Hoy damos la bienvenida a la Revista Tierra Trivium a Martín Garrido Ramis con este texto sobre una novela que le marcó. Y sin más preámbulos os dejo con Martín Garrido Ramis y su Robinson Crusoe.
ROBINSON CRUSOE
La primera novela que leí en mi vida fue Robinson Crusoe de Daniel Defoe (Editorial Felicidad 1962). Tenía trece años y me la regaló mi madre. Aún conservo el ejemplar. Aparte de los libros de texto del colegio nunca había leído una novela. Y la verdad es que me costó mucho hacerlo por lo pequeña que era la letra, por mi falta de práctica y por mi situación en aquel momento. La novela era una edición para niños y llevaba ilustraciones. Una curiosidad es que la portada solo llevaba el título sin el autor, que iba en las páginas interiores. Aún no entiendo el por qué mi madre me lo regaló. Es un misterio porque nunca más repetiría la acción. De todas formas ese libro no me influyó mucho pero sí marco el principio de una etapa de mi vida, por eso siempre lo recordaré. Tenía trece años y el doctor Aguiló (el mejor urólogo en ese momento de Palma) le había dicho a mi madre que tenía nefritis y que tendría que estar en la cama sin moverme, como mínimo tres meses. El practicante, que venía a mi casa, me pinchaba dos veces al día, y yo, por mi parte, vomitaba todo lo que comía. Así transcurrió el primer mes. Luego mejoró la cosa. Me pinchaban solo una vez al día y dejé de vomitar. Fue entonces cuando mi madre me regaló el libro. Te he comprado esto, me dijo dejándolo sobre la mesilla del cuarto de mis padres donde yo pasaba el día. La cama era grande y con marquetería. La había hecho mi tío Rafael que era un gran carpintero ebanista. Allí, en el cuarto de mis padres, un poco aburrido de ver el libro sobre la mesita, un día lo abrí y empecé a leer. Fue toda una experiencia saber lo que le pasaba a un señor inglés y rico, que naufragaba y se quedaba a vivir en una isla aparentemente desierta, aunque había un indígena llamado Viernes. No lo recuerdo bien, pero quizá tarde un mes en leerlo, y eso que estaba todo el día en la cama sin hacer nada. Leía tres o cuatro hojas y lo dejaba. Mi jornada diaria consistía en dibujar, jugar al ajedrez cada mañana (los domingos no) con Vicente, un camarero que vivía en la pensión de mi padre, y ver la televisión cuando empezaba a emitirse por la tarde. Así pasé siete meses de mi vida dejando atrás una existencia conflictiva debido a mis malas amistades. Existencia que llevaba por el camino de la amargura a mis padres. Y Robinson Crusoe, aunque no es de mis novelas preferidas, siempre formará parte de ese tiempo que cambio mi vida. No volvería a coger un libro hasta siete años más tarde, cuando me presenté voluntario al servicio militar. Robinson Crusoe lo volví a leer veinte años después. Lo sé porque está escrito en la solapa del libro.
Por Martín Garrido Ramis