Rafael Caunedo (1966) es profesor de escritura creativa en el taller de Carmen Posadas, escritor y redactor en la revista Culturamas. Dirige el blog www.mundovolubles.blogspot.com y es autor de novelas condecoradas, como Plan B, Helmut y Lo que ella diga, siendo este su último trabajo.
¿Cuándo supo que quería escribir?
R.C. Mi padre tenía una Olivetti Lettera 32, una de esas pequeñas y verdes. Me encantaba teclear a toda velocidad, como si fuera Glenn Gould al piano. Escribía minitextos en el centro de un folio. Pensamientos que me parecían muy profundos. No era el acto de escribir lo que fascinaba, sino creerme escritor. Luego, con el tiempo, me ha ocurrido lo contrario: he desmitificado a muchos autores para reivindicar solo la profesión.
¿Recuerda lo primero que escribió? ¿Qué edad tenía?
R.C. No fue lo primero, seguro, pero sí fue lo primero de lo que tengo constancia. Un día, en el colegio, nos mandaron escribir un relato. Al día siguiente, el profesor sacó uno al azar y comenzó a leerlo en voz alta. Recuerdo reconocer mi texto en cuanto empezó. Me puse atacado de los nervios. Pensé que mi relato era bueno, pero cuando llevaba la mitad, el profesor dijo: “… y continúa, bla, bla, bla… pero es muy largo”. Y lo volteó sobre la mesa para empezar otro. Fue una desilusión tal que nunca lo que olvidado. Estaría en EGB o así.
- ¿Qué lee usted?
R.C. Ficción. Novelas. Tengo un problema: me gusta evadirme de la realidad, así que la ficción es una de las mejores vías ?y no es tan cara como las drogas?. Soy un lector infiel a modas, géneros y éxitos. Leo de todo, más por impulso que por consejo, crítica o recomendación. Dependo de mi estado anímico, así que mi elección depende siempre de cómo me encuentro. Si tuviera psicoanalista, le preguntaría antes a él que a un librero.
- ¿Qué libro le gustaría haber escrito?
R.C. Pues me cuesta desligar un libro de su autor; a cada uno lo suyo. Eso sí, no estaría mal quedarme con cualquiera que tenga unos suculentos derechos de autor.Desde su punto de vista, ¿qué carencias tiene la literatura contemporánea?
R.C. Espacio para las pequeñas editoriales que apenas tienen visibilidad. Hay algunas, no todas, que están sacando joyas.
Háblenos de ELA. ¿Qué inspiró la idea?
R.C. Vivirla de cerca. Un amigo íntimo duró los cuatro años de rigor. Ver algo tan cruel me hizo poner el foco en el entorno, y de ahí nació la novela. Me inventé una historia en torno a una sentencia de muerte.
¿Fue difícil el proceso de escritura?
R.C. No, la verdad es que no. Que el tema sea duro no significa que me acueste con él. No soy de esos autores que todo lo somatizan. A mí me bastan dos cañas para olvidarme. Tengo esa facilidad. Escribí sobre la ELA, no sobre mi amigo enfermo de ELA. Nada más.
¿Le satisface más escribir o formar escritores?
R.C. Escribir, sin duda. Me gusta también la formación o realizar informes de lectura de manuscritos, pero lo verdaderamente gratificante es ver como tu historia crece. Si dijera lo contrario, mentiría.
¿Qué le gustaría que pensaran los lectores cuando se adentren en sus páginas?
R.C. Me basta con que agradezcan el tratamiento distante que doy al dolor y al sufrimiento. No hemos venido aquí a pasarlo mal, ¿a que no? Quiero que sientan, que se emocionen, pero no angustiarlos. Creo que en la novela lo cumplo.
¿Qué significa para usted la literatura?
R.C. Soy lo que leo.
¿Le cuesta cambiar de registro?
R.C. No. Me gusta probar. A veces me salgo del camino y me pierdo. Luego vuelvo sin arrepentimiento. Otras veces, simplemente, encuentro una vía mejor y más divertida. Lo hecho, hecho está.
¿Qué es lo que más le ha costado aprender?
R.C. No he aprendido aún a tener mi biblioteca colocada. ¿Alguna sugerencia?
¿Qué diferencia un buen de un mal libro?
R.C. Cuando acabo un buen libro espero un par de días para empezar otro. Si el libro es malo, cojo otro al instante para olvidarlo cuanto antes.
¿Cuáles son sus próximos proyectos?
Bueno, es fácil: vivir y a ver qué pasa.
Muchas gracias por su participación en la Revista Tierra. Le deseamos el mayor de los éxitos en su trayectoria literaria.