Parar a escribir
Hay muchas personas que no han publicado y que están escribiendo sin parar. Eso es un hecho. No hay muchos lectores, menos editores, que entiendan que el escritor es el que escribe, no el que publica. Yo he oído a gente decir cosas como que alguien no era un autor si no había publicado nada. Y ese era suficiente argumento para descartar el discurso entero de una persona que, tal vez, tenía mucho que aportar.
Alto.
Parad y pensadlo un poquito.
Para empezar, el escritor no es el romántico inspirado al que le salen las cosas porque sí. Uno no se levanta cual Lord Byron de la cama y se pone a dictar un larguísimo poema inspirado por Morfeo a las cuatro de la mañana. Si alguien dice por ahí que hace eso sin haberse pasado años leyendo y pensando literatura—y aún así—y no le sale una montaña de heces poéticas… está mintiendo.
La literatura es complicada, todas las artes son complicadas y no vale con decir que las cosas nos salen porque sí, así de la nada.
La vida ya es lo suficientemente densa y caótica: los niños, la limpieza de la casa, la puntualidad, las facturas, los emails spam, los compañeros de trabajo, el trabajo, las reuniones desagradables de trabajo, los emails que no son spam, cocinar, comer intentando no engordar, dormir, ir al gimnasio (y/o pagarlo), plantar cuatro flores, llamar a tus padres, darle de comer al perro, mantener contacto con los amigos que te quedan después de la vorágine del día, el ikea que te dice que ahora cierra a las diez en un sms que no recuerdas haber autorizado a que te manden, tejer una mantita para el hijo de tu amiga, ponerte protección solar porque ya te estás quemando y hace dos días era Navidad… si en todo eso os queda tiempo para leer, decidme el truco.
Y para escribir ni os digo. Pero os contaré un secreto: el trabajo del escritor es las 24 horas del día, puede haberse tomado unos meses de descanso, una excedencia, unas vacaciones sólo para dedicarse a ello y, aún así, no escribir una sola palabra de las que tenía previstas. Es obvio que hace falta mucha dedicación, lo digo por experiencia.
El escritor es el que escribe. No, corrijo, el escritor es el que se preocupa por lo que está escribiendo, el que cuida el material con el que trabaja, cada palabra, cada párrafo, cada imagen, cada motivo, el que no da por acabado algo que no cree imposible mejorar. El que lee, el que sabe que sin hacer las lecturas adecuadas no hará nada bueno.
Con un chiste ácido, tal vez se me entienda mejor. Viene una chica y me presenta una novela fantástica y me la leo. Cuando le doy mi más sincera y ascética opinión, me dice que cómo me atrevo a decir nada de su novela, que su novela es una novela fantástica como jamás se ha escrito ninguna.
“Como jamás se ha escrito ninguna” vomitado así, a la cara.
Pregunta: ¿Las habrá leído todas?
#truestory
Lo primero en lo que reconoceréis un escritor es en su humildad. No conozco un solo escritor que se precie que diga que lo que él ha escrito es el no va más. Eso es imposible.
Yo, al menos, solo se lo permitiría a Umberto Eco, en paz descanse.
Alguien que ha leído, que se siente un brote de una tradición a la que admirar, jamás de los jamases dirá que es capaz de hacer nada como lo que ya se ha hecho, menos sería capaz de decir que ha escrito algo todavía mejor… porque se han hecho tantas cosas maravillosas que compararse es dejar de escribir. Porque da apuro pensar que puedes igualar nada o que puedes decir algo que no se ha dicho antes.
Pero asimilar, procesar y tener algo que decir requiere coraje.
No os frustréis si estáis allá a fuera y vuestra autoestima literaria está por los suelos. O si pensáis que no sois escritores porque lleváis tiempo de vacaciones y no habéis sido capaces de escribir un solo párrafo del que os sintáis orgullosos. La literatura –las pequeñas cosas de la literatura como decidir el nombre de un personaje o el adjetivo adecuado o la estructura de un capítulo son parte de esa larga lista que va ocurriendo a lo largo del día, se cuela por los resquicios de las puertas, por la ventana del coche en un peaje, por las páginas de un libro que creías que no valía la pena, está en el potito del bebé… Puede, incluso, que las mejores ideas ocurran cuando estamos de tierra hasta las rodillas plantando tomateras, va de la pequeñez a lo universal, de lo trascendental a la expresión más simple. De la pasión humana al tedio del verano. No os frustréis y seguid viviendo, seguid escribiendo.