Dicen que de amor ya no se muere, de cualquier tipo de amor, y estoy de acuerdo; se muere de pena.
La pena es un parásito minúsculo que no conocemos al nacer, pero con los días, los meses, los años, va ocupando nuestro cuerpo en menor o mayor medida, asentándose, regodeándose, a veces es como un puñetazo en el estómago, otras como un puñal en el corazón.
Mientras vida es un coro de voces cantando que tu puedes, mientras tú, consciente de la carcoma de tus órganos, sabes que el final se acerca, y a ratos incluso lo anhelas, para poder descansar.
Porque la pena, no tiene compasión, es un bloqueo que se siente en el estómago, en el corazón, en la garganta, y en su inmisericorde existir, a veces hasta llorar te impide, y entonces, el dolor te abarca entera, y ves a la parca navegando por sus grutas, con el remo, acercándose a ti.
No, de amor no se muere, se muere de la pena, por cada latigazo de odio, que quién amas estalla en ti.
La pena
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