Que no os engañe la calma. Lo cotidiano nos duerme, nos hace creer que no hay nada más allá desde que suena el despertador hasta que lo volvemos a programar para el día siguiente. En cualquier momento, todo puede venirse abajo. El detonante será el elemento del que menos podríamos sospechar.

Hace mucho calor.  En ese momento preciso después del almuerzo, cuando los párpados caen por su propio peso, llaman a la puerta. Estamos tentados de no abrir,  nos puede un poco la pereza y el imaginar que no será nadie importante. Pero insiste la visita. Hay que atenderla. Había dos posibilidades, solo una nos cambiará para siempre. Antonio Florido en 132 páginas no agarra de la cabeza y nos obliga a mirar las consecuencias.

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Perro Inmundo crea el mismo tipo de estímulo que muchas grandes películas del cine de los 60 y 70.  Hacen confiarse al espectador de que no pasa nada, que el ritmo será lento. Pero en un plano cambia todo por completo. No nos dejan apartar la mirada. Viene a la mente el gamberrismo y tono crítico de Sam Peckinpah  y sus Perros de Paja.

No es una lectura fácil. No es agradable los hechos que guarda  el papel. Pero debemos cargar con la culpa de no poder abandonar su lectura. Florido no ha trasformado en voayeurs. Esos capítulos ladrados en primera persona son confesiones que forman una carga demasiado pesada para el pecho. Somos cómplices.

Hace tiempo perdimos un poco el norte. Prestando más atención a la pequeña pantalla que al conversador más prójimo.  Antonio no da una bofetada, sobre esta realidad cuadrada, de forma elegante con guante de metáfora. Al acabar el libro, correremos a cerrar ventanas y echaremos las  cortinas. No publicaremos quizás tan alegremente nuestra vida en el muro virtual.  Algunas visitas llegan para no marcharse nunca.