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Lo primero disculparme pos no acudir la semana pasada a nuestra cita semanal, un cúmulo de circunstancias unido a un fallo informático lo impidieron. Esta semana me hubiese gustado ofreceros una nueva entrevista, pero aun la tengo en postproducción como dirían en el cine, así que he decido rescatar, y nunca mejor dicho, un relato que escribí sobre el drama de los refugiados. Ese drama que ha dejado de ser noticia de primera plana, pero que sigue provocando muertes cada día. Y sin enrollarme más os dejo con mi relato que fue publicado originalmente en una antología titulada Refugiados recopilada por Luisa Gil.
Viaje sin retorno
El reloj
Aun lleva su reloj, parado a las 3:37 de la mañana. La hora del naufragio. Lo único que le quedaba. La guerra se había llevado a sus hermanos y sobrinos, durante la huida de las ruinas de su ciudad había enterrado a su mujer y a dos de sus hijas.
Subió a cubierta para ver la costa europea suponiendo que ya habían pasado todos los peligros, pero el destino aún se guardaba una última jugada. Un golpe de mar hizo que el barco, en cuyo pasaje había empleado la mayor parte de la fortuna familiar, se escorase. Cayó por la borda y vio impotente como el mar se lo tragaba todo. Nadie más sobrevivió.
Cada vez que mira su reloj no ve la hora fatídica, se traslada a los días felices cuando lo recibió de manos de su abuelo.
Calderilla
Han pasado varios meses desde su llegada a la ansiada Europa, donde no le han acogido como se esperaba, y aun conserva en su bolsillo una moneda de cinco libras sirias para recordar que le ha llevado a estar tan lejos de su casa.
Un día de trabajo
Prepara cada día la ropa de trabajo: botas de goma, mono verde y guantes. Según llega al jardín lo primero que hace es ir a limpiar las malas hierbas de una hilera de rocas junto a la puerta del edificio. Es un trabajo que a ninguno de sus compañeros le gusta. Por eso le preguntan porqué lo elige siempre, se limita a decir que le gusta hacerlo como si fuese lo más normal del mundo. Lo que no quiere contarles, es que ese trabajo le permite recordar su vida anterior, cuando publicaba artículos en revistas que sus compañeros ni conocen y era admirado por algunos de los que pasan a su lado sin reconocerle mientras cuida la exposición de minerales al aire libre.
El regreso
Desde que dejó su casa con una pequeña maleta con lo indispensable, dudando si un día volvería, pensaba en como serian las cosas el día que pudiese volver, qué se encontraría…
Ahora, con el billete de avión en la mano, recuerda todo lo que tuvo que dejar atrás: fotos, recuerdos, libros y otros objetos queridos.
Todos estos años, ha guardado como un objeto precioso las llaves de su casa. En cuanto pisa tierra las agarra con fuerza para que le den la energía necesaria para seguir adelante, sabiendo que no volverá a ver a su mujer, oír reír a sus sobrinos, disfrutar de los guisos de su madre, conocer a las parejas de sus hijos y tantas otras cosas que se llevó la guerra.
Ha llegado al que fue el principal aeropuerto del país. Ve la torre de control destruida por la artillería, vuelve a tener ganas de dar media vuelta, aferra las llaves. Algo dentro de sí le insta a continuar.
De camino a su barrio siente en lo más hondo de su ser, las calles destrozadas, los edificios atacados por la viruela, las zonas de su ciudad en las que se pierde, las calles donde antes había edificios, los restos de metal entre las montañas de cascotes…
No se percata de que ya está en su barrio, pasa de largo su calle sin reconocerla y tropieza con el parque donde llevaba a sus hijos. Busca su calle, desanda el camino y encuentra el solar donde una vez estuvo su casa.