Khandroma: Mi primer tampón o cómo no ser una gallina
Hay momentos que nos marcan en nuestro desarrollo y muchos de ellos desde la sociedad se nos impone que tienen que ser íntimos como si fuesen algo malo, y mucho menos hablar de ellos en público.
Pilar Astray Boadicea hoy nos trae un texto sobre la menstruación y la valentía de las niñas que se enfrentan a una sociedad que sigue considerando la sangre de las mujeres un tabú.
Pilar Astray Boadicea es también prologuista y embajadora de Regla fanzine: un fanzine creado por Sasha Pradkhan para personas que menstrúan.
Así que os invitamos a leer Mi primer tampón o cómo no ser una gallina, de Pilar Astray Boadicea, para que quienes lo necesiten encuentren los referentes que necesitan en esos momentos y como sociedad dejemos de considerar la higiene menstrual como algo sucio.

Mi primer tampón o cómo no ser una gallina.
Tengo doce años y estoy sentada en el suelo del aseo que hay en la caseta del jardín de mi tía Merche y que cumple la función de vestuario-aseo ya que está justo enfrente de la piscina. Estoy en Poulo. Una pequeña aldea de La Coruña cerca de Ordes: el pueblo de mis abuelos. Mi tía abuela Merche y el resto de la familia me están esperando fuera. Mi abuela aún está viva. Todos se bañan alegremente mientras tanto. La estampa no podría ser más perfecta. Tenemos un montón de gatos, casas de muñecas y estoy rodeada de matriarcas gallegas maravillosas.
Mi hermano pequeño es un niño que juega a la gallinita ciega y mi otro hermano está buscando cómo hacerle alguna travesura. Todos están bien. La sonrisa de mi difunta abuela que pone las piernas al sol. Suena Juanes en la radio. Mi tía abuela de ochenta años fuma sin parar dejando la marca de su pintalabios rojo por todo el cenicero y, apuesta a las cartas, ganando como siempre y dejando sin blanca a los presentes.
Todo está bien. Pero yo estoy sentada en el suelo del baño, con las piernas abiertas, sangrando y en la mano una caja de tampones. Quiero bañarme. Os prometo que lo quiero más que nada en el mundo. Soy pura agua. Soy gallega. Soy Escorpio. Soy una maldita sirena y quiero bañarme.
Lo intento otra vez. Meto la mano en la caja, cojo un tampón y lo miro. No parece tan grande. El tacto del algodón parece bastante áspero. Me pregunto si la sensación en el sexo será igual de horrible. Leo las instrucciones. Los dibujos me producen espanto. Parece que esa cosa se mete dentro de mi cuerpo. Siento que voy a practicarme una operación. Respiro y lo intento otra vez, debe ser que me lo estoy poniendo mal.
Otra vez ese maldito dolor. Me entra el pánico. ¿Siempre va a ser así? ¿No podré meterme ya en el agua con mi familia? ¿Tendré que sentarme como una inválida y no poder hacer las cosas que hacía antes?
Recuerdo que hace unos meses todo parecía más fácil. Un día sangré. No había nadie en casa y fui al baño de mamá y cogí una compresa. Cuando llegó Mamá, estaba deseando una intensa charla, me sentía rara, me sentía muy triste y no sabía qué me pasaba exactamente, pero sentía una terrible decepción aún no teniendo expectativas de nada. Ya eres una mujer. Sin más. ¿Ya está? ¿Así, de repente?
Primero fueron esas dos protuberancias que dolían al salir como si me estuviera naciendo del mismo cuerpo un extraño alienígena. Mi tía me decía que comiera almendras, que así me saldrían más grandes. ¿Pero yo quería que fueran más grandes? Si apenas podía ocultarlas para que no se metieran conmigo los chicos en el colegio. Ellas estaban ahí señalando la verdad de mi transformación, no me permitían esconderme, me humillaban con su forma imperfecta pugnando por salir.
Pero volvamos al verano del 2002. Tengo muchísimo miedo a volver a sentir esa sensación insoportable. Releo las instrucciones. Las chicas de los anuncios parecen felices, liberadas. ¿Por qué yo siento este dolor? ¿Qué está mal en mí? Se suponía que yo quería tener la regla, porque le había venido a algunas niñas y cuchicheaban sobre ello en el servicio y yo quería sentirme una más, quería ser de las más adelantadas, mirar con superioridad a mi prima pequeña y contarle cómo era aquello.
La realidad de la situación me muestra que no debo estar nada preparada para ser una mentora. Llamo a Mamá y le pido por favor que entre conmigo en el servicio. Quiero a mi madre con todas mis fuerzas y, sin embargo, ahora mismo estoy sentada en el suelo y ella está intentando meterme el tampón y explicarme cómo se hace y la situación es realmente incómoda. ¿Casi traumática?
Sé que estamos haciendo algo revolucionario aunque en ese momento solo me parezca raro. Mamá me está ayudando con la transición. Mamá me está lanzando una cuerda de genes como ayuda a mi pozo. Mamá me está arropando con su amor. Ella es ahora mi heroína y yo la estoy decepcionando porque soy tan débil como un pajarillo y no quiero ser débil. Me pide que esté tranquila. Me explica que aquello no rompe el himen, así que debería relajarme. Yo no sé muy bien qué es el himen, pero la idea de que me rompan algo me aterroriza. Suena a que voy a estar rota yo también.
Mamá, no puedo, no puedo relajarme, me duele mucho. Y mi frustración y mi rabia empiezan a tomar forma en mi cara. Ya no soy una niña. Ya no soy agua. Ni siquiera tengo la pasión de Escorpio. Solo soy un ovillo medio desnudo agitado y enfermo, pegado contra la pared. Más triste que nunca, así me siento. No quiero crecer. Quiero que me venga la regla para ser de las más adelantadas, pero no quiero crecer. Llevo años intentando ser más pequeña de lo que parezco. No me gusta que los hombres y los más mayores me miren por la calle. Ya no puedo ponerme faldas cortas. Debo tener cuidado, todo ha cambiado. Tu cuerpo ya no es el mismo, me lo dicen por todas partes y me siento culpable de tener este cuerpo.
Llevo una hora encerrada en el servicio y se va a ir el sol. Me resigno a perder. Mamá, necesito estar sola. Lo intento una vez más.
Imposible.
Cojo papel higiénico y me fabrico una compresa de papel tan enorme como un pañal y lo pongo en mis bragas como barrera entre ellas y mi vagina sangrante. Me miro en el espejo. Tengo unos pequeños granitos en la cara. Los toco. Los cuento. Observo mi rostro y me pregunto si creí que iba a ser así, cuando soñaba que podía ver cómo era de mayor o me imaginaba que sería una mujer guapísima triunfando en alguna gran avenida con un brillante trabajo. Aquella rata de biblioteca con acné, incapaz de ponerse un tampón, no se parecía para nada a lo que yo hubiese soñado. Yo no era Xena, ni siquiera podía opositar a ser Gabrielle, su fiel escudera. Jo March se hubiese echado agua en la cara y se hubiese puesto el tampón sin rechistar. Jorgina de Los cinco de Enid Blyton o mi querido Jorge, como le gustaba llamarse, hubiese entendido que aquello era una batalla de niñas, fácil y, me hubiera dado una patada. Ana de Tejas Verdes seguro que hubiera tenido imaginación suficiente para salir de la situación y celebrar la fiesta de la regla con su mejor amiga Diana.
Yo no tengo a mi mejor amiga cerca, no sé si quizá tenga una de verdad y todos mis referentes femeninos ahora mismo creen que soy un chasco. Llevo jugando al fútbol toda la vida, no me gusta el rosa, tengo dos hermanos, sé muy bien lo que significa ser una nenaza y yo no quiero serlo por nada del mundo. He visto cómo los chicos meten tampones en la fuente del pueblo y se ríen cuando se hinchan de tal forma que parece que se burlan de nosotras.
Salgo hacia el jardín y me siento al lado de mi madre y mi abuela. Mis hermanos están jugando como niños que son a Marco Polo. Les miro con cierta envidia. Me salpican.
¿Por qué no te bañas? ¡GALLINA!
Por Pilar Astray Boadicea