Relatos al calor de la hoguera: Hija de zares

por | lunes, 21 septiembre, 2020 | Noticias, OCULTO, Relatos al calor de la hoguera

Grand Duchess Anastasia Nikolaevna of Russia Date before 1918 Source George Grantham Bain Collection, Library of Congress, Reproduction number LC-DIG-ggbain-38336 US-LibraryOfCongress-BookLogo.svg This image is available from the United States Library of Congress's Prints and Photographs division under the digital ID ggbain.38336. This tag does not indicate the copyright status of the attached work. A normal copyright tag is still required. See Commons:Licensing for more information. ??????? | ?????????? (???????????)? | ?eština | Deutsch | English | español | ????? | suomi | français | ????? | magyar | italiano | ??? | lietuvi? | ?????????? | ?????? | Nederlands | polski | português | português do Brasil | ??????? | sicilianu | sloven?ina | slovenš?ina | Türkçe | ?????????? | ?? | ??????? | ??????? | +/? Author Boissonnas et Eggler, St. Petersburg, Nevsky 24. – Bain News Service, publisher.

Esta semana Jaguar Negro nos trae una historia de hace un siglo, pero que todos conocemos, ¿o no? para averiguarlo tendréis que leer Hija de zares y no voy a deciros nada más para no romper la magia del relato.

Hija de zares

¡¡Anastasia, Anastasia.pequeña!!, fueron las últimas palabras que escuché de boca de mi querida madre aquel triste día en que toda mi familia tuvo que huir de Palacio con el fatídico destino de ser ajusticiados por los insurgentes. Un final cruel para una dinastía que tampoco había sido benigna con sus súbditos. Pero la menor de las piezas del puzle faltaba, quedaba aquel fleco que dejaba la Historia. ¿ Cómo se podía dejar un cabo suelto, una pequeña heredera que pudiera reclamar un día el trono de la Gran patria Rusia? Soldados buscaron y buscaron sin descanso hasta que hubo que darme por desaparecida, sin encontrar siquiera mi cuerpo. Mi leyenda comenzó.

¿Quien puede conocer mejor los pasajes y rincones secretos de un palacio gigante que quien ha nacido en él? Así, yo sabía de corredores y habitáculos ocultos en los que una niña diminuta podía esconderse bien. La Capilla de Palacio tenía uno de ellos junto a la Sacristía, donde se guardaban botellas de vino añejo de bendecir. Cuando los rebeldes irrumpieron en palacio y se llevaron a mi familia, yo, como zorrillo astuto, corrí a esconderme en el cuartillo del vino de la sacristía, que nadie conocía y cuya puerta camuflada era secreta. En vano me buscaron varios días hasta que cejaron en su empeño. Entonces yo comencé una vida de musaraña huidiza y solitaria. Mi única compañía, casi toda mi vida, fue una familia de gatos que también se quedó en palacio.

Vivía leyendo la biblioteca enorme que poseían los zares. Y no me asomaba a ventanas ni pisaba la calle. Así viví veinticinco años. Después consideré que aunque saliera al mundo nadie me reconocería ya. Mi único problema era el vestuario. Solo tenía los trajes de lujo de los armarios de las damas de palacio. Cogí las enaguas de un vestido y con ellas salí y me compré un atuendo. Luego, la ausencia de carne o pescado en mi dieta tantos años hizo que me dirigiera al mercado con ansiedad y hambre. Compré embutido y salmón ahumado que devoré en un banco de la calle. Aquellos años había sobrevivido con pan hecho por mí con el grano que quedó almacenado en la alacena, y con frutas que daban los frutales del jardín.

La vida de la ciudad veinticinco años después de mi encierro me parecía de locos. Demasiado ruido y movimiento. Me aturdía. Echaba de menos los paseos y los vestidos lujosos de antes. Todo era gris ahora. Había cogido unas monedas de oro en el Palacio, de debajo del ladrillo secreto de mi padre, y fui a cambiarlas por dinero. El anticuario se admiró de la mercancía y me pagó muy bien. Con el dinero alquilé una habitación. Durante un tiempo lo intenté. Pero esa vida no era para mí. Decidí que prefería ser la musaraña en mi palacio que la mujer gris y anónima del bajo interior. Los gatos me recibieron con cariño y me puse un vestido azul añil que mi madre usaba en las recepciones. Hicimos una fiesta privada. Ya nunca más quise salir de palacio. Y la leyenda se extendió de que los cuidadores del monumento oían ruidos extraños y que los visitantes olían a pan recién horneado cada dos días.

Cuando sentí llegar la muerte y olí su detestable hedor dentro de mis aposentos, me dirigí al mausoleo familiar y corrí la lápida en cuyo movimiento había empezado a trabajar diez años atrás con constancia y más maña que fuerza. Coloqué unas piezas de satén blanco en su interior, lo regué bien con agua de rosas blancas, me puse el vestido de novia de mi madre y me acomodé. Abrí el anillo de zafiro negro de las zarinas Romanov y tomé su contenido. Mientras cantaba el himno nacional de Rusia Imperial me dormí sintiéndome muy feliz por haber sido fiel a mi familia y a mi destino hasta el final. En ese instante en que sentí mi cuerpo frío volví a oír, más alto y más cercano:

– Anastasia, Anastasia, hija vamos, tenemos que abandonar el palacio -mientras tendía su mano hacia mí.

Esta vez sí, corrí hacia ella, cogí su mano, tiró de mí y todos nos perdimos en la luminosidad de la niebla.

https://youtube.com/watch?v=eU_Ba_Gx4Jc

Por Jaguar Negro

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