Los cuentos del bardo: Berenice o el sueño eterno (II)
Tenemos una semana más con nosotros a nuestro querido bardo que esta vez nos trae la segunda parte del relato de hace dos miércoles Berenice o el sueño eterno (I) donde como viene siendo habitual nos guarda un giro final que no nos esperamos. Así que disfrutar de este homenaje a Poe por parte de Josep Salvia Vidal.
BERENICE O EL SUEÑO ETERNO (II)
Seguro que desde que me arrestaron estoy en todas las bocas de los habitantes de Londres. Seguro que los correveidiles extienden la noticia de mi ejecución por todas partes. Seguro que hasta la reina Victoria habla de mí en su palacio de Buckingham. Mujeres y hombres, ricos y pobres. Hoy todos hablan de mí, del escritor detenido y condenado, del loco que mató a su joven esposa a los pocos días de casarse. Sobre todo en Bloomsbury, nuestro barrio, allí está la casa donde vivía con Berenice ahora cerrada. Es como si pudiera oírles desde aquí. Si es que ese era un loco. Y puedan que tengan razón, que la literatura me volviera loco pero no hasta el extremo de matar a Berenice. Yo no lo hice. Soy inocente aunque eso poco importe ya a estas alturas porque cada vez falta menos para que las llamas me devoren en el cadalso, para que la muerte me atrape y me arrastre al infierno. Esto se acaba. Estoy cansado. Las fuerzas ya flaquean en mi cuerpo, son escasas, huyen. Ni tan siquiera sé si podré terminar este relato que lleva por título el nombre de Berenice. Este relato inacabado será mi testamento. De repente me siento agotado, la cabeza me pesa igual que una losa, mis ojos se cierran, la pluma se cae de mi mano porque mis dedos ya no pueden sujetarla. Es la muerte que se acerca. Me duermo arrullado sobre la mesa y sobre los papeles de mi relato que se arrugan, la cabeza alojada en el hueco que forman mis brazos. Pronto dormiré el sueño eterno.
William. Una voz dulce y conocida me despierta. Abro los ojos y encuentro frente a mí el rostro hermoso de Berenice. Me quedo inmóvil, con los ojos muy abiertos porque no creo lo que veo. Debe ser una alucinación, una traición de mi mente fruto de la locura que me vence. No puede ser verdad. Berenice está muerta, yo mismo estuve en su entierro. Y sin embargo todo es muy real, muy cierto. Toco su rostro, acaricio su pelo, cojo sus manos y las estrecho entre las mías, beso sus labios, miro sus ojos de agua donde puedo ver su alma. Ella hace lo mismo conmigo. Todo esto es una locura, solo puede ser que esté perdiendo la cordura. Me estoy volviendo loco por la muerte que se acerca hacía mí con zancadas de gigante.
Entonces Berenice me abraza, yo me arrullo a su cuello y me aprieta contra su cuerpo. Puedo sentir su calor, el latido de su corazón que palpita al mismo compás que el mío, nuestras almas se funden y nuestras bocas se unen en un beso infinito. Ahora lo comprendo todo. Berenice ha venido a buscarme para liberarme. Y en ese momento Berenice coge mi mano derecha y de repente nos elevamos del suelo para salir al exterior por el pequeño ventanuco que queda en lo más alto de una de las paredes de la mazmorra. Volamos por el cielo, nos elevamos ligeros porque ahora somos cuerpos hechos de ceniza o de papel. Nos alejamos de la torre y de la mazmorra. Allí quedan la pluma, el tintero, el candil, el relato que no he terminado, la condena, la ejecución, la hoguera y el cadalso. El alba se extiende inundando de colores rojizos el cielo de Londres. Volamos alto.
Por Josep Salvia Vidal