Tras estas navidades tan extrañas, he recordado un relato que escribí en 2016 para una antología navideña y en el que me pareció gracioso darle una vuelta a las típicas historias navideñas, pero en este 2020 el final ha cobrado un significado completamente distinto. Sin más preámbulos os dejo con El extraño.
El extraño
Nadie entendía como le gustaba ir en diciembre con esa capa de armiño, y esa vestimenta típica del polo, cuando las temperaturas rara vez bajaban de los 40 grados. Todos los años repetía vestimenta. En esta remota zona del planeta no habían llegado las películas de Hollywood, ni la publicidad. Solo este hombre blanco, al que todos querían como uno más, con su espesa barba blanca y su aspecto bonachón. Que solía vestir acorde al resto del poblado salvo esos días de mediados de diciembre, según su calendario.
Año tras año, para asombro de todos, repetía el mismo ritual. Una mañana amanecía vestido con dichos ropajes y cuando caía el sol desaparecía un par de días, tras los que volvía muy cansado. Hubo veces que se pasó una semana entera durmiendo. Otros años volvía ligeramente embriagado y no paraba de realizar extraños cantos, mientras agitaba una campana, hasta que caía dormido.
Algunos pensaban que era un hechicero blanco que su gente había expulsado de su lado por algún mal hechizo. Otros que era un demonio que venía a castigarles, pero salvo esos días el resto del tiempo era el ser más amable del mundo, por lo que sería un demonio muy raro. Luego había otro grupo de gente a los que les daba igual su presencia, incluso si no hubiese tenido forma humana lo habrían tratado como uno más sin hacer preguntas.
Pasaron lustros sin que pareciese que este extraño hombre envejeciese lo más mínimo. Siempre llevaba el pelo de la misma longitud junto con su espesa barba blanca. Los más viejos del lugar, que eran unos niños cuando apareció por primera vez por el poblado, empezaron a dudar de él y de su extraña longevidad. Por ello, decidieron robar sus extraños ropajes y vestirlos a fin de obtener parte de esa longevidad. Ese año, al no encontrar sus ropajes, tuvo que improvisar otros con la esperanza de que nadie se diese cuenta. No regresó. Los ancianos conmocionados por la desaparición del extraño hicieron toda clase de ofrendas para resarcir su ofensa a este ser inmortal que tantos años había compartido con ellos, sin ningún resultado.
Mientras tanto en un psiquiátrico en la otra punta del mundo lleva varios años ingresado un anciano de barba cana y aspecto bonachón, que fue localizado por la policía cuando intentaba entrar en una casa el día de navidad vestido con unos extraños ropajes hechos con plantas y portando un enorme saco lleno de regalos de navidad. No llevaba documentación y decía ser Papá Noel. Nadie le creyó, todos le tomaron por un loco o un ladrón que estaba haciendo su agosto. En el psiquiátrico todos le llaman Nicolás. Desde ese día las navidades no han vuelto a ser iguales.
Por Ignacio J. Dufour García