Esta semana nuestro bardo quiere rendirle un homenaje a Benito Peréz Galdós, por el centenario de su fallecimiento en 1920, con este relato plagado de escritores y textos. Y mordiéndome el bigote para no desvelar nada más os dejo con Tormento de Josep Salvia Vidal.
TORMENTO
Estoy en mi casa y me aburro igual que una ostra, de repente tengo consciencia de ser un perezoso enganchado a la rama de un árbol. Si algo hacemos los parados es aburrirnos. La tarde transcurre con el sopor y el tedio de una película de serie B. En medio de la languidez apago el televisor, me pongo la chaqueta porque a finales de febrero aún refresca y salgo a la calle. Camino sin rumbo, mis pies conocen perfectamente las aceras y saben moverse por ellas sin necesidad de indicaciones. Hay poca gente. Hay poco tráfico. Las pequeñas ciudades de provincias nunca tienen atascos ni aglomeraciones. Aquí la vida va a menos revoluciones.
Sin darme cuenta llego al centro cívico y un cartel colgado en la puerta me llama la atención. Hoy, a las siete de la tarde, comienza un taller de escritura creativa impartido por un Gran Escritor. La idea de asistir me cruza la cabeza volando como un cometa. Siempre me ha gustado escribir pero nunca me he atrevido a hacerlo. Miro el reloj. Falta media hora y entonces reanudo el paso, ahora mucho más acelerado, para acercarme a la papelería. Necesito con urgencia un cuaderno y un bolígrafo. Después de la compra hecha con toda la prisa del mundo, regreso y a las siete de la tarde estoy sentado en una de esas sillas con pala incorporada, tan incómodas y tan poco prácticas, de una de las aulas del centro cívico. Somos una decena de alumnos de edades diversas. Me fijo en una chica rubia de ojos negros que entra por la puerta y se sienta a mi lado. Me mira. Me saluda. Sonríe. Yo hago lo mismo. Entonces entra el Gran Escritor, se planta delante de nosotros, nos da las buenas tardes y se presenta aunque no hace falta porque lo conocemos de sobra. Su fama y su nombre le preceden como autor de éxito de dilatada carrera. Después se inicia una ronda de presentaciones en la que cada uno de nosotros se pone de pie y dice su nombre. Cuando llega mi turno, me levanto y digo que me llamo Benito Pérez Galdós y tengo 35 años recién cumplidos. El Gran Escritor arquea las cejas en señal de incredulidad y el resto de alumnos me miran con la misma expresión de sorpresa instalada en sus ojos. Dudan si echarse a reír o no porque creen que les tomo el pelo y tengo que enseñarles mi DNI para que me crean. El asunto ya es del todo irrisorio cuando la chica que está sentada a mi lado asegura llamarse Emilia Pardo Bazán.
Después de las presentaciones de rigor y unas cuantas nociones básicas que nos da el Gran Escritor, él mismo nos manda escribir un relato breve, un par de páginas a lo sumo. Cuando lo tengo terminado, ya hacia el final de la clase, se lo enseño, él lo lee de una ojeada por encima y me lo devuelve mientras me dice que no vale nada. Por la expresión de su rostro diría que miente. Creo que mi relato es bueno y si me dice que es una mierda es por envidia. Hace años que el Gran Escritor está seco y no es capaz de publicar una novela, pues se encuentra inmerso en una enorme crisis creativa que lo tiene desquiciado. Según dicen, todos los proyectos que emprende se le mueren de forma prematura, como si fuesen plantas mal enraizadas que se secan en las jardineras de los balcones. Le arrebato mi cuento y me voy con Emilia a tomar un café. Cuando llegue a casa, empezaré a escribir una novela basada en ese cuento que se llamará Tormento. Estoy decidido. La envidia mostrada por el Gran Escritor es el empuje animoso que necesitaba. Tal vez su tiempo haya pasado. Tal vez ahora sea el mío.
Por Josep Salvia Vidal