acabó todo! Abro la puerta, y me entra un cosquilleo, como aquel que sientes cuando te vas a encontrar con tu enamorado. Y un palpitar de corazón, que se me sale del pecho. Dejo el bolso en la silla de la entrada, paso por el salón y me detengo en la cocina; bebo un enorme vaso de agua de Madrid, que me sabe mejor que nunca. Estoy ya al límite de mis fuerzas, no puedo más. Tuerzo el pasillo hacia mi dormitorio, donde dejé tendido mi cuerpo sin alma hace una semana. Enciendo la luz —las persianas están bajadas, todo en calma. Horrorizada, doy un espantoso grito.

¡Mi cuerpo no está!


Por Jaguar Negro

Visita nuestras redes sociales y comparte JIMENA TIERRA

Pasión por la cultura