Para este día de los Inocentes en vez de hacer una broma como es costumbre y anunciaros una nueva participación en el Relato Caleidoscópico y repetir la entrada del otro día, os guardo un regalo. En esta entrada os recopilo todos los relatos caleidoscópicos que hemos tenido e iré a incluyendo los que vendrán, ya que a las aventuras de Elíseo aun les queda cuerda para rato. Y como esta va a ser una entrada muy extensa no me voy a alargar más, sólo añadir Felices Fiestas y nos vemos en 2020.
Día 1 (Ignacio J. Dufour García)
El monótono sonido de un ventilador rompía la tranquilidad del edificio. Lentamente Elíseo recuperó el conocimiento. Sentía como si la cabeza le fuese a estallar con cada latido de su corazón y el zumbido del ventilador no ayudaba a superar dicha sensación. Poco a poco fue abriendo los ojos y sintiendo el teclado del ordenador aplastado contra su mejilla derecha, en concreto la tecla Intro del mismo. Se enderezó poco a poco en su silla. No había ni rastro de su ordenador, la pantalla aún estaba encendida. Su cerebro seguía sin regir con claridad, había una laguna en su memoria desde la pasada tarde. La claridad empezaba a filtrarse por entre las cortinas que cubrían el ventanal del fondo de la oficina.
Se levantó, mirando a su alrededor, y no había nada ni nadie. Solo alguna telaraña en el techo agonizante, un poco de polvo tras las puertas acumulado. Y, de repente, salió corriendo del edificio, bajando de dos en dos las escaleras, golpeándose contra la soledad acrecentada entre tanto silencio. Bruscamente, paró. Un silbido le iba acompañando a lo lejos. Un silbido dulce, suave, de mitológica sirena. Elíseo seguía sin recordar, pero escuchaba el sonido de la lluvia en los silbidos, la verdad en cada escalón no bajado. Quieto, como de piedra, en aquella soledad impertinente, solo sus piernas dirigían su destino.
La tarde anterior era un vacío despeñándose por el hilo de sus pocos años: cuarenta. En el Nuevo Cómputo, eso eran unos diez. Unos diez años de los Nuevos Humanos. Él no era consciente de ello, pero nosotros sí. Elíseo era el nuevo Campo de Experimentación. El borrado de su memoria, la soledad de los pasos recorridos en una mañana que se inauguraba en silencio, solo dejaban espacio a una palabra:
NO
Poco a poco, una lejanía letánica se iba imprimiendo en su cerebro:
No a las armas
No a las almas
No a…
No sabía si tenía que ver con el último vídeo de MorTube, la nueva plataforma de Experimentación que se abría paso en ese mundo alternativo de 2018: nunca nadie habría podido asegurar que en su torpe cerebro cupiera una habitación más.
Nosotros sí.
Desde una orden remota activada por manos desconocidas, Elíseo quiso comprar el diario. El diario. Sí. De papel.
Ignoraba que el papel iba dirigido a personas que presentaban un analfabetismo digital, y únicamente para casos de primera necesidad. Elíseo estaba confuso. A su alrededor: la ciudad, los hombres y la robótica se entremezclaban maquillados de blanco y negro; colores, que bordaban el paisaje decorado de caras serias marcadas por un pliegue en la frente, y por robots que dirigían el ritmo.
Captaron su atención unos ventanales que difuminaban una luz multicolor. En estos se podían elegir los productos deseados y segundos después, motivados por la presencia de una tarjeta, caían en la cesta.
Elíseo, maravillado, se mezclaba entre la gente y tropezó con una alfombra eléctrica. A su lado, algunas personas permanecían en modo estático y otras en movimiento acelerado. Miró hacia el techo pensando que esa era la entrada a otro Mundo, y atrapado entre las redes míticas de la curiosidad esotérica siguió avanzando, guiado por los de la «Generación Y». Creyó que serían soldados y que debería seguirlos. De esta manera, tomó pie en la arteria central subterránea que trasladaba a cada ciudadano a su destino. Sin rumbo fijo y en soledad, su corazón latía por miedo o por emoción, aún no lo sabía.
Día 5 (José Jesús García Rueda)
El diario que antes había querido comprar pasó volando frente a él, impulsado por un viento sin aire. Las páginas revoloteaban a su alrededor, como queriendo dejarse atrapar, y Elíseo alargó un brazo y tomó suavemente entre sus dedos una de las hojas. Estaba en blanco.
Entonces todos paramos. Todos nos detuvimos, alfombra, personas, la arteria entera. Y empezamos a movernos hacia atrás, rebobinándonos en el tiempo. Él no, sólo nosotros, todo lo demás. Hasta que volvimos a dejarlo en su oficina, el lugar donde en el principio había abierto los ojos.
Y se vio a sí mismo dormido… No, dormido no, desplomado sobre una tecla Intro de un ordenador. El ordenador que, como antes, no estaba.
-¿Dónde está? – preguntó.
-¿El qué? – respondimos.
Él comenzó a mirar (a escuchar) en todas direcciones.
-¿Quién habla?
-Tú eres el ordenador.
-¿Cómo?
-El ordenador eres tú.
-¿Quiénes sois?
-Los que vivimos en tus circuitos de memoria, aquellos a los que tus algoritmos dan vida.
Se sentó en el suelo, la espalda contra la pared. Su voz apenas formaba sonidos al hablar.
-¿Qué está pasando?
-Eso es lo que debes descubrir.
Sólo entonces se dio cuenta de que el papel seguía entre sus manos. Una frase había aparecido en él: «EL ORDENADOR EN SUEÑOS».
En el instante en el que Elíseo leyó aquellas palabras, el suelo empezó a temblar, y con él todo a su alrededor. Asustado, quiso huir de nuevo. Con la sacudida, las estanterías habían caído y bloqueado la puerta. Solo le quedaba la ventana como alternativa para salvarse. Era arriesgado, pero más lo era permanecer allí.
Se encaramó al alféizar con el corazón al galope. Era una altura considerable, pero podía hacerlo. Quería vivir, y descubrir el sentido de nuestra revelación, sobre la que apenas había podido reflexionar. Necesitaba entender lo que sucedía, por qué de repente su mundo se había vuelto tan extraño, y sobre todo, recuperar en su memoria los hechos de la tarde anterior.
Respiró hondo un par de veces, y cuando la propia pared a la que se aferraba comenzaba a resquebrajarse, se dio impulso y saltó al vacío.
Elíseo no se estampó contra el suelo. Con los ojos cerrados, escuchó una voz femenina.
—Tranquilo, cariño.
Elíseo abrió los ojos y se encontró suspendido en el aire, en una especie de gravedad cero sobre la que flotaba ligero. Movió las piernas y dio una brazada que hizo que, en las calles, el reguero de ciudadanos y robots se acelerase.
—Debes encontrar a tu hermana. No nos queda mucho tiempo.
Pero Elíseo estaba demasiado fascinado con su repentina capacidad de volar y no hizo preguntas; ser hijo único tampoco ayudó a que se interesase por la orden. Siguió nadando sobre la ciudad, fantaseando con la posibilidad de cruzar la frontera y, por qué no, ver por fin el mar. Pasados diez minutos, distinguió los famosos tanques de zinc de la Fábrica Nacional de Petróleo. En su interior se cocía una pasta oscura y densa sobre la que creyó ver un par de piernas desnudas de mujer que fueron engullidas entre burbujas pastosas. En ese momento, el volumen del altavoz interno de su cabeza se multiplicó por cinco y un coro de treinta voces gritó al unísono:
— Elíseo, no nos jodas.
Y Elíseo comenzó a caer, a plomo.
Día 8 (Juanjo Ramírez Mascaró)
Intentó aferrarse a cualquier cosa para frenar su caída, pero sus manos sólo hallaron lo que ya estaba en ellas. El papel azotado por el viento, vibrando como ala de insecto. Cuatro únicas palabras en su superficie: EL ORDENADOR EN SUEÑOS.
El suelo se acercaba. La colisión era inminente. Elíseo no tenía tiempo de pensar, y no lo hizo.
Se limitó a rasgar el folio en dos…
… y al hacerlo, rasgó en dos el mundo entero.
Se rasgó el asfalto de esa calzada con la que estaba a punto de impactar, generando una grieta. Se rasgó en dos cada edificio, cada coche, cada tanque de zinc, cada sombra, puede que cada átomo.
Y sintió cómo él mismo, desde sus profundidades más recónditas, también se desgarraba.
Media décima de segundo más tarde (también las décimas se habían fragmentado) Elíseo notó cómo una mitad del mundo se alejaba de su otra mitad. Noto cómo una parte de él mismo se distanciaba del resto de su ser, ensanchando la grieta. La mitad femenina de Elíseo vio a su mitad masculina perderse en la distancia. En su mano, el trozo de papel rasgado en dos, luciendo dos únicas palabras: EL ORDENA.
Su memoria borrada —por aquellos que se definían en plural— también se partió en dos. Así, un fragmento descompuesto de sus recuerdos perdidos, se dibujó de nuevo y prendió en su mente. Apenas una chispa. Un fogonazo de aquello que estuvo enterrado.
Quizás fuera el momento de despertar. Sí. Muy en el fondo sabía que aquello no era una vida, no al menos la que rozó antes del olvido.
Supo que le extirparon el dolor, el sufrimiento que Elíseo creyó insoportable, pero no se lo arrancaron todo. Quienes se definían en plural también podían equivocarse.
Quedó el germen, que no era más que su voz luchando por sobrevivir.
¿Qué fue aquello tan insoportable de lo que quiso liberarse?
Lo que deshumanizó a tantos otros convirtiéndolos en autómatas de lo global, de miradas ajenas.
Elíseo lo supo.
El orden. El orden siempre fue su talón de Aquiles, pensó. Contra el caos, contra las emociones, contra aquella mujer que se llevó parte de él.
Pero ésa, no fue su batalla, sino la de su padre. Quien se arrancó la pérdida, e hizo lo mismo con tantos otros, que, de no recordar, acabarían estampados contra el asfalto.
Sin saber cómo ni por qué, el escenario cambió radicalmente. Sus ojos abiertos se encontraron con una luz blanca cegadora que le obligó a cerrarlos para que sus retinas no se vieran quemadas para siempre. No era el sol ni ningún otro astro, pues su luz no calentaba. Se concentró en su respiración. Notaba algunas gotas de sudor resbalando por su pecho. Algún tipo de tela le cubría desde el estómago a los pies. Estaba tumbado. De repente, todo volvía a ser muy humano. Intentó recordar la tarde anterior. Nada.
Un silbido. Otra vez. No, era un pitido. Intermitente. Elíseo entreabrió los ojos con cuidado. La luz permanecía, pero un poco menos dañina. Intentó mover la cabeza. Notó su cuello muy rígido. Le costaba, aunque no notaba dolor. Consiguió girarla lo justo para percibir que en aquella sala apenas había negrura, aparentemente la nada. Pero sí notó una luz azulada a su costado. La luz de una pantalla.
Proyecto El Ordenador en Sueños. Software preparado. Si desea continuar, ejecute la orden pulsando la tecla INTRO. Si no, presione la tecla CANCELAR.
Elíseo quiso incorporarse. No pudo. Algo retenía su cuello contra la camilla.
Intentó alargar el brazo para pulsar la tecla «CANCELAR», le parecía lo más seguro, pero no pudo. Algo metálico también retenía sus muñecas a la camilla y enseguida notó el mismo frío en los tobillos.
Empezó a respirar más y más deprisa, se le aceleró el corazón y entró en pánico, no veía modo de huir de aquél sitio que ni si quiera sabía qué era. Elíseo no lograba entender ni recordar nada. El pitido de fondo fue acelerándose y agudizándose, y el dolor de cabeza empezaba a asomar cuando escuchó una puerta abrirse a sus espaldas.
Una voz femenina le saludó con maldad en el tono
—Ya despertaste, querido. ¿Cómo te encuentras? ¿Puedes recordar ya algo? —dijo mientras una pequeña risa con sorna salía de sus labios color carmín
La mujer se acercó a él, le miró a los ojos, comprobó el estado de sus pupilas y después se dirigió a la pantalla, movió el mueble con ruedas que la sustentaba, Elíseo se percató en ese momento de que éste estaba lleno de cables.
—¿Sabes Elíseo? Quizá tú no sepas nada de nosotros, pero nosotros lo sabemos todo de ti —le iba contando ella mientras colocaba parches de electrodos en el pecho del hombre, que aún tenía expresión de pánico en el rostro y continuaba respirando de manera acelerada.
—¡Tiene que ser un sueño! —musitó Elíseo con la voz entrecortada.
—Adelante, compruébalo —le animó su interlocutora, que portaba una tarjeta en la solapa de la bata gris con el número 223, mientras pulsaba la tecla INTRO.
En la pantalla azul, colocada a su izquierda, apareció el siguiente mensaje:
EL ORDENADOR EN SUEÑOS SE ACTIVARÁ EN 5 SEGUNDOS.
Elíseo intentó recordar cómo había llegado hasta aquí, qué había sucedido, algo; pero le fue imposible. Solo sentía decenas de electrodos bullir por cada centímetro de su cuerpo.
Transcurridos los cinco segundos, la pantalla mostró imágenes distorsionadas que se iban descomponiendo hasta transformarse en manchas inconexas, menguantes, barridas por un fundido en negro. Mientras tanto, el pitido se acrecentaba más y más. Parecía que le iba a taladrar los tímpanos. Se revolvía en la camilla como una tortuga indefensa.
PROCESO FINALIZADO CON ÉXITO
Anunció la pantalla y el pitido, por fin, cesó.
—Los Nuevos Humanos carecéis de memoria. Tus recuerdos fallidos impiden al software registrar los sueños correctamente. ¡De ahí la pantalla en negro! —bramó 223 con la vena del cuello palpitante.
«Si grito acabaré despertando de esta pesadilla», pensó Elíseo.
—¡Soco…
Cuando intentó rematar su alarido de auxilio, las cuerdas vocales se le congelaron.
—El lenguaje también os esclaviza.
Día 13 (Juan Manuel Sánchez Moreno)
Desprovisto de memoria y oprimido por el lenguaje, Elíseo, al principio acobardado, se vio en cierto modo redimido de una gran carga, ya que también perdía la moral y la censura, y allí, sobre la camilla, atado de pies y manos, esperó a que 223 se relajara y moviera ficha.
—Ya está, eres libre. Es una manera de decirlo, en realidad estás desenganchado de toda actualización. Cada vez que te reinicies serás incapaz de recordar lo sucedido en la sesión anterior, y eso debido al bloqueo de la retroverbalización. Visualizarás imágenes, pero no sabrás explicarlas, como si fueran cuadros abstractos. Y tu expresión se limitará a «sí» y «no».
—Pero ahora me estás entendiendo, nos estamos comunicando, ¿no es cierto?
—No te confundas, esta conversación no ocurre sino en tu mente. Soy una representación de tus perversiones, por eso voy vestida de enfermera y de vez en cuando dejo entrever mis senos. Por eso mismo se han dilatado tus pupilas y estás tan excitado. ¿Entiendes?
—Sí.
Decididamente, Elíseo había navegado por el lado más siniestro de la red, del que no conservaría más que una huella primaria, instintiva. Sin el menor pudor y sin palabras, dejó que 223 se despojara del uniforme y se soltara el cabello.
—¡Sí, sí, sí…!
Al ver completamente desnuda a 223, se felicitó a si mismo por el buen gusto que siempre había tenido a la hora de imaginar envoltorios de piel femenina, y pensó que después de tan incomprensible y angustioso trajín futurista, se merecía aprovechar las circunstancias que se le iban descubriendo para relajarse entre los brazos de 223.
La fue observando detenidamente, el tiempo estaría detenido mientras él quisiera, y la prisa delante de semejante diosa no existía. A través de los ojos ardientes sostenía la mirada en el abundante cabello cayendo ensortijado sobre la desnudez de unos hombros perfectos, desnudos y mullidos. El cuerpo despojado de ropa de Eliseo temblaba de calor, se humedecía perlado de sudor bajo la lujuriosa y dominante mirada de 223, la piel abrazaba débil sus carnes, su respiración acelerada le mareaba, y bajo su vientre cosquilleaba sensual de gusto. Una medio sonrisa dibujaba la comisura de los carnosos labios de ella, un gesto libidinoso le hacía controlar la situación, él la había vestido humana, por 223 le iba hacer sentir lo que nunca, ni él mismo había conseguido en sus más locas noches de pasión a solas con su imaginación. Picara, 223 apartó un mechón de pelo que tapaba la oscura y gran aureola presidida por un pezón turgente sobre el pecho desafiante a la ley de la gravedad, él seguía paralizado cuando ella le cogió la mano y la acercó despacio, lentamente la atrajo hacia su seno, y a pocos milímetros, sintiendo ya el fuego que desprendía, suavemente le freno, no había contacto físico, pero aun así comenzaba a sentir un placer como nunca le sucedió antes del despertar en la nueva dimensión.
—¿Una enfermera pícara de pechos turgentes, Elíseo?, ¿en serio? Si llego a saber que tenías una imaginación tan anodina elijo a otro sujeto. Esperaba más de los Nuevos Humanos, la verdad.
Elíseo, hecho un lío, comprobó si seguía maniatado: pues sí. Pero frente a él ya no estaba la enfermera sexy, sino una mujer de más de sesenta años, en absoluto turgente y que le recordaba a alguien, aunque no acababa de saber quién. Elíseo se sentía mareado, confuso y además le dolían los huevos después del calentón. No entendía nada.
—No entiendo nada —dijo, lógicamente.
La anciana suspiró. Ella tampoco parecía muy feliz. Entonces cayó en la cuenta. Esa expresión de hastío y profunda decepción de ella hizo saltar un clic en su interior:
—¡Coño! La señorita Inmaculada.
—Al menos me has reconocido —dijo ella.
Ni Nuevos Humanos ni ordenadores de sueños, esto era una pesadilla. Sin más. ¿Por qué si no iba a soñar con la profesora de matemáticas que tuvo en primero de Bachillerato en Salesianos?
—¡Cancelar! ¡Cancelar! ¡Cancelar! —gritó Elíseo con desesperación.
La escena pareció desdibujarse para comenzar a tomar la forma de una clase de escuela. De la escuela de los Salesianos que recordaba a la perfección, un lugar en el que prefería no pensar pues en él se guardaban sus más profundos miedos, esos demonios privados que Elíseo tanto se había esforzado por enterrar y encerrar bajo siete candados.
Poco a poco, para terror de Elíseo, la escena a su alrededor se volvía más y más nítida y familiar y los recuerdos por tanto tiempo reprimidos comienzan a desarrollarse, como si de una obra teatral se tratase, delante del encadenado e impotente espectador, observó como su versión más joven se dejaba arrastrar por el mar negro de las emociones reprimidas y como las invisibles puñaladas que eran los comentarios hirientes comenzaban aquella macabra danza que le horrorizaba y fascinaba a partes iguales.
Quería gritar, instarle a su otro yo a luchar y a reaccionar, a levantarse contra los demonios de los sueños que convertían su vida en aquel peculiar infierno. Pero fue entonces cuando la figura dejó de mirar al escenario y se giró, echando a andar hacia Elíseo al tiempo que sonreía burlón y murmuraba:
—Recuerda.
Lo había dicho 223: los Nuevos Humanos carecéis de memoria. Sin embargo, Elíseo RECORDABA haber escuchado esa frase. ¿Un fallo de sistema? ¿Un bucle de protección roto? ¿O una oportunidad? ¿Quizá la única oportunidad?
Cerró los ojos con fuerza hasta que todo se apagó. Los párpados le dolían mientras trataba de incendiar de luces su oscuridad, sumando imágenes una tras otra. Las mesas del colegio de los Salesianos, los pechos turgentes de 223, la ciudad a vista de pájaro, retazos de su sueño y aquella forma sin nombre pero con tacto sólido: el diario de papel que aún quería leer. Una tormenta de flashes parpadeaba locamente en su pantalla interior hasta colapsarla. Pero cuanto más recordaba, más se suavizaba su respiración, más se aflojaban sus ligaduras metálicas y una sonrisa se abría cada vez más en su rostro.
Hasta que, de pronto, en su frente se aclaró el nombre del periódico, dónde y, sobre todo, por qué encontrarlo. Sin ataduras ni peso que lo retuvieran, Elíseo se levantó de la camilla, dio dos pasos y alcanzó el umbral de la habitación. Clavadas al suelo, la señorita Inmaculada gritaba con aspereza, 223 mostraba sus pechos turgentes y una silueta pixelada con millones de puntos grises tecleaba con furia frente a un monitor.
Mas todo en vano. Elíseo salió de la estancia y cerró la puerta por fuera.
Su dedo pulsó el punto. Quizá el final, quizá el punto y aparte.
—Vaya volada llevas, hermano —le espetó un colega rastafari que estaba tirado en el sofá sacando humo de un cigarrillo de extraño olor.
Elíseo se quedó mirando la pantalla. Eso de hacer una novela caleidoscópica como las de Italo Calvino se le estaba yendo de las manos. Su cerebro procesaba a velocidad de resacoso y lo único que pudo hacer fue rascarse el culo. —Y encima no has dejado ni un trago de vodka negro— añadió una choni desde el cuarto del fondo, acompañada por una risa de sonido tabernario de dios sabe quién.
Elíseo (cuyo verdadero nombre era Ignacio, pues Elíseo era su nick) miró de nuevo la yema de su dedo, la del punto. Dirigió ese dedo hasta la ventana del navegador que tenía el Twitter abierto y escribió: «Dios es un concepto de bar que mora en todos nosotros». No había terminado de escribirlo cuando ya alguien le estaba llamando fascista, otro le invitaba a unirse a su secta y un tercero amenazaba con denunciarlo.
—Los autores en calzoncillos sois escojonantes —interrumpió al fondo la voz de risa tabernaria justo cuando empezaba una canción de Los Pitufos Makineros.
Elíseo apuró lo que quedaba de vodka negro y le dio el último beso a su petardo de marihuana. —Joder —pensó—. La que voy a liar ahora pulsando de nuevo el INTRO…
Día 19 (Patricia Martín Rivas)
Volvieron los silbidos. Los silbidos. Los silbidos acusadores de la infancia son los cuchillos invisibles del presente. Los silbidos en la escuela.
[Onomatopeya de un silbido.]
Te silbaban por ser diferente, Elíseo. Por eso ahora estás maniatado. Por eso tu calvicie, estéril y aceitosa. Por eso los panes multiplicados que rodean tu cintura.
[Onomatopeya de todos los silbidos, simultánea, dolorosamente.]
223 miraba con satisfacción resbaladiza los recuerdos hirientes de Elíseo. Sabía que, para los Nuevos Humanos, recordar enladrillaba el camino hacia la sanación.
—No recuerdes, Elíseo. Olvídame. Olvida los indomables fueguitos de los silbidos.
Elíseo se obcecaba pretéritamente, obsesionado con los silbidos, inmovilizado por 223, /silbidos/, ciego, /silbidos/; y se retorcía en la camilla.
—Date cuenta, querido, de que el pasado está solidificando tu presente.
Y entonces los silbidos se agudizaron y se convirtieron en zinc, en tanques de zinc, y 223 carcajeó con malicia, en una risa que se hacía eco entre los silbidos.
—Hasta que no te desprendas de tu pasado, no podrás pasar a la categoría de Nuevo Humano, Elíseo. Borrarte la memoria de poco sirve, pues tu cerebro la recupera. Has vuelto a esta aula como si nada. ¿No te das cuenta?
—¿Y qué puedo hacer?
—Resucitar.
—¿Cómo resucito si no estoy muerto?
—Estás muerto en vida. ¿No lo ves? —Elíseo, cada vez más confuso, observaba a 223—. Esas cadenas te las has acomodado tú sólito. Solo tú posees el valor de abrirlas y liberarte. Pero, por lo que acabo de ver, solo tienes huevos para hincharlos pensando en mis tetas. ¿Me equivoco?
223 se acercó mutando hasta Elíseo. Daba un paso disfrazada de enfermera sexy y, a la siguiente pisada, era su antigua profesora.
Elíseo palideció, no sin sentir una breve punzada de excitación por debajo de la cintura al pensar de nuevo en aquellos pechos repletos de sabores. Abrió la boca, pero su intangible voz le traicionó. No así su expresión.
—¿Quieres respuestas, pequeño? —223 hablaba con una golosa sonrisa satánica mientras le acariciaba la frente.
Elíseo afirmó con la mirada. Al mismo tiempo, asombrado, frunció el ceño al sentir la piel tan avinagrada de 223, de tacto desigual, como si le palpara con papel de lija.
—Esos grilletes son tu pasado. Tú mismo has permitido que te amarren, aferrándote al ayer porque te asusta lo que está por llegar. Por eso creas mundos diferentes. Por eso eres un autor mediocre. Por eso añades eslabones a tu esclavitud con cada tecla que aprietas.
Los ojos de Elíseo intentaban adentrarse en los de 223. Saltaban del derecho al izquierdo y vuelta a derecho, con movimientos cada vez más desesperados. Sentía como si hubiera una barrera entre ellos. No conseguía profundizar en su mirar.
—Dime ahora —223 pegó su tajante nariz a la del muchacho—, ¿para qué tienes huevos?
Elíseo se quedó mirando a 223 sin saber qué palabras debía utilizar. Tal vez fuese verdad que nunca había tenido valor para enfrentarse a sus propios miedos. Siempre había jugado a cobijarse entre líneas de tinta sin puntos, pero con muchas comas.
—¿No vas a decir nada, Elíseo? —223 observaba a su interlocutor con el gesto fruncido y un extraño brillo en sus ojos.
—Me vas a perdonar, 223, pero ya que dices que soy un escritor mediocre, tú también deberías mirar en tu interior y aceptar, de una vez, que no eres más que la luz de la imaginación de un genio. Jamás tendrás una forma definida más allá de los libros. —Elíseo hizo una pausa antes de continuar hablando. Poco a poco, comenzaba a recuperar el orgullo que había perdido unos minutos antes—. Y no trates de engañarme con tus disfraces. Tus caricias son los susurros de las hojas al unirse y tu corazón solo entiende de renglones abstractos.
223 guardó silencio. No se esperaba aquella respuesta por parte de Elíseo. El joven puso el capuchón a su bolígrafo, no sin antes haber escrito un punto sobre el papel. Después, dejó que la noche le atrapase en la página 223 de aquella misteriosa obra sobre la vida y la muerte.
Primer Intermedio (Ignacio J. Dufour García)
Elíseo estaba a punto de dormirse cuando una idea cruzó por su mente— si me duermo olvidaré lo poco que recuerdo —hizo todo lo posible por intentar mantenerse despierto sin llegar a conseguirlo.
Se despertó en una habitación deshabitada de paredes que una vez fueron blancas, en las que se intuían las sombras de los antiguos muebles que una vez la poblaron, como los retazos de recuerdos que poblaban su mente de Nuevo Humano.
Recordaba vagamente el despertar del día anterior en la que creía que era su oficina, su vagar por distintos planos de la consciencia sin estar seguro de que había sido realidad y que había sido una ensoñación.
Las marcas en tobillos y muñecas eran lo único que le podía indicar que el encuentro con 223 había sido en este plano de la realidad, pero justo esa parte del día anterior era la que se había corrompido en la mente de Elíseo.
Se levantó y un tintineo le alertó de la caída de lo que tenía en el regazo, eran el bolígrafo y hoja que asía antes de que el sueño le venciese. En el papel se intuían restos de unas palabras, «DOP F/ SU NO?» que no le decían nada.
Continuará…