Los cuentos del bardo: Sorpresas de sábado
Con un ligero retraso por un lapsus ya tenemos aquí la entrada de hoy de nuestro bardo para inaugurar este periodo de fiestas.
SORPRESAS DE SÁBADO
Es una mañana fría de sábado de principios de diciembre con una clara vocación invernal. Hace un día de perros y como no tengo previsto salir de casa en todo el día, me concedo la tregua personal de ir en pijama. No me visto. No me arreglo. Dejarse puesto el pijama es una forma de resistencia. Y yo resisto envuelto en la agradable calidez de mi piso a extramuros de la gran urbe. Contemplo el frío tras la protección térmica que me ofrece el cristal de la ventana. La calle desértica anuncia que son pocos los que se atreven a salir para enfrentarse con ese ambiente gélido.
Como no tengo nada mejor que hacer enciendo el ordenador, me pongo a navegar un rato por internet y de casualidad acabo en un foro de libros antiguos. Me interesa. La gente habla, comenta lecturas, recomienda novelas. Se producen interesantísimos intercambios de opiniones sobre Anton Chejov o Stefan Zweig. Yo no digo nada por prudencia y me limito leer durante un rato las intervenciones de los demás. Alguien comenta algo sobre La Celestina. Alguien hace una disertación sobre El Quijote. Un tercero escribe sobre El Cantar de Mío Cid. Al final tanto cultismo me aburre y salgo de ahí antes de que alguien me pregunte cómo me llamo y me exhorte a hacer aportaciones al foro. Decir que me llamo Calisto a pesar de tener solo 35 años sería motivo de sorpresa y justificación en un sitio como ese. Seguro que me contarían el origen de mi nombre o cosas por el estilo. Al fin y al cabo son un grupo de petulantes engreídos.
A la hora de comer suena el timbre. Es un repartidor que me trae un paquete, cosa rara porque yo no he comprado ni he pedido nada. Y, sin embargo, la caja lleva escritas mis señas completas. Firmo el recibo con más curiosidad que otra cosa y llego con ella al salón. Pesa. La pongo sobre la mesa y la abro. Son libros viejos. Me pregunto si tendrá algo que ver con el foro de esta mañana. Me pregunto si habrán hecho una especie de sorteo siendo yo el agraciado. Luego reparo en que no he dicho mi nombre ni mi dirección en ningún momento. Dedico un buen rato a examinar el contenido de la caja. Son cinco libros que, a pesar de los años que se acumulan en sus páginas, presentan un inmejorable estado de conservación. No hay manchas ni roturas ni daños colaterales. Son ediciones antiguas, de lujo, con ilustraciones. Esa caja es un tesoro.
A primera hora de la tarde recibo un correo electrónico del foro de libros antiguos de internet preguntándome si ha llegado a mi casa una caja con cinco libros. Contesto de inmediato y por si acaso digo que no. Miento. Allá ellos si se han equivocado con la entrega pero no estoy dispuesto a renunciar a esas joyas literarias que de repente atesoro. Y, sin embargo, no es la única sorpresa inexplicable que me depara este sábado frío de diciembre. Y es que al atardecer vuelve a sonar el timbre de mi casa. En esta ocasión, es una chica joven que asegura llamarse Melibea.
Por Josep Salvia Vidal