Una semana más nuestro querido bardo vuelve a sorprendernos con un nuevo relato, te quedas encerrado en casa sin poder abrir la puerta ¿y qué más puede pasar cuando murphy anda suelto? Pues El mundo tras la ventana de Josep Salvia Vidal os lo puede aclarar.
EL MUNDO TRAS LA VENTANA
Sucedió el otro día. Mi mujer se marchó a primera hora de la mañana porque tenía una importante reunión de trabajo. Lo hizo sin hacer ruido igual que una sombra y se fue llevándose mis llaves, porque no encontró las suyas por ninguna parte. Cerrando, además, por fuera. Me dejó encerrado en casa sin poder salir. Como si yo fuese un niño al que había que castigar porque se había portado mal. Pero yo tenía que ir a trabajar también. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo abrir la dichosa puerta? Pensé en llamarla, pero no habría servido de nada. Si estaba en la reunión, tendría el móvil en silencio.
Entonces alcé la mirada y la vi. Vi la solución. Vi la ventana que hay al lado de la puerta que da al rellano. Todos los pisos del bloque la tienen. Bendita ventana. Bendito el arquitecto que, por alguna razón, decidió diseñar así el edificio. Por suerte, no es muy alta. La abrí. Tiré el abrigo y bandolera al otro lado y de un salto me senté en el alféizar. Con cuidado pasé el cuerpo por el hueco y salté suelo del rellano. Recuperar la verticalidad fue un gusto. Y en ese momento se produjo el milagro.
Había entrado en un mundo distinto, un mundo paralelo, el mundo que queda detrás de las ventanas. En apariencia es igual pero divergente al mismo tiempo. Las cosas. Las personas. Los colores. Los olores. Los ruidos. Todo tenía una pátina diferente. Aquel día no fui a trabajar. Cogí el teléfono y fingí tener una tos horrible, primer síntoma y preludio de un proceso gripal que me tendría varios días guardando cama. Hasta las mentiras eran distintas en aquel mundo paralelo en el que me encontraba después de haber salido de casa por la ventana. Aquella mañana la dediqué a deambular por las calles sin rumbo, a dejarme llevar por el vaivén de las aceras, a descubrir ese mundo nuevo al que había llegado por casualidad.
A mediodía quedé a comer con mi mujer en un restaurante, un italiano que queda cerca de su lugar de trabajo. Resulta que había hallado sus llaves extraviadas al fondo de su bolso y quería devolverme las mías. El restaurante también era diferente, incluso la comida tenía otro sabor más rico al otro lado del mundo. Mi mujer tampoco era la misma y la encontré más guapa de lo normal.
Regresé a casa a media tarde. Entré en el portal y me encontré con la vecina del quinto que sacaba al perro, un pastor alemán muy juguetón y simpático. Subí al ascensor y alcancé mi rellano, en la sexta planta de un edificio nuevo. Busqué las llaves pero cuando ya las tenía en la mano y estaba a punto de abrir, levanté la cabeza y la vi otra vez. Guardé las llaves. Abrí la ventana. Tiré mis cosas dentro y repetí el mismo procedimiento usado para salir. Si se sale, también se entra.
Mi mujer me vio y me miró extrañada. Me preguntó por qué entraba por la ventana si me había devuelto las llaves antes. Yo sonreí sarcástico y le dije que lo dejara estar porque no lo entendería.
Por Josep Salvia Vidal