Decimosexto Relato Caleidoscópico de Tierra Trivium
En esta tercera semana de este mes de marzo, recuperamos a Elíseo de la mano de Marina Ezama Botas. Esta semana os invitamos a comentar este relato con el hashtag #RCaleidoscópico16, tanto en el twitter del Grupo Tierra Trivium (@TierraTrivium) como en el Facebook.
Y como ya es tradición os dejo con los enlaces a las anteriores entradas del relato caleidoscópico, antes de dar paso al fragmento de Marina Ezama Botas.
Día 1 (Ignacio J. Dufour García)
Día 2 (Marta Sánchez Mora)
Día 3 (Rosario Curiel)
Día 4 (Dolores Ordóñez Pérez)
Día 5 (José Jesús García Rueda)
Día 6 (Ana Vigo)
Al ver completamente desnuda a 223, se felicitó a si mismo por el buen gusto que siempre había tenido a la hora de imaginar envoltorios de piel femenina, y pensó que después de tan incomprensible y angustioso trajín futurista, se merecía aprovechar las circunstancias que se le iban descubriendo para relajarse entre los brazos de 223.
La fue observando detenidamente, el tiempo estaría detenido mientras él quisiera, y la prisa delante de semejante diosa no existía. A través de los ojos ardientes sostenía la mirada en el abundante cabello cayendo ensortijado sobre la desnudez de unos hombros perfectos, desnudos y mullidos. El cuerpo despojado de ropa de Eliseo temblaba de calor, se humedecía perlado de sudor bajo la lujuriosa y dominante mirada de 223, la piel abrazaba débil sus carnes, su respiración acelerada le mareaba, y bajo su vientre cosquilleaba sensual de gusto. Una medio sonrisa dibujaba la comisura de los carnosos labios de ella, un gesto libidinoso le hacía controlar la situación, él la había vestido humana, por 223 le iba hacer sentir lo que nunca, ni él mismo había conseguido en sus más locas noches de pasión a solas con su imaginación. Picara, 223 apartó un mechón de pelo que tapaba la oscura y gran aureola presidida por un pezón turgente sobre el pecho desafiante a la ley de la gravedad, él seguía paralizado cuando ella le cogió la mano y la acercó despacio, lentamente la atrajo hacia su seno, y a pocos milímetros, sintiendo ya el fuego que desprendía, suavemente le freno, no había contacto físico, pero aun así comenzaba a sentir un placer como nunca le sucedió antes del despertar en la nueva dimensión.
—¿Una enfermera pícara de pechos turgentes, Eliseo?, ¿en serio? Si llego a saber que tenías una imaginación tan anodina elijo a otro sujeto. Esperaba más de los Nuevos Humanos, la verdad.
Eliseo, hecho un lío, comprobó si seguía maniatado: pues sí. Pero frente a él ya no estaba la enfermera sexy, sino una mujer de más de sesenta años, en absoluto turgente y que le recordaba a alguien, aunque no acababa de saber quién. Eliseo se sentía mareado, confuso y además le dolían los huevos después del calentón. No entendía nada.
—No entiendo nada —dijo, lógicamente.
La anciana suspiró. Ella tampoco parecía muy feliz. Entonces cayó en la cuenta. Esa expresión de hastío y profunda decepción de ella hizo saltar un clic en su interior:
—¡Coño! La señorita Inmaculada.
—Al menos me has reconocido —dijo ella.
Ni Nuevos Humanos ni ordenadores de sueños, esto era una pesadilla. Sin más. ¿Por qué si no iba a soñar con la profesora de matemáticas que tuvo en primero de Bachillerato en Salesianos?
—¡Cancelar! ¡Cancelar! ¡Cancelar! —gritó Eliseo con desesperación.
La escena pareció desdibujarse para comenzar a tomar la forma de una clase de escuela. De la escuela de los Salesianos que recordaba a la perfección, un lugar en el que prefería no pensar pues en él se guardaban sus más profundos miedos, esos demonios privados que Elíseo tanto se había esforzado por enterrar y encerrar bajo siete candados.
Poco a poco, para terror de Elíseo, la escena a su alrededor se volvía más y más nítida y familiar y los recuerdos por tanto tiempo reprimidos comienzan a desarrollarse, como si de una obra teatral se tratase, delante del encadenado e impotente espectador, observó como su versión más joven se dejaba arrastrar por el mar negro de las emociones reprimidas y como las invisibles puñaladas que eran los comentarios hirientes comenzaban aquella macabra danza que le horrorizaba y fascinaba a partes iguales.
Quería gritar, instarle a su otro yo a luchar y a reaccionar, a levantarse contra los demonios de los sueños que convertían su vida en aquel peculiar infierno. Pero fue entonces cuando la figura dejó de mirar al escenario y se giró, echando a andar hacia Elíseo al tiempo que sonreía burlón y murmuraba:
—Recuerda.
Tras este fugaz recuerdo de Elíseo le volvemos a dejar hasta una nueva vuelta del caleidoscopio ya en el mes de abril.