El Relato Caleidoscópico de Rubén Almarza
Una semana más tenemos aquí nuestro Relato Caleidoscópico. El encargado de la última entrega del año es Rubén Almarza. Esta entrada como viene siendo tradición desde el primer día la podéis comentar con el hashtag #RCaleidoscópico31 tanto en el Facebook como en el twitter del Grupo Tierra Trivium (@TierraTrivium).
Tras los enlaces a las entradas anteriores, como es rigor, os dejo con Rubén Almarza.
Primer Intermedio (Ignacio J. Dufour García)
Día 23 (Eva Palomares)
Día 25 (Haizea M. Zubieta)
Día 26 (Adolfo Pascual Mendoza)
Día 27 (Rosa María Mateos)
Día 28 (Luisa Gil)
Día 29 (Josep Salvia Vidal)
Elíseo salió de la cinta transportadora, abrió la puerta y encontró al otro lado una sala con aspecto de fábrica que olía de una forma peculiar. El aire tenía restos de algún tipo de gas. Siguió las instrucciones que había recibido en la entrada y caminó entre cabinas transparentes, donde había congéneres suyos, hasta la que le correspondía a él. Entró y cerró la mampara. Aquello era como una jaula translúcida, un ataúd de cristal. Al instante, empezó a emanar desde el techo un gas que provocó una especie de niebla que le irritó los ojos y la garganta. Era la desinfección anunciada, un paso más, un trámite más en su proceso de transformación. Y por un instante, tuvo la sensación de ser un gusano de seda metamorfoseándose en mariposa. La única diferencia era que a Elíseo jamás le saldrían alas para volar.
La desinfección borró de nuevo su memoria aunque poco había ya por borrar. Era un desierto de recuerdos. El gas dejó de fluir y se encendió en alguna parte una luz verde que le indicó que ya podía abrir la cabina. Se sintió renovado. Ya era un nuevo humano preparado para vestir el uniforme caqui.
Día 30 (Ana Ortega Gil)
-¿Has visto eso, Alene? ¡Este sujeto aprende por descubrimiento y no por imitación! ¿Será además capaz de controlar a otras especies?
-Es la primera vez que veo algo así, Mayda. Podríamos provocar distintos encuentros para explorar esta faceta del Nuevo Humano.
Estar en mar abierto podría ser una oportunidad si Elíseo tuviera algún control sobre el rumbo. Una bandada de albatros se acomodó en la goleta entorno a la ventana.
-¿Te importa llevarnos un rato? Vamos con retraso hacia el sur y así ahorramos energía.
Elíseo se sorprendió otra vez con lo que desconocía que sabía y comenzó a graznar fluidamente. Recopiló información sobre la dirección que llevaba la bandada y por extensión, el barco. Les pidió que inspeccionaran la cubierta en busca de indicios de la sala de máquinas. Pero no tuvieron éxito y la bandada, sin más que ofrecer, alzó de nuevo el vuelo.
Según se disipaba la emoción del encuentro, Elíseo se deslizaba hasta quedar sentado en el suelo, desorientado. Ruidos. Los mismos pasos que había escuchado en la habitación blanca. Y todo, acompañado de voces, todas suyas.
-¿Para cuándo insonorizaran las salas? Es algo crítico, Alene. ¡La interferencia con el sujeto podría anular el estudio!

Día 31 (Rubén Almarza)
Pasó un periodo extenso de tiempo en el que el silencio lo inundó todo. La nada que acompañaba a Elíseo era asfixiante, y no otorgaba un instante de descanso al atormentado escritor. Por mucho que intentaba contactar con algo fuera de la sala, nada ni nadie respondía a su llamada.
Los minutos se sucedieron, y con ellos las horas. La calma pasó a convertirse en desasosiego, tan cortante como una navaja afilada. En un instante de pareidolia mental, pudo visualizar en la oscuridad que le envolvía figuras de luces y de colores que tintineaban y que bailaban.
Por sorpresa, a su cabeza vino un pensamiento que, lejos de aliviar su desasosiego, le provocó más incertidumbre de la que ya albergaba.
Una mujer mayor, con el pelo a la altura de la cintura, le daba la espalda y temblaba, nerviosa.
«Mi madre».
Pero, en el momento en el que formuló para sí mismo aquellas dos palabras, la anciana se desvaneció y, en su lugar, surgió un rostro conocido. Era 223.
-Pensé que ya me había deshecho de ti – Dijo Elíseo con una voz metálica que no fue capaz de reconocer.
-¿Lo has olvidado? Soy producto de tu cabeza. Como todo lo que nos rodea.
Y desapareció. Pero Elíseo lo comprendió al fin, y la lección que su mente le reveló fue suficiente para armarse de valor para lo que estaba por llegar.
A su mano había vuelto el bolígrafo.