Entrevista especial a Rosario Curiel

por | miércoles, 26 julio, 2017 | JIMENA TIERRA, Noticias

Rosario Curiel es una de las autoras invitadas a CLIC durante el trimestre de inauguración del Club de Lectura Internacional Caleidoscopio. Curiel es una polifacética amante de las letras que «escrivive» con una carrera literaria de calidad auténtica, que escudriña los rincones del ser humano y de la sociedad desde diferentes géneros como el ensayo, la narrativa o la poesía. En CLIC nos dará a conocer uno de sus interesantes trabajos, Subway Placebo. Para abordar la entrevista, me presento ante un terremoto de ideas y posibilidades, que desborda vitalidad y energía con mirada transparente y sonrisa abierta. Curiel es una anfitriona genuina. Reflexiona acerca de las preguntas que le planteo y responde con naturalidad.

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JT. Bienvenida al blog literario El invierno de las letras. Antes que nada, me gustaría saber si consideras que las letras están en la estación de invierno y por qué.

RC. Gracias por acogerme. Si tomamos el concepto “estación de invierno” como ese momento en el que las cosas se preparan para la floración, sí. Si lo vemos como la estación de la muerte y del frío, no. Hay quien dice siempre que las letras están muertas, que nadie lee o escribe; que, como oigo últimamente, no sobrevivirán al audiovisual, pero no estoy de acuerdo: somos seres lingüísticos, seres hechos de palabras. Y necesitamos explicar y oír historias.

JT. ¿Cuál ha sido tu mejor lectura de verano?

RC. Nunca he tenido en mi mente el concepto “lectura de verano”. Hay quien se deja libros aparentemente más sencillos para esa estación, pero en mi caso no es así. Leo lo que me apetece y cuando me apetece. Y suele apetecerme mucho y de todo tipo. Si nos ponemos “estacionales”, recuerdo haber leído en diferentes veranos de mi vida El Señor de los anillos, mucho teatro (Arniches, Shakespeare, los trágicos griegos…), la Anábasis de Jenofonte, el Ulises de James Joyce, Manhattan Transfer de John Dos Passos…. Ahora estoy con Patria, de Fernando Aramburu, con Homo deus, de Yuval Noah Arari, con La destrucción de la ciudad, de Juanma Agulles… Digamos que lo mío son las lecturas (en plural) de verano. Si tuviera que quedarme con una, elegiría el Ulises: pocos libros me han marcado tanto como este.

JT. Háblanos de tu último trabajo en un elevator pitch: la sinopsis, por qué un título tan interesante, el tiempo que has tardado en construirlo.

RC. Las cuerdas y el oído (Playa de Ákaba, 2017), teje las trayectorias de seres que han visto sus vidas truncadas. Aquí se unen la música y la ciencia, los perros y sus amos, los violines y sus almas. Aquí se anudan sus identidades reinventadas, sus rebeliones, sus miedos. Sus múltiples universos. El espacio lo inaugura el Café Montroig de Sitges, perfecto observatorio de individuos que habitan sus días aprendiendo que la vida es un concierto para instrumentos desafinados.

Me alegra que te guste el título. Surge de la unión de la física de cuerdas y el oído absoluto del protagonista: ambos elementos tienen un papel fundamental en la novela.

Tardé casi tres años en construir la novela… hace diez años. Ahora he revisado todo lo escrito, aunque hace diez años ya di por cerrado un proceso que me llevó no menos de siete versiones.

JT. Eres muy ecléctica dentro del mundo literario: ¿cuál es la faceta que más te atrapa?

RC. La de novelista, sin duda. En la novela puedo experimentar y reflexionar, construir mundos e incluir otros géneros. Me parece fascinante y me divierte muchísimo.

JT. Has sido finalista en el premio Fernando Lara y Nadal. ¿Volverás a presentarte?

RC. Pues la verdad, no lo sé. Soy un poco errática en este aspecto. Más que la idea de ganar premios (que ya me gustaría) me puede el reto de escribir y publicar, como diría mi amiga Lorraine Ladish. Y debo reconocer que soy algo despistada para las convocatorias: se me van los días sin consultarlas.

JT. ¿Crees que los premios literarios simbolizan la calidad de una obra o tienen un lado oscuro?

RC. Creo que hay un poco de todo. Creo, también, que se habla demasiado de ese lado oscuro y no se demuestra. Nos puede el cacareo general frente a las acciones reales. El concepto “lado oscuro” es lo que debería reformularse. Si te refieres a que algunos premios estén “dados de antemano” (o se diga que así es) significa que en algún caso habría que reformular qué entendemos por “obra premiada”. Supongo que hay pérdidas económicas en el mundo editorial que se cubren otorgando los premios a “autores de la casa” y otras veces no. No conozco casos concretos más allá de los rumores, así que no puedo opinar de manera clara. Sí te puedo decir que formo parte de algún jurado (de premios pequeñitos) y te aseguro que sudamos tinta china para ser lo más justos posible.

No podemos generalizar en absoluto en este tema, porque está en entredicho mucho más que una opinión: se pone en tela de juicio parte del camino por el que personas que escriben pueden darse a conocer. Si alguien tiene pruebas de que un premio está poco claro debería ir a los tribunales con ellas en lugar de oscurecer el panorama. La gente necesita tener fe en algo: no se puede cultivar un batallón de escépticos en el mundo literario. Sí me gustaría decir que, de las obras premiadas que he leído a lo largo de mi vida, no me ha parecido que ninguna estuviera falta de calidad, así que algo se está haciendo bien.

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«La literatura es mi oxígeno para vivir».

JT. ¿Qué opinas de la presencia femenina en el mundo literario?

RC. Creo que ha habido un silencio nefasto en torno a las escritoras desde siempre. La historia canónica de la literatura tiene una falta escandalosa de nombres femeninos. A algunas apenas se las nombra más allá de su calificativo de “mujer/novia/compañera de”. Y cuando en algún momento se ha reivindicado su presencia (como ahora), se ha caído fácilmente en las etiquetas: la rebelde, la tía buena, la mala madre, la guarra, la mujer perfecta… Lo ideal sería pensar en personas, más allá de distinción de géneros.

JT. ¿Has tenido dificultades para adentrarte por el hecho de ser mujer?

RC. No me lo he planteado nunca. Creo que no. O quizá no he sido consciente. Mis dificultades para adentrarme en el mundo literario siempre han venido marcadas por una cuestión geográfica (vivo en una ciudad desde la que debo desplazarme para asistir a determinados eventos) y económica (no siempre puedo permitirme esos desplazamientos). La verdad es que no escribo (ni vivo) desde mi feminidad como concepto: soy persona, y ser mujer me da una cierta situación ante determinados aspectos, pero también debo decirte que nunca me “pienso” como mujer. No pienso en cuestiones binarias (hombre, mujer) ni en etiquetas de ningún tipo. Me siento bastante libre al respecto.

JT. ¿Qué significa para ti la literatura?

RC. Es mi oxígeno para vivir. ¿Qué aporta a tu persona? Me da la vida, literalmente: ideas, ilusiones, proyectos, explicaciones, sentimientos de todo tipo… Nuevos mundos habitables. ¿Por qué es tan necesaria? Porque somos seres lingüísticos y necesitamos historias para entendernos y reinventarnos.

JT. Retornemos a tu infancia. ¿Vienes de raíces lectoras? ¿Qué solías leer? ¿Qué le pedías a los Reyes Magos?

RC. Sí. Mi padre era un gran lector, y tenía una biblioteca fantástica de la que me dejaba coger libros sin ningún tipo de cortapisas o censura. Fui una lectora muy precoz: aprendí a leer (libros, no solo cuentos infantiles) a los tres años.

Cualquier cosa que me apeteciera. Cualquier género. Iba a oleadas: a veces me apetecía leer novela y a veces teatro; otras veces poesía, cuento… también biografías: me impactó la de Alejandro Magno (en Historias selección, editada por Bruguera). Iba desde los cómics y los tebeos a los grandes clásicos: me encantaban 13, Rue del Percebe y las historietas de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, El botones Sacarino, Anacleto, agente secreto… leí todas las historias de El capitán Trueno (me sentía muy Sigrid de Thule) y de El Jabato. Por otra parte, leí todo Shakespeare antes de los doce años. Y también Tolkien, los trágicos griegos, mitología de todo tipo… El teatro cómico entró en mi vida de la mano de Arniches, Jardiel Poncela y Mihura. Leí a grandes novelistas como Faulkner, Solojov, Dos Passos… casi todas las novelas de Pearl S. Buck… las policíacas de Chesterton… Me aficioné a Góngora y a Quevedo gracias a que me regalaron Las mil mejores poesías de la lengua castellana a los doce años. Me parecían emocionantes y muy gamberros a la vez. Me encantaba que Quevedo, por ejemplo, escribiera un soneto a un mosquito (y a otras cosas menos “convenientes”). De ahí salté a la poesía contemporánea sin ningún tipo de filtro: T.S. Eliot, Trakl, la Generación del 27, la de postguerra… Eso fue lo mejor: la libertad absoluta a la hora de leer que me llevaba a descubrir voces y mundos nuevos.

La única vez que pedí algo pedí libros.

JT. ¿Chéjov, Carver o Nothomb?

RC. Nothomb.

JT. ¿Cuántos libros lees al año?

RC. Pues la verdad es que no tengo ni idea. Muchos. Muchísimos. Y siempre varios a la vez.

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JT. ¿En qué género te sientes más cómoda?

RC. Como lectora no tengo un campo preferido, aunque me interesan de manera especial el ensayo y la filosofía. Como escritora en la novela, aunque reconozco que la poesía es mi campo de pruebas.

JT. ¿Tienes miedo a la página en blanco?

RC. No, en absoluto. Me encanta estrenar páginas. Mi lema es Escrivivir: escribir + vivir. Dicho de otro modo, entiendo la escritura como algo que se incorpora de manera cotidiana a la vida. Nunca sufro ante una página en blanco. Escribo cada día, como los deportistas entrenan cada día.

JT. ¿Qué opinas del proyecto Club Internacional de Lectura Caleidoscopio?

RC. Creo que es un proyecto necesario y muy oportuno.

JT. ¿Qué otro libro te gustaría que se leyera durante el primer trimestre?

RC. El manipulador de sueños, de Eduardo Sánchez Aznar.

Rosario Curiel será uno de los escritores invitados al seminario web que se celebrará en el primer trimestre de CLIC, en el que podremos descubrir más detalles y compartir Subway Placebo, una de las mejores novelas de su amplio catálogo. 

Jimena Tierra

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