Para este último miércoles de Abril, nuestro querido bardo nos trae una nueva historia llena de sorpresas y cotidianidad. Así que intentando no romper ninguna de las sorpresas del texto os dejo con Una biblioteca improvisada de Josep Salvia Vidal.
UNA BIBLIOTECA IMPROVISADA
Es miércoles. Un miércoles de finales de abril ya casi esquina con mayo. Los meses hacen esquinas en el calendario, pero son esquinas tan sutiles como los pliegues en un trozo de papel. Voy por la calle camino del trabajo y me dejo llevar por el vaivén de la acera poco transitada de peatones a esa hora. En el cielo aún hay restos de las llamaradas rojizas el amanecer. Ya se sabe. Donde hubo fuego, quedan brasas. Unas cuantas ascuas candentes vuelan por encima de mi cabeza en una imagen maravillosa. Si supiera pintar, pintaría un cuadro con esas ascuas pero no sé hacerlo. Solo sé escribir.
De repente, me quedo quieto en medio de la acera. Al lado de un banco de piedra que hay bajo la sombra de un árbol, alguien ha dejado una mesilla de noche abandonada. Miro a mi alrededor para percatarme de que no hay nadie y abro los cajones. Son tres. No hay nada. Están vacíos como la sesera de los idiotas. Sigo mi camino con la decepción a cuestas y paso el día pensando en todas las cosas que podría haber encontrado dentro. Cosas que nunca tendré.
Regreso a casa por la tarde y la mesilla sigue ahí, en el mismo sitio, intacta, igual de vacía que por la mañana. Entonces tengo una idea. Dentro de la bandolera que llevo cruzada sobre el pecho, llevo un libro que no me gusta. Es una novela aburrida, sin gancho que me da mucha pereza terminar. La dejo dentro del primer cajón y me voy a mi casa aliviado, liberado. Me desprendo de ella como quien se desprende de un pecado en el confesonario de una iglesia. Paso la noche soñando con cajones abiertos pero lo que al principio son sueños agradables acaban convertidos en pesadillas horrorosas que me causan un desasosiego enorme. Sueño que soy un cajón y que nadie me abre.
Al día siguiente, la mesilla continúa en el mismo sitio como una farola fundida pero el libro no está. Alguien se lo ha llevado y tal vez lo esté leyendo. Al lector desconocido la lectura no le dura mucho, pues al cabo de unas horas vuelve a estar en el primer cajón de la mesilla de noche abandonada. Pero no está solo. Junto a la novela que yo dejé, hay otra que casualmente es obra del mismo autor. No sé por qué pero me alegro y eso es algo que me pone de buen humor. Y me sorprendo al comprobar que, al cabo de un par de días, los cajones de la mesilla de noche abandonada se convierten en un sitio de intercambio de libros usados. Sin leyes. Sin normas. Si te gusta algo de lo que hay allí te lo llevas y no hace falta que lo devuelvas. O puedes dejar otro libro a cambio. El placer por leer se expande como una bendición por todo el barrio. Ahora la mesilla de noche es una biblioteca improvisada.
Por Josep Salvia Vidal