La triste pero breve vida de un cigarro
Permanecía en silencio, con el cigarrillo olvidado en sus labios temblorosos. El furioso viento lo fumaba por ella. Dos gruesos ríos encharcaban el maquillaje de sus mejillas. Lloraba sin pronunciar ningún sonido. Sin aspavientos. Lloraba muerta en vida. Era un llanto enigmático, mudo, casi anónimo.
Recordó cómo Mimi, durante años, se expresó con tanta seguridad en sí misma que la creyó. Siempre habló mucho, pero nunca dijo nada. Igualmente, se tragó sus mentiras.
Observó, con el aire otoñal bailando en estado salvaje junto a su pelo castaño, cómo su otra mitad se alejaba cada vez más calle arriba. Así veía su futuro en aquel momento: cuesta arriba.
Se sacó de la boca lo que quedaba del cigarro y lo arrojó al suelo con furia, apuñalándolo hasta la muerte con el tacón de su zapato. Con el otro pie pisó su propio corazón, que Mimi había dejado resbalar hasta el suelo. Entonces empezó a llover. Cayó en la ciudad un chaparrón de recuerdos en forma de afilada y afónica llovizna. Las nubes escondieron el cielo. Llenaron el día de oscuridad. Era algo más que negro, parecía el antónimo de la luz. El agua acabó por enterrar los restos del pitillo, poniendo punto y final a dos historias de amor que empezaron donde lo hacen todas: en los labios de alguien especial.
Gracias a Tierra Trivium por abrazar mis letras.