Los cuentos del bardo: El oficio de oír llover

por | miércoles, 30 octubre, 2019 | Los cuentos del bardo, Noticias, OCULTO

Una semana más nos empapa un nuevo cuento del bardo de la mano de Josep Salvia Vidal.

EL OFICIO DE OÍR LLOVER

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Son más de las nueve de la noche y sigo en la calle. No sé qué quiero ni qué busco pero deambulo sin rumbo por las aceras vacías como una sombra sin cuerpo, una sombra callada y silenciosa. La ciudad es un desierto de asfalto salpicado de luces arenosas. No se ve a nadie y solo de vez en cuando el ruido del motor de un coche rompe la quietud. Llueve. Y la lluvia borra los contornos de las cosas para volverlas borrosas, confusas, líquidas. Mojada por el agua que se desborda de las nubes, la ciudad adquiere un tono de misticismo casi mágico. Yo también soy un cuerpo borroso ahora, un hombre acuoso, un ser de agua. La lluvia moja mi anatomía, cala mi piel, empapa mi corazón y me inunda por completo.

Regreso al fin a mi casa, un quinto piso en un bloque de nueva construcción en una avenida ancha y arbolada. Es otoño y los árboles van perdiendo poco a poco sus hojas al mismo tiempo que van mostrando, impúdicos, su madera desnuda. No sé decir el nombre de su especie. Solo sé que en verano su sombra es fresquísima y que en primavera florecen en un estallido de colores violentamente precioso. Ahora estoy helado. Traigo la ropa empapada. Cuando me desprendo de ella tengo la sensación extraña de despellejarme. Me doy una ducha caliente para quitarme el frío de encima que me pesa como una losa. Me pongo el pijama y me dirijo a la cocina. Me preparo un té.

Dejo la taza que humea como una chimenea enana sobre la encimera de la cocina y bebo su contenido a sorbos mientras me preparo algo de cena. Fuera, la lluvia suena más fuerte cada vez. Las gotas de agua chocan con violencia contra los cristales de la ventana. En un arrebato involuntario que no puedo controlar, me voy al salón, enciendo el ordenador portátil y comienzo a escribir. En el aparato de música suena Vanesa Martín. Ahora sé lo que buscaba en la calle a estas horas bajo el temporal. Inspiración. Las musas son caprichosas. Escribo mientras oigo llover, mientras el mundo se moja. El cursor es un insecto enjaulado que corre por la pantalla y al mismo tiempo es un corazón que palpita a golpe rápido, excitado, vivo. Mis dedos danzan sobre el teclado con la agilidad de los bailarines consagrados al ritmo de la melodía que el agua produce al caer.

Escribo un relato breve, mi colaboración quincenal con una revista virtual donde tengo una sección propia. Y me sale un cuento lleno de lluvia, inundado, empapado, hecho con gotas de agua. Es un cuento líquido. Igual que yo.


Por Josep Salvia Vidal

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