Esta semana Jaguar Negro nos trae una de esas historias que afloran cuando ya ha pasado la nevada y los animales se empiezan a acostumbrar a la presencia de la nieve en nuestras calles. Y sin más preámbulos os dejo con Palomas en la nieve de Jaguar Negro.
PALOMAS EN LA NIEVE
En una terraza, al sol de levante, con Aurora. Comemos tranquilas con el resplandor de la nieve, una semana después de Filomena, sin pesar. Una paloma, tímida, hambrienta, se posa en uno de los cúmulos de nieves recogidos de la acera y amontonados, aún blancos, entre los coches, muchos aún medio cubiertos. Por mi calle aún se puede ir con esquís. El ayuntamiento no se molesta con mi calle. ¿Para qué? Tan solo desemboca en la Plaza de Toros de Las Ventas, y los miles de turistas no vienen aquí. Tan solo algunos grupos de turistas madrileños, con guías locales, pasan a ver los chalecitos modernistas, ahora protegidos por urbanismo. Y solo hay una dirección para el tráfico, Y máximo, dos alturas. Y somos cuatro gatos y dos perros, en mi calle. Por eso, no pasa nada si seguimos esquiando o sacando los trineos en mi calle. Ganamos en punto, por pintoresca.
La palomita nos mira. Sabe que está en buen lugar: entre mi amiga y yo juntamos cuatro perros y cuatro gatos, repartidos en dos hogares. Somos de animales. Las patatas fritas del aperitivo y el pan que espera al plato principal pasan de la mesa al suelo, desmigados y resquebrajados. La paloma tiene compañía ahora: no hay ninguna de ellas vieja, ni herida. Esas, han sucumbido al temporal. Gorriones, sí. Los hay de todos tipos. ¿Dónde se habrán refugiado y qué habrán comido mientras Filomena se divertía por Madrid?
Mi barrio sigue blanco. Las risas salen de mi panza como un vendaval. Soy una niña. El color y el aire más limpio me vuelven pequeña, y avivan mis sentidos, y con mi amiga de años incontables, hago los chistes más absurdos, que borbotean sin límites de mi imaginación. Si tuviera un papel, serían garabatos de colores fumigados de perfumes, de esencias de frutas y de hierbas de aquellas que anuncian que vienen de la Provenza… Pero las mías son de las Alpujarras, más cerca de mi infancia, y son de romero, de aquel de las gitanas de mi Sacromonte genial, y tomillo, del que mi padre recogía los domingos de campo y tortilla de mi madre. Y jara, de la que adornaba la carretera comarcal en primavera. Y con todas ellas, dibujo los chistes que salpican ahora mi estómago al ver la nieve esparcida con tanta generosidad en esta ciudad, comida normalmente por los coches, y engullida ahora por el temporal, del que no puede librarse ni con mil palas.
Por Jaguar Negro