Esta semana nuestro bardo nos trae venganza del flautista al que tan malparado dejaron los ratones de Hamelín hace una semanas en La rebelión de los ratones. Así que sin más preámbulos o dejo disfrutando de esta divertida venganza, que demuestra que todo enemigo tiene su punto débil.
LA REBELIÓN DE LOS RATONES (y II)
Hoy, justo cuando se cumplen cuatro meses de mi derrota con los ratones insurrectos, regreso a Hamelín. Las venganzas requieren de tiempo para ser planificadas. Si se quiere asegurar una victoria, no puede haber lugar para la improvisación. Durante estos días, he aprendido a tocar la guitarra así que hoy regreso a Hamelín con otro instrumento, con otra arma, con otro poder. Si a esos ratones les gusta el flamenco, les daré flamenco. Camino rápido y la guitarra que llevo colgada a mi espalda con un cinto se balancea al compás de mis pasos que levantan pequeñas nubecillas de polvo.
Entro en Hamelín y la gente me mira mientras recorro las calles del pueblo. Me reconocen. Saben que soy el flautista de renombre fracasado en la labor de librarles de los ratones pero hoy advierten en mí una valentía nueva, un vigor distinto, una seguridad que no tenía la primera vez, la disposición para otra batalla contra la plaga de roedores que azota este pueblo vecino del mío. Alcanzo la plaza de la iglesia y me siento en las escaleras que dan acceso al templo. Acomodo la guitarra sobre mi muslo izquierdo y comienzo a tocar. Punteo las cuerdas con una maestría sorprendente. Toco un fandango. Las notas brotan como simientes germinadas en la tierra, plantas de un verde intenso, flores preciosas de colores brillantes. La música vuela y se derrama igual que una inundación para llenar todo el pueblo.
Al cabo de poco, los ratones salen en tromba de las casas y, hechizados, hoy sí, por la música de la guitarra, llegan a la plaza donde se quedan quietos. Me miran embobados, como si estuvieran viendo a un dios. Algunos taconean con sus patas traseras. Otros parecen dar palmas al ritmo del fandango que yo interpreto. Los ratones están completamente entregados, ya no son dueños de sí mismos ni de sus actos. Sonrío. Están a mi merced. Hoy, las presas fáciles son ellos.
Me levanto sin dejar de tocar, no vaya a ser que se rompa el embrujo. Comienzo a caminar y los ratones insurrectos ya sin poder me siguen. Ahora soy un rey con un curioso séquito detrás, un emperador con una corte rara. Salimos del pueblo camino del río donde hace cuatro meses me tiraron ellos a mí. Han desaparecido los trigales dorados y los maizales verdes, ahora la tierra muestra su color marrón con orgullo. Hoy la historia es distinta. Hoy son los ratones los que caen al río y se ahogan y son arrastrados por la corriente como si fueran pétalos de rosa arrojados al agua. Hoy gano yo y la victoria es absoluta. Hoy soy yo el que se arranca por bulerías de regreso a casa por el camino de tierra bajo el sol rojizo del atardecer.
Por Josep Salvia Vidal