Los cuentos del bardo: Berenice o el sueño eterno (I)

por | miércoles, 3 febrero, 2021 | Los cuentos del bardo, Noticias, OCULTO

Imagen del Tamesis con el Big Ben al fondo

Para este mes de febrero nuestro bardo nos trae un relato en dos partes que fue publicado en una antología que homenajeaba a Edgar Alan Poe, espero que disfrutéis de este relato y el final lo conoceréis en dos semanas, sin más preámbulos os dejo con la pluma de Josep Salvia Vidal.

BERENICE O EL SUEÑO ETERNO (I)

El tiempo pasa lento para aquel que espera que ocurra algo, las horas se arremolinan y se ralentizan alrededor del que se mantiene a la expectativa, aunque lo que tenga que venir sea la propia muerte. Me llamo William y mañana voy a morir ejecutado. Al alba me llevarán al cadalso y arderé en él de la misma manera que la tiniebla de la noche muere quemada en cada amanecer con la luz del día. Esta es para mí la última noche, el final de mi vida. Estoy encerrado en la Torre de Londres. La mazmorra es fría, húmeda, sucia. Un lugar lúgubre, tétrico y siniestro como corresponde al espacio que resulta ser la antesala de la muerte para todos los condenados. Desde aquí oigo el graznido de los cuervos que anidan en lo alto y el rumor de las aguas del Támesis que transcurren a sus pies. Se me acusa de haber matado a mi mujer pero yo no lo hice. Soy inocente y todo esto es una conspiración.

He pedido papel, pluma y candil como última voluntad. Soy escritor y moriré escribiendo. Aprovecho la última noche de mi vida y seguramente las pocas fuerzas que quedan ya en mi cuerpo para escribir un último relato, la última historia que brota del manantial de la imaginación. Cada oración suena como un epitafio prematuro grabado en mi tumba. Cada vez que introduzco la pluma en el tintero provoco un pequeño maremoto en la alberca negra porque la mano me tiembla. Será el miedo de sentir la parca cercana. Las palabras también tiemblan como si tuvieran miedo de algo. La pluma deja un rastro oscuro al deslizarse sobre el papel como si fuesen hebras de tiniebla. El candil ilumina penosamente la estancia creando penumbras que bailan una danza macabra, las sombras me rodean. Y por un momento se abalanzan sobre mí para devorarme pero las ahuyento con un gesto rápido y violento de mi brazo izquierdo. Ahora todo se tranquiliza. Todo en cuanto me rodea se mantiene sosegado. El recuerdo de mi mujer me acompaña en estas últimas horas, a Berenice precisamente le dedico este último relato que estoy escribiendo ahora.

El recuerdo que conservo de Berenice es agradable, hermoso. No recuerdo su cuerpo inerte ni la charca de sangre ni el cuchillo clavado en su vientre. Al contrario. Evoco su rostro angelical. La belleza de Berenice era soberbia. Es curioso como la memoria borra de nuestra mente los malos recuerdos para retener solo los buenos.

Sigo escribiendo. La blancura del papel continúa llenándose de trazos oscuros. Berenice se refleja en ellas y las páginas se llenan de ella porque ella lo era todo. De repente el ruido del portón de la mazmorra abriéndose me distrae. Es un sacerdote. Confieso mis pecados en un último intento de conseguir la salvación eterna de la gloria y evitar el castigo torturante del infierno. Unas cuantas borracheras de absenta, una dependencia temporal del opio, un par de robos sin importancia en la adolescencia, alguna que otra pelea y algunos altercados. Tuve una vida difícil antes de conocer a Berenice por culpa de la orfandad que me convirtió en un ser problemático, arisco y solitario. Conocerla fue un punto de inflexión que marcó un antes y un después. Ella me transformó en una persona distinta y me enseñó el maravilloso sendero de la literatura. Gracias a Berenice descubrí que escribir era una forma de vida. El reverendo me da su bendición, se levanta, camina despacio hasta alcanzar la puerta. El guardia abre, el cura sale y el portón se cierra tras él. La soledad vuelve a invadir mi mazmorra y con ella el silencio más sepulcral. Entonces mojo otra vez la pluma en la tinta y regreso a la escritura y al recuerdo de Berenice que es lo único que me importa ahora, lo último que quiero retener en mi cabeza en el momento de morirme.


Por Josep Salvia Vidal

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