La vida en las solapas de mis libros: La jungla del asfalto

por | martes, 24 marzo, 2020 | La vida en las solapas de mis libros, Noticias, OCULTO

portada la jungla del asfalto

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Tras unos cuantos meses sin publicar en estos días de cuarentena recuperamos la sección La vida en las solapas de mis libros de Martín Garrido Ramis viajando a enero de 1976 a un momento muy importante en la vida de Martín.

LA JUNGLA DEL ASFALTO de William Riley Burnett

15 de enero de 1976

Según la solapa de La jungla del asfalto de William Riley Burnett estába ensayando El mono piadoso de José Rubial. Una función adelantada a su tiempo escrita por un autor exiliado. Contaba que en EEUU cualquiera puede ser presidente. No se equivocaba. Lo hacíamos en el primer café teatro de Mallorca que yo había creado después de terminar las representaciones de Sabor a miel.

Cómo aún no sabía cómo marcharme a Madrid a trabajar de actor, se me ocurrió buscar una discoteca para hacer café teatro, que estaba de moda en Barcelona y Madrid. La pequeña disco se llamaba Babel’s y yo la rebauticé como Café Teatro Babel’s. Fue un auténtico éxito. Las representaciones eran los jueves, viernes y sábados a las diez y media de la noche. En aquel antro burgués se veían muchas cosas. Por ejemplo, al actor de moda en aquel momento, Helmut Berger (La caída de los dioses), metiéndose mano. sin ningún tipo de prejuicio, con uno de los nietos del millonario mallorquín que ayudó a Franco a ganar la Guerra Civil. Era un joven atractivo y de pelo largo y negro. Educado y agradable que tuve el gusto de conocer (fue una de las primeras víctimas del SIDA en Mallorca, aunque la familia lo ocultó cuanto pudo. Ya se sabe cómo son los ricos: lo importante son las apariencias). Por aquel local pasaron muchos famosos y famosas, que en repetidas ocasiones, los camareros tenían que meterlos en el taxi borrachos o colocados.

En aquel tiempo Juan Santamaría (sería presentador en TVE del programa 625 Lineas y se casaría con una de las hermanas Hurtado), el actor con el que había compartido reparto en Sabor a miel, me llamó para darme la primera gran oportunidad de mi vida profesional. La gran Nuria Espert (la actriz y directora de teatro más internacional de España) buscaba un actor de mis características. Había llamado a Santamaría por teléfono para decirle que iba a montar Divinas palabras de Valle Inclán en el Auditórium de Palma por ser en aquel momento el más grande de Europa. «Le he hablado de ti y quiere hacerte una prueba» me dijo Santamaría. Acepté y al cabo de una semana acudía a las cuatro de la tarde al Auditórium de Palma.

Tengo que aclarar que en ese momento estaba dirigiendo con unos jóvenes actores mi primera obra de teatro escrita por mí: Los comediantes de la vida. Llevábamos cerca de un mes ensayando. Nuria Espert no era una mujer muy atractiva, pero tenía personalidad y una especie de magnetismo que subyugaba.

La prueba se hizo en la Sala Magna del Auditórium en el que caben unas mil personas. Durante la prueba solo estaban ella y Víctor García, un argentino bajito considerado uno de los mejores directores de teatro del momento (fue una de las primera víctimas del SIDA junto a Rock Hudson). Nuria, muy fría, me dijo lo que quería que hiciese. O sea, tenía que revolcarme en calzoncillos por el escenario gritando como un poseso. Luego recitar cualquier verso o escena teatral que supiera y acabar llorando. Al final de la prueba me dijo: «El papel es tuyo, Martín.»

Tenía 21 años y mi vida habría cambiado radicalmente si hubiera dicho que sí. Era la primera oportunidad real que tenía en mi vida, la que cualquier actor de mi edad se hubiera vuelto loco de alegría. Aún hoy, no entiendo porque dije que no a la Diva. «¿Esta función se llevará por todo el mundo?» me atreví a preguntarle. Asintió sin dejar de mirarme. «Es que estoy ensayando con unos amigos mi primera obra de teatro y me sabría mal dejarlos colgados.» La Diva siguió mirándome porque seguramente no se creía lo que estaba oyendo. «Pero no te preocupes que yo te traigo a un actor que lo hará igual de bien que yo y no le importará irse de gira.» «Vale.» dijo y se fue. Le llevé a un amigo que se fue de gira con la compañía por todo el mundo y en los mejores teatros. La gira se terminó en el Teatro Monumental de Madrid. Yo estrené mi obrita de teatro en la Sala Mozart del Auditórium y estuvimos dos semanas con teatro lleno y buena crítica. Después el grupo se separó y, excepto con uno de aquellos actores, no he vuelto a tener relación con ninguno de ellos.

Actualmente tengo 67 años y aún no he descubierto porque dije que no a Nuria Espert. Una de las respuestas que barajo es que tengo un peculiar sentido de la lealtad y me importa casi todo un rábano. Si hubiera dicho que sí a Nuria mi vida no tendría nada qué ver nada con la que he vivido.


Por Martín Garrido Ramis

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