El Relato Caleidoscópico de Rosa García-Gasco

por | sábado, 18 abril, 2020 | El Relato Caleidoscópico, Noticias, OCULTO

rayo de luz naranja proyectado sobre un cielo completamente cubierto de nubes

La historia vuelve a coger ritmo y ya tenemos una nueva entrada de la mano de Rosa García-Gasco que ha dejado un rato la poesía de Rosa sobre blanco para tomar las riendas de nuestro Relato Caleidoscópico. Para no perder la costumbre el hashtag de esta semana será #RCaleidoscópico35 que podéis usar tanto en el Facebook como en el Twitter del Grupo Tierra Trivium (@TierraTrivium). Solo deciros que cada vez queda menos para el 42. Antes de conocer la participación de Rosa García-Gasco os dejo con las entradas anteriores para ir abriendo boca.

Primer Intermedio (Ignacio J. Dufour García)

Día 22 (Salvador Ramírez)

Día 23 (Eva Palomares)

Día 24 (Joan Roure)

Día 25 (Haizea M. Zubieta)

Día 26 (Adolfo Pascual Mendoza)

Día 27 (Rosa María Mateos)

Día 28 (Luisa Gil)

Día 29 (Josep Salvia Vidal)

Día 30 (Ana Ortega Gil)

Día 31 (Rubén Almarza)

Día 32 (Cix Valak)

Día 33 (Inés Moreno)

Elíseo sintió el peso de la responsabilidad en la mano que sostenía el bolígrafo, como si
la fuerza de la gravedad se hubiera multiplicado en los últimos segundos, hundiéndolo.
Nada tenía sentido. Y sin embargo aquél hombre acababa de dibujar ante él una nueva
realidad: la posibilidad de dibujar el futuro de la inteligencia podía estar en su poder en
ese momento, en ese bolígrafo. ¿Qué opciones tenía? Podía responder al ruego de
Lázaro para salvar la vida de los Nuevos Humanos. Sentía que debía hacerlo. Pero…
Hizo memoria en su sistema, repasando todo lo que había aprendido hasta el momento.
La Humanidad había reproducido en su cabeza los mismos errores del pasado, los
mismos sesgos, pensamientos absurdos, odio hacia lo diferente… La sexualización de
las enfermeras o el respeto que sintió por Lázaro provenían de las idiotas ideas que
habían guiado hacia la humanidad hasta casi la extinción. Recordó la mujer de largo
cabello que se le había aparecido y una nueva idea comenzó a dibujarse en su mente…

Comprendió entonces que tenía otra opción. Si era el nuevo humano podía aprender a
partir de nuevos pensamientos. Y si de él dependía el nuevo rumbo de la humanidad,
decidió que ya era hora de cambiarlo. Tomó con determinación el bolígrafo y escribió:

«Me llamo Hipatia.»

Día 34 (Virginia González Ventosa)

A partir de ese momento, Elíseo inventó nuevos vocablos y nuevas formas de entrecruzar las palabras, creando un lenguaje más universal y completo. Imaginó historias más justas y equitativas, que permitieran el desarrollo de una sociedad más humana, donde lo colectivo primase sobre el individualismo y donde nadie fuese más que nadie. Si en su poder estaba cambiar las cosas, eso sería lo que haría.

Sabía que escribiendo todos aquellos pensamientos sobre otra posible realidad que pasaban por su mente, metiéndose en la piel de esa Hipatia con la que había reiniciado su historia y construyendo con su bolígrafo un mundo alternativo en el papel, estaba condenando a los Nuevos Humanos a la desaparición, como Lázaro ya le había advertido. Pero, del mismo modo, sentía que si no hacía nada de eso, si no escribía un mejor guión para las futuras sociedades, estaría sentenciando a la Humanidad a continuar reproduciendo una y otra vez, en un bucle sin final y sinsentido, las mismas estructuras de poder que les habían llevado a crear una raza de seres con inteligencia artificial alejados de lo puramente animal y natural y, desde su cognición experimental, tuvo claro que la vida no se podía diseñar.

Día 35 (Rosa García-Gasco)

Pero persistió. Si tenía que desaparecer, arrastrado por el flujo inevitable de la destrucción, desaparecería escribiendo. El nombre de Hipatia, su identidad construida a fuerza de inventarla, toda ella, ficticia, sería un receptáculo, un vehículo que le permitiría atravesar a salvo el vacío. Si no se soltaba, si permanecía escribiendo por toda la eternidad, sobreviviría y encontraría en el fin un nuevo principio.

El mundo giró cada vez más rápido, en un vórtice entrópico que le pasó inadvertido a Elíseo, en la piel de la filósofa egipcia. La gravedad se hizo tan pesada que todo lo que había alrededor —la ventana desde la que era observado, las dos científicas, el mundo exterior—, todo, menos sus herramientas de escritura, se licuó, se disgregó, se redujo a un millón de partículas que, en su agitación infinitesimal, volvieron a juntarse.

Y de nuevo líquido, sólido, carne, materia. Licuefacción, disgregación, agitación infinita. Líquido, sólido, carne…

Hasta un millón, un trillón de veces más.

Y, mientras Elíseo-Hipatia, transfigurado en otro tiempo, tan inventado como real, miraba al cielo atónito. ¡La armonía de las esferas!

Era el momento de irse. Soltó, agotado, el bolígrafo. Y sintió cómo él mismo empezaba a derretirse sobre el suelo…


Mientras Elíseo reescribe la historia nosotros volveremos en dos semanas con una nueva entrega de nuestro Relato Caleidoscópico atentos al nuevo giro del caleidoscopio.

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