La vida en las solapas de mis libros: Más dura será la caída

MÁS DURA SERÁ LA CAÍDA de Bud Schulberg

28 de enero de 1972

Según la solapa de Más dura será la caída de Bud Schulberg, que además de escritor fue guionista de dos película míticas: La ley del silencio y Un rostro en la multitud, y chivato, junto a Elia Kazan, de sus compañeros comunistas en la era McCarthy, el ejército eliminó los ordenanzas y tuve que volver a la base de Sant Joan. Esta vez el sargento, marido de la amiga de mi madre, me metió en la Armería. Una casita de unos cuarenta metros cuadrados en pleno campo desde donde se veían las pistas. Estaba apartada de la base y era como un mundo aparte. Por allí no pasaba casi nadie. Era tal nuestro aislamiento que delante de la fachada el brigada había construido una barbacoa para merendar (en Mallorca merendar es comerse el bocadillo de las diez) cada día debajo de una vieja lona. La casita se dividía en un taller, un baño con ducha que daba asco, y dos despachos: uno del capitán y el otro del brigada. La limpieza brillaba por su ausencia. Solo éramos cuatro los destinados allí, y, excepto el brigada, que siempre se traía trabajo de fuera, que consistía en arreglar armas de todo tipo, por lo que cobraba un buen dinero, nadie movía un dedo. Yo entraba a las ocho de la mañana y me ponía leer en el despacho del brigada con su permiso, el capitán venía sobre las diez a merendar y después se marchaba hasta el día siguiente, y el sargento Gutiérrez se pasaba la mañana yendo y viniendo de la cantina mientras que fumaba Ducados tras Ducados. Esta situación podría haber sido un paraíso pero no fue así. Al sargento Gutiérrez le caí mal desde el primer momento. Era un andaluz grueso y fuerte, con un marcado acento andaluz y el pelo de color negro peinado hacia atrás. Era la excepción que confirma la regla en cuanto a que todos los andaluces tienen que ser graciosos. Él era un cordobés borde. Diferente al brigada y al capitán que era bajitos, calvos y entrañables. El primero mallorquín y el segundo de Málaga sin ningún tipo de acento. Desde el primer día al sargento le fue mal que yo leyera y empezó a molestarme mandándome hacer tareas absurdas, como limpiar la armería, llevar paquetes a sus amigos que estaban en otras dependencias, ir a comprar una cerveza a la cantina cuando él no dejaba de visitarla continuamente, limpiarle su SEAT 850 por dentro y por fuera cada semana, etcétera. Me habían cambiado a la señora del capitán Lucio por un sargento ignorante y borracho. Digo esto último porque cuando nos íbamos a las dos ya se iba un poco chispa, como le decía el brigada. Al cabo de un mes pensé que tenía que acabar con aquella situación porque un día mandaría a la mierda al puto sargento y la cagaría. Me conocía y sabía que eso ocurriría. Pero pensé en otra solución. Mi primera opción fue conocer más al capitán Perelló, y cuando el sargento estaba yendo y viniendo de la cantina, intenté intimar con él. Mi primera sorpresa fue que le encantaba la pintura y que era un pequeño coleccionista. Enseguida le dije que yo era pintor y que si quería podía pintarle un cuadro. Al capitán se le abrieron muchos los ojos y enseguida dijo que sí, que encantado. «Te dejo mi despacho para que pintes —me dijo solícito—, prácticamente yo no lo utilizo.» Al día siguiente por la mañana coloqué mi caballete, mi espátula y mis tubos de óleo en su despacho. Cuando el sargento vio aquello puso cara de perro y empezó a mandarme tareas absurdas. El capitán estuvo una semana fuera y cuando volvió se encontró con que yo solo había conseguido manchar una tela. Me preguntó qué pasaba y yo, encantado y muy explícito, se lo expliqué. No dijo nada y a la mañana siguiente mientras merendábamos le dijo al sargento: «No le mande ni una sola tarea más a Martín hasta que yo se lo diga, ¿de acuerdo, sargento?» le dijo sin mirarlo a la cara. «Sí, mi capitán.» Contestó el sargento. El tipo nunca más me molestó, me hablaba lo indispensable, y al capitán le regalé como diez cuadros tamaño medio hasta que me licencié.


Por Martín Garrido Ramis

Un comentario en «La vida en las solapas de mis libros: Más dura será la caída»

Rosa

Querido Martín: geniales y simpáticas tus historias de la vida. Olé por ese capitán que apostó por las artes. Una abraçada.

5 noviembre, 2019 a las 7:55 am

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