Este mes nuestro bardo sigue revolucionario, ahora los que se rebelan son los ratones del flautista de Hamelín. Disfrutar de esta divertida versión del cuento de la mano de Josep Salvia Vidal.
LA REBELIÓN DE LOS RATONES
Hace horas que toco la flauta recorriendo las calles de Hamelín, pero no me hacen caso. Los ratones no salen en tromba de las casas tras la música hechizada que produzco con el instrumento que llevo pegado a mi boca. Sudo. Hace un calor infernal. De nada sirve que lleve tanto rato bajo el sol abrasador del verano porque no consigo ni tan siquiera que los roedores asomen sus hocicos por los resquicios de las puertas. Tengo tanta sed que mi garganta es un desierto de arena sucia y mis labios secos parecen dos mojamas. El esfuerzo es en balde. La música empieza a sonar a fracaso. A pesar de ser un flautista de renombre no soy capaz de acometer el encargo del alcalde. Limpíame el pueblo de ratones, me ha dicho hace un rato, te pagaré bien. Algo me dice, como el vaticinio a la contra de un oráculo, que no podré cumplir.
A media tarde, el fracaso es ya absoluto y ningún ratón ha salido a la calle en todo este tiempo hechizado por la música de mi flauta. ¿Estaré perdiendo facultades? ¿Se estará escapando la música de mi cuerpo? No. Lo que ocurre aquí es algo muy diferente. Resulta que los ratones de Hamelín se encuentran en plena disidencia roedora y han decidido que no van a salir corriendo tras la música del primer flautista embaucador que pase por las calles del pueblo. A los ratones de Hamelín les gusta el flamenco. Tienen buen gusto en el fondo. Por eso no consigo hacer yo mi trabajo y no lo conseguiré a no ser que me convierta en Camarón de la Isla.
Después de tanto caminar me duelen los pies. Mis piernas se han agarrotado y ahora son dos bloques de piedra dura insensibles al tacto. Me siento en las escaleras de la iglesia, a la sombra fresca de un árbol vestido de hojas que queda justo al lado. Bebo de una fuente cercana. Dejo la flauta a mi lado y me seco el sudor de mi frente con la palma de la mano. El sudor forma una pequeña alberca de agua salada. Y entonces ocurre algo extraño. Cuando ya no toco la flauta, salen los ratones en manada de las casas y vienen hacia mí. Son cientos, quizá miles. El cansancio me impide correr y defenderme. Ni mis piernas ni mis pies responden. Soy presa fácil. Entre todos me cogen en volandas y me llevan fuera del pueblo mientras ellos canturrean por soleares y fandangos.
Recorremos un camino que transcurre entre campos de trigales dorados y maizales verdes y al cabo de un rato llegamos al río. Los ratones se acercan a la orilla y me tiran al agua. Aún no me creo lo que han sido capaces de hacer estos animales que parecen más inteligentes que los humanos. Todo ha pasado tan deprisa que no he tenido ni tiempo de reaccionar. En medio del río parezco un pez bobo, ridículo. Los ratones se ríen de mí antes de dar media vuelta y regresar al pueblo mientras siguen canturreando ahora por bulerías. Yo salgo del agua y regreso abatido a mi casa.
Al verme completamente mojado mi mujer advierte el desastre, pues en la ropa empapada traigo la derrota. Ella y mi hija me consuelan mientras yo contengo la rabia que me produce el fracaso. Puede que los ratones de Hamelín hayan ganado esta batalla pero la guerra no está perdida aún. Volveré y ganaré. Prometo venganza.
Por Josep Salvia Vidal