El Relato Caleidoscópico de Sara Levesque

Vigesimo Relato Caleidoscópico de Tierra Trivium

A modo de celebración de estas veinte semanas de Relato Caleidoscópico, hemos invitado a nuestra compañera Sara Levesque, de la que podeís leer sus colaboraciones cada viernes. Como es costumbre, os invitamos a comentar este relato con el hashtag #RCaleidoscópico20, tanto en el twitter del Grupo Tierra Trivium (@TierraTrivium) como en el Facebook.

Como no iba a ser de otra manera en esta vigesima entrada volvemos a recopilar los enlaces a las anteriores entradas del relato caleidoscópico, seguidas del texto de Sara Levesque.

Día 1 (Ignacio J. Dufour García)

Día 2 (Marta Sánchez Mora)

Día 3 (Rosario Curiel)

Día 4 (Dolores Ordóñez Pérez)

Día 5 (José Jesús García Rueda)

Día 6 (Ana Vigo)

Día 7 (Ana Boyero)
Día 9 (Laura Orens)
Día 12 (Paqui Ortega)
Día 14 (Jordi Rosiñol)
Día 18 (Jacobo Feijóo)
Su dedo pulsó el punto. Quizá el final, quizá el punto y aparte.
— Vaya volada llevas, hermano — le espetó un colega rastafari que estaba tirado en el sofá sacando humo de un cigarrillo de extraño olor.
Elíseo se quedó mirando la pantalla. Eso de hacer una novela caleidoscópica como las de Italo Calvino se le estaba yendo de las manos. Su cerebro procesaba a velocidad de resacoso y lo único que pudo hacer fue rascarse el culo.
—Y encima no has dejado ni un trago de vodka negro — añadió una choni desde el cuarto del fondo, acompañada por una risa de sonido tabernario de dios sabe quién.
Elíseo (cuyo verdadero nombre era Ignacio, pues Elíseo era su nick) miró de nuevo la yema de su dedo, la del punto. Dirigió ese dedo hasta la ventana del navegador que tenía el Twitter abierto y escribió: «Dios es un concepto de bar que mora en todos nosotros». No había terminado de escribirlo cuando ya alguien le estaba llamando fascista, otro le invitaba a unirse a su secta y un tercero amenazaba con denunciarlo.
—Los autores en calzoncillos sois escojonantes —interrumpió al fondo la voz de risa tabernaria justo cuando empezaba una canción de Los Pitufos Makineros.
Elíseo apuró lo que quedaba de vodka negro y le dio el último beso a su petardo de marihuana.
—Joder —pensó—. La que voy a liar ahora pulsando de nuevo el INTRO…

Volvieron los silbidos. Los silbidos. Los silbidos acusadores de la infancia son los cuchillos invisibles del presente. Los silbidos en la escuela.

[Onomatopeya de un silbido.]

Te silbaban por ser diferente, Elíseo. Por eso ahora estás maniatado. Por eso tu calvicie, estéril y aceitosa. Por eso los panes multiplicados que rodean tu cintura.

[Onomatopeya de todos los silbidos, simultánea, dolorosamente.]

223 miraba con satisfacción resbaladiza los recuerdos hirientes de Elíseo. Sabía que, para los Nuevos Humanos, recordar enladrillaba el camino hacia la sanación.

—No recuerdes, Elíseo. Olvídame. Olvida los indomables fueguitos de los silbidos.

Elíseo se obcecaba pretéritamente, obsesionado con los silbidos, inmovilizado por 223, /silbidos/, ciego, /silbidos/; y se retorcía en la camilla.

—Date cuenta, querido, de que el pasado está solidificando tu presente.

Y entonces los silbidos se agudizaron y se convirtieron en zinc, en tanques de zinc, y 223 carcajeó con malicia, en una risa que se hacía eco entre los silbidos.

—Hasta que no te desprendas de tu pasado, no podrás pasar a la categoría de Nuevo Humano, Elíseo. Borrarte la memoria de poco sirve, pues tu cerebro la recupera. Has vuelto a esta aula como si nada. ¿No te das cuenta?

—¿Y qué puedo hacer?

—Resucitar.

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Día 20 (Sara Levesque)

—¿Cómo resucito si no estoy muerto?

—Estás muerto en vida. ¿No lo ves? Elíseo, cada vez más confuso, observaba a 223. Esas cadenas te las has acomodado tú sólito. Solo tú posees el valor de abrirlas y liberarte. Pero, por lo que acabo de ver, solo tienes huevos para hincharlos pensando en mis tetas. ¿Me equivoco?

223 se acercó mutando hasta Elíseo. Daba un paso disfrazada de enfermera sexy y, a la siguiente pisada, era su antigua profesora.

Elíseo palideció, no sin sentir una breve punzada de excitación por debajo de la cintura al pensar de nuevo en aquellos pechos repletos de sabores. Abrió la boca, pero su intangible voz le traicionó. No así su expresión.

—¿Quieres respuestas, pequeño? 223 hablaba con una golosa sonrisa satánica mientras le acariciaba la frente.

Elíseo afirmó con la mirada. Al mismo tiempo, asombrado, frunció el ceño al sentir la piel tan avinagrada de 223, de tacto desigual, como si le palpara con papel de lija.

—Esos grilletes son tu pasado. Tú mismo has permitido que te amarren, aferrándote al ayer porque te asusta lo que está por llegar. Por eso creas mundos diferentes. Por eso eres un autor mediocre. Por eso añades eslabones a tu esclavitud con cada tecla que aprietas.

Los ojos de Elíseo intentaban adentrarse en los de 223. Saltaban del derecho al izquierdo y vuelta a derecho, con movimientos cada vez más desesperados. Sentía como si hubiera una barrera entre ellos. No conseguía profundizar en su mirar.

—Dime ahora 223 pegó su tajante nariz a la del muchacho, ¿para qué tienes huevos?


La semana que viene volverán las entrevistas de La Buhardilla de Tierra Trivium y en en dos semanas volveremos a tener un nuevo relato de Elíseo.

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