Los cuentos del bardo: El tenedor mágico
Tenemos un nuevo cuento de nuestro bardo y aunque no sea lo más adecuado en este momento, gel hidroalcoholico mediante, creo que más de uno caeremos en la decisión protagonista viendo sus efectos.
EL TENEDOR MÁGICO
Es un día apacible de diciembre con clara vocación de marzo. Es miércoles. Aprovecho el buen tiempo y al salir de trabajar doy un paseo por un parque que no queda lejos de mi casa. Los árboles impúdicos me muestran su madera desnuda. El césped está recién cortado y entre su alfombra verde destaca el colorido de alguna flor nacida, quizá, a destiempo en esta primavera anticipada. Me cruzo con más gente que, como yo, pasean tranquilamente dejando transcurrir el resto de la tarde. Algunos corren y sudan. Otros van en bicicleta y sudan también. A mí no me gusta sudar, por eso camino.
De repente veo algo inesperado, extraño. Encima de un banco del parque me encuentro un tenedor. Es muy normal y parece limpio. Está ahí solo, desvalido, abandonado a su suerte. Dudo si recogerlo. Sé que no podré contenerme, que las ganas podrán más que mi voluntad de dejarlo allí. Miro en derredor por si alguien me observa pero nadie repara en mí. Disimulando, cojo el tenedor con un gesto ágil y lo meto en el bolsillo derecho de mi abrigo. No sé cómo explicarlo pero tengo la sensación de que en realidad es una especie de amuleto con poderes sobrenaturales. Creo que ha ejercido algún tipo de embrujo sobre mí.
Al llegar a casa, mi mujer advierte el bulto del bolsillo y me pregunta qué llevo ahí metido. Meto la mano y extraigo con parsimonia el tenedor mientras le digo que es mágico. Ella, incrédula, arquea las cejas y suspira. Tira esa asquerosidad a la basura que vete tú a saber quién lo habrá chupado, me dice mientras recorre el pasillo rumbo a nuestra habitación. Sé que es una orden directa. Sé que no admite discusión y por eso no planteo debate alguno. Pero ante la virtud de no discutir está el defecto de no obedecer. Y yo no obedezco. En lugar de tirar el tenedor a la basura lo meto en el lavavajillas con la esperanza de que un próximo lavado lo camufle entre la cubertería familiar. Solo espero que mi mujer no se dé cuenta. Y parece que así es porque se olvida del tenedor más pronto que tarde.
Después de cenar caigo en la cuenta de que no he mirado el resultado de la quiniela que eché para el fin de semana pasado. Comprobarla es un acto que hago sin fe sabiendo de antemano que el fracaso acecha y es inminente, sabiendo que nunca paso de seis o siete aciertos. La culpa es mía y de nadie más. No entiendo de fútbol ni consulto estadísticas y hago las quinielas al tuntún. Sin embargo, hoy el resultado es radicalmente diferente. Asombrado, compruebo que tengo un pleno al quince y comienzo a gritar como un loco de puro contento. Mi mujer que lee un libro me mira extrañada y lo comprende todo al ver que yo agito el boleto en el aire. Ella se une al estallido de júbilo, coge el teléfono y llama a nuestros hijos para contárselo. Mientras, yo dirijo la mirada al lavavajillas. Desde luego esto que acaba de ocurrir solo puede ser obra y milagro del tenedor mágico.
Por Josep Salvia Vidal
sonsolesmarope
agradezco desde la profundidad de la amígdala de mi cerebro, la posibilidad de celebrar la imaginación y la positividad. ¡GRACIAS, BARDO!
9 diciembre, 2020 a las 11:47 am