En este último miércoles de mayo tenemos una nueva entrega de nuestro bardo, esta vez recibe una extraña carta y no puedo deciros más que aún estoy llorando de la risa. Así que con todos vosotros Remitente desconocido de Josep Salvia Vidal.
REMITENTE DESCONOCIDO
Abrir el buzón cada mañana forma parte de un ritual trifásico después de ir a por el pan y comprar el periódico en el quiosco de la esquina, como si las cartas que uno recibe y el pan que va a comer y el periódico que leerá formaran parte de un conjunto indivisible. Entro en casa cargado con todo. Tengo las manos tan ocupadas que tengo que hacer malabares para sacar las llaves de mi bolsillo y poder abrir la puerta sin que se me caiga nada al suelo.
Sentado en el sofá, miro la correspondencia. Cartas del banco, facturas por pagar, varios folletos de propaganda diversa y una postal de una prima mía que vive en Cádiz. Sin embargo, entre el montón destaca un sobre bastante grande de color marrón. Tiene mi nombre y mi dirección escritos en la parte delantera pero detrás no hay nada. No hay remitente. Solo el vacío. Palpo el contenido a través del papel. Es blando. A medio camino entre la curiosidad y la extrañeza, rasgo el sobre.
Me sorprende y de qué manera lo que hallo dentro. Son unas bragas, unas bragas negras de encaje con blondas en la parte superior. Me pregunto qué significará semejante envío. Podría ser la advertencia de una amante despechada pero mi listado de conquistas amorosas está tan vacío como un desierto lleno de arena. No creo. Hace tiempo que las flechas de Cupido no me alcanzan. Podría ser el mensaje subliminal de una lectora fervorosa a la que le gustan mucho mis novelas, una admiradora secreta. No lo creo tampoco. Sea lo que sea, entro en la cocina dispuesto a tirar esa prenda totalmente inútil para mí al cubo de la basura.
Y, sin embargo, no lo hago. En el último momento una idea me sacude provocando un temblor incontrolado dentro de mí. Mi cuerpo es el epicentro de un seísmo. Salgo de la cocina en un impulso, recorro el pasillo y alcanzo mi habitación. Me desnudo por completo y me pongo las bragas. Me quedan bien. Son de mi talla. El espejo del baño me devuelve una imagen inusualmente sensual de mí mismo. Me invade una sensación extraña.
Entonces, vestido solo con las bragas, salgo corriendo como un vendaval prácticamente desnudo y de unas cuantas zancadas llego al salón. Enciendo el ordenador portátil y me pongo a escribir. Escribo un relato para esa revista virtual con la que colaboro. El resultado de todo es un cuento negro de encaje con blondas en las costuras.
Por Josep Salvia Vidal