Los cuentos del bardo: Mil Mariposas Azules

por | miércoles, 4 marzo, 2020 | Los cuentos del bardo, Noticias, OCULTO

mariposas azules

Para este primer miércoles de marzo nuestro bardo nos trae un relato basado en una situación que a muchos nos resultará familiar, el conseguir que las plantas nos duren más de una semana sin pasar a mejor vida, que como en la mayor parte de los retratos de Josep Salvia Vidal tiene un final inesperado y sin desvelar nada más del relato os dejo con Mil Mariposas Azules.

MIL MARIPOSAS AZULES

En el balcón de mi casa no arraiga la vida. Es un lugar inhóspito y mi mujer está desesperada porque se nos mueren todas las plantas dentro de sus macetas, como si los tiestos fuesen sus féretros. El proceso de su deceso siempre es el mismo. De pronto dejan de florecer, se marchitan con una rapidez pasmosa, pierden las hojas y se secan dejando su débil anatomía de tallos inertes inútilmente erguidos. Qué envidia, dice mi mujer al ver que en los balcones de las vecinas florecen los geranios, las petunias y las buganvillas que es un contento. Afortunadas ellas que tienen maravillosos vergeles en sus casas. Nosotros tenemos un páramo de hormigón, losetas y barandilla de hierro forjado.

Lo intentamos de nuevo, por enésima vez, ya he perdido la cuenta de las tentativas. Vamos a la floristería en busca de plantas nuevas que puedan sobrevivir al campo de exterminio floral en el que se ha convertido nuestro balcón. Entre las que nos llevamos, hay una bastante grande que la florista, una señora mayor muy amable, nos deja casi regalada porque es el único ejemplar que le queda y no logra venderla. Nadie la quiere y eso me da mala espina. Tal vez sea una planta carnívora o venenosa o algo por el estilo. Y por un momento me imagino devorado por esa planta que, aunque no tiene mal aspecto, me hace desconfiar. Quizá sea su tamaño, pues es de tallos altos y de un color verde intenso.

Llegamos a casa y colocamos las flores nuevas en el balcón. Lo hacemos despacio, como si fuese un ritual antiguo de exaltación de la primavera. A ver si esta vez tenemos más suerte, dice mi mujer algo esperanzada pero yo compadezco aquellos pobres vegetales que han entrado sin querer en el corredor de la muerte. Están condenados. Su sentencia tiene la forma rectangular de un balcón. Y nosotros seremos, como siempre, los verdugos cómplices de esas muertes. Mi mujer, más optimista que yo, mantiene algo de ilusión y parece convencida de que en esta ocasión será distinto. Yo no.

Las nuevas plantas no duran ni un día. A la mañana siguiente, las encontramos casi todas muertas. La única que ha sobrevivido es la grande, la de altos tallos verdes, la que no quería nadie, la que la florista casi nos regaló. Lo más asombroso es que en una sola noche ha florecido, pero de sus tallos no han brotado flores sino mariposas. Un montón de mariposas de alas grandes y azules que parecen alados trozos de cielo. Y revolotean alrededor de la planta sin cesar para posarse de vez en cuando sobre ella. La situación ha cambiado por completo y ya no tenemos envidia de las vecinas. Desgraciadas ellas porque solo florecen en sus balcones geranios, petunias y buganvillas. En el balcón de mi casa sí arraiga la vida. Ahora es un criadero de mariposas azules.


Por Josep Salvia Vidal

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