Relatos al calor de la hoguera: Cicatrices Enamoradas

por | lunes, 12 octubre, 2020 | Noticias, OCULTO, Relatos al calor de la hoguera

Description English: Hoguera fiestas quintos de Albalá Date 24 December 2016, 19:59:44 Source Own work Author Francesiuss

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Esta semana Jaguar Negro nos trae un nuevo relato, esta vez de amor con un giro inesperado. Espero que os guste, a mi me ha hecho pensar en muchos momentos que pensaba que eran para siempre y que podían esperar un día más.

Cicatrices Enamoradas

—Prometo renacer entre las ascuas… —fue lo último que le aseguré en sus brazos cuando se me nubló la vista y me desmayé entre las llamas.

LA FIESTA

Acabamos de llegar al pueblo y la playa del Carmen en el atardecer de este día de verano recién estrenado nos parece aún más bonita que de costumbre. Mamá me ha dejado las llaves del apartamento y he venido con Jose, María Jesús y Fermín, quien ha conducido puesto que es el más sensato.

Ni siquiera hemos subido al piso. Preferimos pisar la arena y bañarnos al anochecer.

—¡El agua está bueníiisima! —grito yo a los cuatro vientos, aunque mis amigos me rodean.

—¡Es genial! —está de acuerdo Fermín, que me chapotea a conciencia riéndose con fuerza. María Jesús y Jose, haciendo honor a su romance incipiente, nadan más lejos para abrazarse libremente sin pudor. Siento desde aquí su felicidad contagiosa y me lleno yo también de alegría. ¡El amor es lo mejor del mundo!

Al cabo de una hora recogemos y vamos por las maletas para acomodarnos en la casa. Esta noche son las Hogueras de San Juan, mi fiesta preferida. Además hoy es mi cumpleaños: veintidós. Acabo de terminar la carrera de Derecho y en Otoño pienso comenzar a estudiar oposiciones. ¡Va a ser el verano de mi vida! Yo también estoy enamorada, aunque no sé aún si Fermín me corresponde o no. Él estudia telecomunicaciones y le queda un año; sé que es difícil y no quiere mayores distracciones… Tal vez por ello no me haya dicho nada de sus sentimientos, pero a veces noto que me mira de modo especial y veo un brillo diferente en su mirada cuando se cruza con la mía. Pero, ¿cómo estar segura de que no son invenciones de mis deseos? Por eso yo dejo que corra el tiempo, que todo lo resuelve, sabiendo que tengo toda la vida por delante. Es la primera vez que siento algo tan profundo por alguien y no quiero quitarle emoción.

Nos unimos a una hoguera donde están quemando los libros del curso que acaba de terminar. Algunos lo hacen con alegría, otros con histerismo y la mayoría con una juerga enorme regada por el abundante alcohol consumido, que se respira en el ambiente. También huele a hierba, pero no del prado. Nosotros solemos beber cerveza y rara vez una copa o dos. La alegría la llevamos de fábrica… Jajaja. Y los libros solemos guardarlos o venderlos, son demasiado caros para quemarlos sin más.

Me quedo absorta mirando la danza del fuego y su continuo fluir y diluirse en el cielo. Las llamas siempre logran hipnotizarme y sacarme de la realidad. Mi pensamiento vaga en ondas indefinibles, en lugares tal vez inconscientes. Ahora sería capaz de confesar cualquier cosa. Descalza sobre la arena aún cálida, mis pies comienzan a moverse al ritmo de una melodía próxima, de bachata. Fermín me coge suavemente por la cintura y me susurra:

—¿Bailas?

Doy un respingo gordo y un pequeño chillido, como siempre que me sobresalto.

—¡Claro baby! —respondo al fin.

Fermín es un perfeccionista, de modo que ha aprendido a bailar. Me agarra por la cintura y comienza a llevarme al son de la música de una forma tal que no tengo que pensar lo que hago, tan sólo dejarme ir con él. Es algo que me gusta muchísimo. Disfruto como una niña y a veces siento que mis pies se levantan del suelo. Él lo sabe muy bien, y aprovecha para lanzarme miradas destellantes que, si no son de amor, no sé de qué puedan ser. María Jesús y Jose hace rato que bailan sin ton ni son alrededor de la hoguera, ella desmelenada y él siguiéndola. Ellos son más alocados, se dejan llevar por el momento. A veces quisiera poder ser así.

Terminamos tumbados en la playa, con las últimas hogueras ya en cenizas, junto con el resto de la gente que se queda a ver amanecer. Yo estoy medio dormida y me apoyo en Fermín. Al final, cuando el sol alumbra ya bastante, arrastrando los pies nos vamos a casa a dormir.

Pasamos otros dos días ya más tranquilos a base de bañarnos y comer a la orilla del mar. El fin de semana finaliza y nos volvemos. Hemos hecho una votación para ver si cogeremos la autovía o tomaremos las carreteras comarcales y la de la Sierra, atravesando pueblos pintorescos y dándonos la oportunidad de quedarnos a hacer otra noche en uno de ellos, si nos apetece. Estamos de vacaciones, podemos hacerlo. El plan de ir por comarcales gana, y nos atenemos a él.

LA VUELTA

Son las cinco de la tarde cuando salimos. El viaje puede llevarnos seis horas, de modo que casi estamos decididos a conocer otro pueblo de la Sierra haciendo noche en él. ¡Qué divertido! La idea me entusiasma. María Jesús pide que pongamos música suave, está muy cansada. Así que enfilamos la carretera con baladas. Yo vuelvo a dormirme, oyendo tras de mi un charloteo alegre. Fermín, como siempre, tan atento a la carretera… Me hace sentir segura. Estoy muy enamorada de él. Ojalá se me declare pronto, o me dé alguna pista y lo hago yo.

Entramos en zona de curvas, me despierto. La tarde comienza a caer, son las ocho y media. Le digo a María Jesús que hay que cambiar la música, que si no me vuelvo a dormir. Ponemos música electrónica. La carretera va de subida y el sol de bajada. Menos mal que conduce el chico en quien más confío, hay terraplenes mal señalizados, no es buena carretera.

Sé que por fin me dormí. Lo siguiente que recuerdo es una canción de los Rolling Stones y un vacío enorme en el estómago por la sensación de caída en picado junto con gritos de mis amigos, que a mí, por lo súbito de la situación al despertar, no me salieron de la garganta. No sabía si estaba teniendo una pesadilla o era algo real, pero el sentido de la gravedad en mi cuerpo, con el asiento y el techo del coche sobre mi abdomen, junto con el agudo dolor, me hicieron darme cuenta de que vivía un accidente grave. Vi muy de cerca a Fermín, con la cara ensangrentada, diciéndome algo que no oía; en ese instante la angustia se apoderó de mí y solo deseaba decirle que le amaba y que me llevara a casa. Pero también dejé de ver, cegada por las llamas, y en seguida volví a dormirme. No fue como antes, un sueño placentero, sino un pegajoso duermevela entre la vigilia y el sueño que me hacía sentir una marioneta inerte. Justo antes de dormirme sentí la muerte venir por mí y recordé que no sabía si el chico que amaba me correspondía o no. Y que no tenía toda la vida por delante para descubrirlo, como había creído durante demasiado tiempo. En aquel instante profundo y amargo la vida se me antojó una broma cínica.

DESPERTAR

Me pareció una eternidad cuando volví a oír algo. Inicialmente eran sonidos nebulosos e indescifrables, como aquellos que se oyen desde la costa provenientes de una barquita lejana. ¿Dónde habré estado y dónde he venido a parar? Quise mover mis manos, pero no pude. «¡Horror!», pensé con nitidez. «Pensarán que no estoy aquí, que estoy en coma profundo. ¡No, por Dios!» Me sentía completamente aterrada y absolutamente sola. Y lo estaba. Nadie podría saber que me enteraría de todo lo que dijeran a mi alrededor. «No quiero oír médicos dando diagnósticos por aquí», fue mi primera preocupación. Gracias a Dios y a mi mal estado, volví a caer en un limbo sin conciencia por no sé cuánto tiempo más. Cuando recuperé el sentido del oído, que era lo único que me asistía, aparte de los latidos de mi corazón y mi respiración, oí a mi madre. Esto me alegró sobremanera. Mi corazón latió más deprisa, lo sentí en mi caja torácica. Ella tenía una de mis manos en la suya y la acariciaba con amor. Ese tacto me trajo el recuerdo de otro amor, el de Fermín. ¿Estaría bien? Tuve que quedarme muchos días con ganas de saberlo.

Pasé una temporada sin cambios importantes. Una tarde oí una voz que me produjo una sensación diferente: me sentí inquieta y alegre a la vez, aunque no la reconocí de inmediato. Por aquel entonces, tras varias pruebas, los doctores ya se habían percatado de que yo podía oír. Un gran alivio. Y también había recuperado la vista y movía mis ojos. Con ellos decía sí o no, según parpadeara una o dos veces, de acuerdo con el código establecido por el doctor. Miré la puerta de mi habitación y vi aparecer a Fermín, con una pierna escayolada, puntos en la sien y unos, muchos, kilos menos. Tenía cicatrices de quemaduras en la frente y en las manos. Pensé que yo también las tendría. Me miró y sus ojos, un poco hundidos ahora, se iluminaron. Creo que los míos también, si correspondieron a mi emoción. Mi madre salió del cuarto. Él se sentó y también me cogió la mano. Se ve que le habían informado del código lingüístico que imperaba conmigo. De modo que me dijo:

—¡Te he echado tanto de menos, pequeñaja!

Yo pestañeé una vez, aunque no me había preguntado nada, porque se me saltaba una lágrima y no quería que se notara.

—¿Y tú, me has recordado? —añadió.

Yo pestañeé otra vez, muy fuerte, como para recalcar mi respuesta. Fermín puso su cara de solemnidad, que yo ya conocía, y haciendo una pausa como para tomar aire exclamó súbitamente:

—¡Dime que me quieres! ¡Pensé que me moría sin oírtelo decir, amor mío!

Al oír esto se me cortó la respiración, lo cual en mi estado era poco recomendable. Me quedé absorta con la música de sus palabras, y el regusto a tarta de nata que ellas me produjeron en el paladar. Al no ver mi pestañeo él se preocupó. Y añadió:

—¿Estás bien Silvia? ¿Quieres beber o abro las ventanas?

Estaba nervioso. Me di cuenta de que no había respondido a su pregunta. Y pestañeé una vez manteniendo mis ojos cerrados unos segundos, para darle, en la medida que me era posible, mayor realce a la situación. Nunca hubiera imaginado que llegado el momento no iba a poder expresar todos mis sentimientos como yo quisiera. La vida nos gasta malas jugadas, pensé. Pero entonces él se acercó a mí, delicadamente, y puso sus labios sobre los míos a modo de sello de lo hablado y no pude desear otro final para la ocasión.


Por Jaguar Negro

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