Empezamos Febrero de la mano de nuestro bardo. Esta semana Josep Salvia Vidal nos trae una historia de un doppelgänger y sin más preambulos os dejo con nuestros dobles.
EL DOBLE
Lo distingo entre la multitud que abarrota la acera en hora punta con una facilidad pasmosa, como si tuviera un imán incrustado en la cara y me atrajera hacia él. Se parece tanto a mí que podría ser mi hermano gemelo. La misma cara, el mismo cuerpo, el mismo pelo, los mismos ojos, la misma nariz, los mismos labios. Cuando lo tengo justo delante, siento un escalofrío enorme que recorre mi anatomía de norte a sur a través de la columna vertebral. Es mi doble, un calco, el reflejo de un espejo encarnado y huido de su mundo de cristal.
Regreso a mi casa intranquilo, me pone nervioso saber que existe en la ciudad donde vivo alguien tan parecido a mí que podría ser yo mismo. En seguida lo imagino tramando algo contra mí, atacándome en un descuido, abalanzándose sobre mí al volver una esquina cualquiera. Me invade la paranoia. Siento que me muevo en el inestable hilo de la cordura y tengo que hacer equilibrios de funámbulo para no caer en el abismo. La locura es un pozo sin fondo. Y no quiero precipitarme al vacío. Procuro tranquilizarme. Respiro hondo. Mi respiración agitada se sosiega poco a poco. Los latidos de mi corazón vuelven a su ritmo normal. Sístole y diástole. El miedo lo acelera todo pero, afortunadamente, después de la tormenta siempre llega la calma. La serenidad es una forma de vivir.
Suena el timbre a última hora de tarde, justo cuando el cielo se viste de naranja y por doquier comienzan a encenderse las luces que parecen luciérnagas desparramadas. Abro la puerta. Es él. Mi doble. Mi clon. El hermano gemelo que nunca tuve porque nunca nació del vientre de mi madre. Me mira con los ojos furiosos. Su mirada es una tormenta sulfurada. El miedo me invade de nuevo y mi respiración se agita por momentos, como si mi cuerpo provocara un seísmo devastador. No digo nada. No hago nada. Estoy paralizado. El silencio que nos rodea es tan denso que se puede cortar con el cuchillo que extrae de debajo de su abrigo. El filo metálico amenazante brilla con la luz blanquecina del rellano.
Vengo a matarte, dice él al fin. En esta ciudad no puede haber otro como yo, apostilla antes de echarse a reír al verme temblar de terror. Pero extrañamente me recompongo al instante y me pongo yo a reír también. En el gesto de mi doble adivino el desconcierto y la sorpresa. No lo harás, le digo. Te conozco demasiado porque eres igual que yo y sé que no eres capaz, añado antes de cerrar la puerta en sus narices. Y mientras observo por la mirilla como completamente atónito tira el cuchillo al suelo, se da la vuelta y se marcha, tengo la sensación de que él es el hombre real y yo el reflejo escapado de un espejo cualquiera.
Por Josep Salvia Vidal