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SABOR A MIEL de Shelagh Delaney
14 de junio de 1975
Me había tirado tres años en la escuela de interpretación dirigida por Trino Trives, un genial director de teatro que se había exiliado a Méjico y regresado a España con la muerte de Franco. «Todos los intelectuales inteligentes nos exiliamos, excepto los burros que se quedaron con el enano para hacerle reverencias», siempre decía riendo con su dentadura grande y perfecta. Los tres años que pasé con él fueron enriquecedores. Trives no vivía de las clases de interpretación, vivía de una millonaria que lo adoraba. Una mujer con clase que cuando hablaba sentaba cátedra. Hacían una pareja extraña. Cuando cerró la escuela se fueron a vivir a un caserón que tenía ella en Murcia y tardé muchos años en volverlo a ver. Fue en la 5º Semana de Cine Español 1989 en Murcia, donde me habían seleccionado Mordiendo la vida, mi tercer largometraje. Nos encontramos en el bar del Hotel Rincón de Pepe. Me dijo que había montado otra escuela de interpretación y que estaba muy contento de que yo siguiera en la profesión. Después de aquella ocasión nunca más lo volví a ver, y un día supe que había muerto. Según la solapa de Sabor a miel de Shelagh Delaney, autora inglesa famosa sobretodo por esta obra, considerada una de las más representadas de su época, me contrató un director, al que llamaremos Gig Young (actor americano que se pegó un tiro porque le dejó la novia) por su cierto parecido. Era un hombre de estatura media, delgado y de pelo negro peinado con ralla y flequillo. Trabajaba en Iberia y cada año montaba una obra subvencionada por la compañía de vuelo. Contrataba actores profesionales y siempre buscaba funciones americanas en las que él y su mujer se pudieran lucir. Ging se creía el mismísimo Alberto Closas por su voz grave y su buen hacer sobre el escenario. Es verdad que no lo hacía mal, pero siempre era el mismo, una prolongación de su personalidad. Fue mi primer trabajo remunerado como actor profesional. Mi papel era el de un negro y me tenía que tiznar en cada representación la cara y manos como Al Jolson en la primera película sonora de la historia, El cantor de Jazz. Esto es cierto aunque parezca mentira. En Mallorca en esos años aún no había negros. Pero me hacía ilusión y lo hice. La protagonista femenina era su mujer, a la que llamaremos Susy Spak (actriz americana protagonista de Carrie) por su cierto parecido, y el protagonista masculino era Juan Santamaría, que gracias a él había entrado en la compañía. Hasta aquí bien, pero el problema vino cuando Susy se enamoró (encaprichó o lo que sea) de mí. Era una mujer angelical, bajita y con la cara llena de acné. A mí más bien me daba dentera. La putada es que teníamos una escena de amor sobre una cama y la muy puta me metía la lengua cuando nos besábamos, con el marido en el patio de butacas dirigiendo el ensayo. Hay que decir que le dábamos la espalda cuando lo hacíamos. La primera vez no le di importancia, pero la que hizo diez le dije que no era necesario meterme la lengua. «Hay que hacerlo lo más real que se pueda», me dijo toda ingenua. Yo decidí pasar del tema, pero ella siguió metiéndome la lengua hasta que opté por mantener la boca cerrada. Entonces se sintió ofendida y empezó a meterse conmigo en cuanto a mi actuación. Ging, que era un calzonazos prepotente que se creía Alberto Closas, hacía lo que ella decía, por lo que me rectificaba continuamente. Pero tuve suerte y Susy empezó a fijarse en Juan Santamaría, que a sus cuarenta años se conservaba muy bien. No le dejaba en paz, y siempre que podía se acercaba a él. Un día, Juan me dijo que Susy se presentó en su camerino y lo intentó violar: «En otra ocasión no te digo que me la tiro, pero con el marido pululando por aquí, ¿qué quieres qué te diga?» me dijo divertido el actor. Y a una semana de estrenar, Susy nos dijo que lo dejaba por incompatibilidades con Santamaría y se fue. Nos dejó a todos sin habla, pero Gig enseguida nos calmo diciendo que antes de estrenar siempre le daba la neura, pero que no debíamos preocuparnos. Y tuvo razón, al día siguiente se presentó al ensayo como si nada ignorándonos a todos. Nunca más me dirigió la palabra, pero siguió metiéndome la lengua en la escena que teníamos juntos. Yo mantenía mi boca cerrada. La obra se estrenó con éxito de crítica y publico. Estuvimos un mes en cartel y luego nos despedimos. Gig Young siguió haciendo obras de teatro pagadas por Iberia, pero con distinta protagonista porque Susy lo dejó a él y a sus dos hijos para irse a vivir con una amiga con la que años después se casaría. Cuando la compañía de vuelos jubiló anticipadamente a Gig, éste montó unos cuantos videoclubs que le fueron bien, pero no se supo retirar a tiempo con la entrada del DVD y se arruinó. Actualmente recorre los pueblos de Mallorca con patéticos montajes de clásicos americanos que ven cuatro.