Esta semana para cerrar el mes de agosto os traigo la primera peripecia de un mago muy peculiar que de vez en cuando aparecerá por la buhardilla. Espero que os guste este nuevo personaje.
Un mago apestoso
Un día, sin una razón concreta, decidió empaquetar las pocas cosas que tenía y salir sin rumbo. Tomo su ajado grimorio, con las huellas de ese maldito baúl con patas que intentó robárselo de un bocado; un cayado de madera de acebuche resistente a cualquier percance; una túnica nueva, para su gusto, solo tenía dos docenas de remiendos y un centenar menos de manchas que la túnica de diario; un par de sandalias de esparto y unas pocas provisiones.
Aún recordaba con nostalgia el día en que llego a estas agrestes montañas buscando una tranquilidad que no había podido encontrar. Tal vez por esa afición suya de intentar conseguir la piedra filosofal, aunque solo logrando invocar a los más terribles y desagradables seres de otras dimensiones.
Embelesado en esos pensamientos se tropezó con una raíz de un árbol que no supo identificar y con el tronco de una secuoya bien crecidita, por lo que se planteó dejar de ir campo a través y tomar el Camino Real que discurría a una decena de metros. Esto le restaría épica a su aventura, pero le garantizaba llegar al primer pueblo sin más moratones y con una pinta un poco más decente. Salvo por el detalle sin importancia de que todo ser vivo o que alguna vez lo estuvo reconocería su presencia en un radio de varios kilómetros y que hasta una mofeta evitaría su compañía, gracias a sus efluvios corporales.
Esto no evitó que digamos tuviese la mala suerte de que se cruzase con un salteador de caminos que había perdido el olfato y que no hacía mucho que había llegado a la comarca. Al que la visión de un anciano zarrapastroso apoyándose en un cayado, con un sombreo dos tallas más grande y un voluminoso zurrón le pareció que le había tocado la lotería.
Nuestro mago, que aun conservaba un fino oído, entrecerró los ojos para intentar identificar de donde había venido un ruido como de una ramita partiéndose, pero tantas noches descifrando la difícil letra de su grimorio le habían pasado factura y no era capaz de distinguir un gato negro entre la nieve a menos de un metro.
El bandido se quedó paralizado pensando que le había visto, pero como el mago siguió avanzando sin dar muestras de apartarse del camino, pensó que había sido una falsa alarma y se preparó para saltar sobre él en cuanto estuviese a su alcance. Con tan mala suerte de que el mago con un guijarro, se pisó la túnica y acabó dando una extraña voltereta justo en el momento en que le iba a atacar el forajido al que le acertó en toda la cabeza con el cayado.
Cuando el mago recuperó la estabilidad se limpió el polvo de la túnica y siguió andando como si no hubiese pasado nada, mientras el pobre bandido quedaba tirado inconsciente en mitad del camino sin saber muy bien que había pasado.
En el primer pueblo en el que pidió posada para dormir le enviaron a dormir a la pocilga con unos gestos de asco que no entendía, hacía tiempo que se había acostumbrado a su olor y tampoco ayudaba el que entre sus provisiones llevase un par de pócimas de sabor asqueroso y no mucho mejor olor así como un pequeño pedazo de azufre junto a boñiga seca de unicornio. En cuanto se acercó a la pocilga los pocos cerdos presentes se pusieron a gritar como si los fuesen a degollar y al cabo de unos segundos cayeron inconscientes por el hedor.
Al cabo de unos días ya había corrido por la comarca la noticia de que un mendigo apestoso iba recorriendo el Camino Real, por lo que antes de que llegase a cualquier población los vecinos le recibían pertrechados con una especie de mascaras y armados con todo tipo de elementos desde horcas hasta piedras de amasar y le conminaban a que diese un rodeo.
Y ahí dejamos la historia del mago hasta su siguiente peripecia y en unas semanas dará comienzo la nueva temporada de la Revista Tierra Trivium.