Los cuentos del bardo: El rayo de la Luna
Esta semana Josep Salvia Vidal nos trae el relato El rayo de la Luna, os invito a disfrutarlo.
EL RAYO DE LUNA

Es noche cerrada. La luna llena domina el mundo y lo sumerge en una clara penumbra blanquecina. A su lado, las estrellas brillan como si estuvieran engarzadas en un retal de tela negra. Todo permanece en silencio. La quietud es nocturna igual que los espíritus malignos. Estoy sentado frente a la chimenea encendida donde chisporrotean los troncos de leña y las llamas anaranjadas parecen bailar una danza peculiar. No puedo dormir y escribo a la luz de unas cuantas velas. Cada vez que introduzco la pluma en el tintero, la alberca negruzca que forma la tinta se agita. Lentamente, el pergamino se va llenado de trazos oscuros como si fueran hilos de tiniebla o azumbres de hollín.
De pronto algo extraño ocurre. Una luz blanquecina y casi transparente rodea la cabaña donde vivo y se pierde en el bosque que se extiende desde detrás de mi casa hasta la línea del horizonte. Dejo la pluma sobre la mesa, me levanto y abro la puerta pero la luz se ha desvanecido. Salgo, avanzo unos pasos que quedan perdidos entre la hierba y distingo el rayo de luz entre los árboles, a unas pocas leguas de distancia. De forma extraña me siento atraído por él y echo a correr persiguiendo al rayo pero la luz es más rápida que yo y jamás la alcanzo. Corro por el bosque sorteando los árboles que parecen estar más vivos que nunca porque son monstruos dormidos. Todo es hechizante. Mágico.
De repente algo me frena. Es un oso. El animal advierte mi presencia y me mira. Me quedo quieto, asustado. Tiemblo. No sé qué hacer. Entonces la bestia se pone de pie sobre sus patas traseras y lanza un grito que hace estremecer al mundo. El miedo me invade definitivamente y me paraliza. Mis piernas no responden y mi cuerpo no obedece. Finalmente la bestia lanza su ataque y se abalanza contra mí. Estoy perdido. Cierro los ojos esperando el impacto. De un momento a otro, un zarpazo violento me derribará sobre el suelo para morderme y devorarme después. Es el fin. Y, sin embargo, el fin no llega nunca. El rayo de luz regresa, me rodea y se posa sobre los ojos del animal que queda ciego durante un instante antes de que huya despavorido para desaparecer en la frondosidad del bosque. Mientras, yo recupero la calma poco a poco.
Ahora tengo al rayo de luz frente a mí. No sé qué es ni sé de dónde proviene pero me eso me ha salvado la vida. Quizá sea un rayo de luna. Entonces el rayo se hace corpóreo y se transforma en una mujer de belleza rotunda, de aspecto etéreo, de piel blanquecina y casi transparente, de cabellos rubios que se prolongan hasta más allá de su espalda. Lleva un largo vestido azul como si estuviera hecho de urdimbres de cielo. La mujer comienza a caminar y se acerca mientras me dice que se llama Egle, que no tenga miedo. No lo tengo. Si sigo quieto es por el asombro. Egle está ya tan cerca que puedo sentir su aliento sobre el mío. Entonces me besa y con ese beso se adueña de mí. Entonces me coge de una mano y nos elevamos por los aires para atravesar el cielo, para volar como los pájaros, para ser libres, para llegar a un lugar donde nadie podrá encontrarnos jamás.
Por Josep Salvia Vidal
Rosa
Muy, muy bello. Gracias por este desayuno literario.
2 octubre, 2019 a las 7:01 am