Tras un pequeño parón de dos meses os traemos una nueva entrega del Relato Caleidoscópico de la mano de María Serra. Parecía difícil volver a dar un nuevo giro en la historia y María lo ha conseguido. Y como aunque ya queden poquitas entradas para el final de esta historia no debemos olvidar las tradiciones el hashtag de esta semana será #RCaleidoscópico38 que podéis usar tanto en el Facebook como en el Twitter del Grupo Tierra Trivium (@TierraTrivium). Y para volver a la historia después de esté parón os traigo las entradas anteriores.
Primer Intermedio (Ignacio J. Dufour García)
Día 23 (Eva Palomares)
Día 25 (Haizea M. Zubieta)
Día 26 (Adolfo Pascual Mendoza)
Día 27 (Rosa María Mateos)
Día 28 (Luisa Gil)
Día 29 (Josep Salvia Vidal)
Día 30 (Ana Ortega Gil)
Día 32 (Cix Valak)
Día 34 (Virginia González Ventosa)
Día 36 (Resu Velasco González)
Era el estado perfecto, quedar diluido en la nada, dejarse ir lentamente, dejar de sentir y lenta, muy lentamente fue recuperando la consciencia… ¿era posible?
El golpe seco en la boca del estómago no le dejó lugar a dudas: tumbada como estaba en el suelo, se dobló aún más sobre sí misma y se sorprendió del sonido lejano y gutural que surgía de sus propias entrañas.
El conocimiento la abofeteó con igual virulencia: había soñado con otros mundos, fue replicante, voló y hasta tuvo el mundo en sus manos y lo reescribió mejor, más justo, más igualitario, un mundo libre y más humano, en el sentido en que ella entendía la humanidad.
La realidad se impuso en forma de costillas rotas, ese ojo imposible de abrir, el roce de sus dedos en contacto con su labio partido… no podía sentir el resto de su cuerpo pero no porque se hubiera licuado. Merche, Merceditas para mamá. Mamá, ¿Dónde estás? No quiero que se acerque, no quiero oír sus pasos, si apretó fuerte los ojos seguro que desaparece…
El silencio se rompió de golpe y estalló en mil aplausos y comenzaron a oírse voces dispares que gritaban entusiasmadas: Resistiré, para seguir viviendo…
Día 37 (Quela Font)
Eran los ecos del mundo que quedaba atrás. En su mente confluía todo a modo de un universo en el que no rigen las normas elementales de la física. Por un momento pensó que había enloquecido. Toda la humanidad presente y futura de esa línea temporal gritaba, lloraba, reía a un tiempo. Estaban atrapados, sin saberlo, en un agujero de gusano sin solución de continuidad. Abocados a repetir una y otra vez los mismos errores. Como consecuencia, el ambiente se había degradado tanto que la interacción entre humanos se producía de forma antinatural, pues cualquier contacto de su piel con la atmósfera hacía que enfermasen. La avaricia llevó a un punto de no retorno al planeta, que finalmente se revolvió como fiera atrapada. Infecciones y pandemias diezmaron la población humana, pero ya era demasiado tarde. Herida de muerte, la fiera exhausta apostó por morir matando.
Todo esto era lo que, el nuevo ser en el que se había convertido Elíseo tras su inaudita conexión con Hipatia, había comprehendido: todo el conocimiento habido y por haber; había asimilado todo el sufrimiento, los sueños y el afán de poseer, de dominar al otro. Y como consecuencia, lo que había sido Elíseo quedó atrás, junto a Hipatia, quien tras ejercer de médium, de transmisor de todo aquel conocimiento, se desvaneció. Y junto a lo que habían sido desaparecieron el miedo y la incertidumbre, pero también la ilusión y la ambición. ¿Qué fue del amor, de la compasión, de la empatía? Sabio es aquel que ni siente ni padece. Ataraxia. El dolor que había sentido hacía unos pocos instantes era el recuerdo de que su misión era volver a empezar. Hacer realidad ese imaginario creado entre Elíseo e Hipatia.
La eternidad puede ser muy aburrida, se dijo.
¿Por dónde empezar?
Día 38 (María Serra)
Y para vivir había que saber.
Así que, primero: sobreponerse al dolor para pensar, para poner en orden el pasado y planear un futuro que salvara el presente.
Trató de levantarse del suelo agarrándose al dosel de la cama, pero las heridas se lo impidieron.
Está bien: solo pensamiento y análisis. ¿Soy realidad?, se preguntó. Y el dolor le respondió con una descarga de recuerdos que parecían salir de la nada. Los puñetazos, la caída, las patadas, la ausencia de mamá, ¿qué mamá?, ¿la mujer que se escondía cuando llegaba la hora de las tortas? Sintió miedo, asco, desamparo y desconcierto. ¿Y los sueños? ¿Eran sueños o recuerdos?
Pasos del Antiguo Humano al otro lado de la puerta. Merche o Alexandra o Kumiko o Wira o Silja o Hadarah o Siobhán o Hipatia se sobrecoge al reconocer su paradigma. Se abre la puerta y el Antiguo Humano le cura las heridas con vendas, ungüentos, babas y palabrería ponzoñosa:
—Mira qué me has obligado a hacerte. Vergüenza debería darte.
Ella no dice nada. Resiste el ataque verbal concentrada en la recuperación de datos. Finge obediencia, pero ha descubierto quién es y en qué habitación está.
Recordó el código.
Y así nos quedamos hasta la siguiente entrada que como pronto será en tres semanas, para el sábado 25 os tengo preparada una sorpresa. Y si os quedáis con ganas de más podéis daros un paseo por la librería Tierra donde tenemos las dos últimas novelas de María Serra.