Los cuentos del bardo: Los tejados de París (I)
Esta semana nos vamos de viaje a París de la mano de nuestro querido bardo con una de sus historias en las que hasta la última línea te puede sorprender. Así que con todos vosotros la primera parte de Los tejados de París de Josep Salvia Vidal.

LOS TEJADOS DE PARÍS (I)
Siempre he pensado que la buhardilla en la que vivo está suspendida en el aire como un milagro, como si debajo no tuviera un edificio entero. Se accede a ella a través de una escalera vieja de madera que cruje en cada peldaño, quejándose, amenazando con romperse, igual que la cubierta de un barco. A veces creo que mi casa es un galeote antiguo surcando un mar de tejados, los tejados de París.
Si elegí este sitio para vivir es por las vistas. El exterior es lo mejor que tiene porque el interior no es gran cosa. Un espacio exiguo de madera con el techo en vertical que tiene la medida justa para que yo quepa de pie en su punto más bajo. Todo aquí es angosto, casi claustrofóbico. La cocina. El comedor. El baño. Un único dormitorio. Sin pasillos. Sin alardes. Las estancias se abren unas a otras en un intento inútil de parecer más amplias, más diáfanas. No lo consiguen. Pero entonces, cuando parece que la casa se ahoga en sí misma, se produce la magia y la buhardilla se abre a una terraza amplísima que te muestra la ciudad y el cielo con una clara vocación de lanzarte al mundo. En ese momento, todo entra y todo cabe en esa casa diminuta. París a mis pies. Eso es lo que me ofrece mi casa. Por eso vivo aquí.
Paso la mayor parte del día escribiendo. Imagino lo que pasa debajo de cada tejado, de cada piso, de cada guarida. Como el anciano y solitario Adolphe que pasa las horas haciendo pájaros de papel para luego regalarlos a todo el vecindario. O Thérèse que murmura que cruz de niños cada vez que sus hijos cometen algún estropicio. O Agnès que se lamenta porque su marido bebe y emprende negocios extravagantes que nunca funcionan. O la vieja y risueña Anita que es española como yo y me trae tartas de limón. O la niña Irène que sueña con ser actriz y delante del espejo del dormitorio de sus padres recita fragmentos de obras de Shakespeare mientras el niño Bernard sueña con besar a la niña Irène a la luz de la luna parisina.
Acuciado por una ligera misantropía, paso el día encerrado aquí entre maderas viejas. Casi no salgo si no es para comprar algo de comida porque el aire no alimenta. Casi no hablo con nadie a excepción de los vecinos que pueda encontrar entre los crujidos de la escalera. Y, sin embargo, hay una chica que viene a verme cada noche. Y me gusta. Con ella se me disipa la introversión. Se llama Bárbara. El cuerpo grácil y espigado. El rostro favorecido por el don de la belleza. Un día le pregunto a la portera del edificio por ella y me responde, sin mirarme, que no conoce a ninguna Bárbara.
Por Josep Salvia Vidal
sonsolesmarope
Siempre me sorprendes y me sacas una sonrisa… o varias.
¡Gracias!
9 junio, 2021 a las 2:50 pm