Octavo Relato Caleidoscópico de Tierra Trivium
Después de conocer a Juanjo Ramírez Mascaró para la entrevista en dos partes (I y II) no me pude resistir a proponerle participar en este juego, que es El Relato Caleidoscópico, y para mi sorpresa aceptó gustoso; así que otro sábado más contamos con su presencia.
Antes de dejar al pobre Elíseo en sus manos, os recuerdo que podéis comentar la historia e ir proponiendo posibles títulos en el Facebook del Grupo Tierra Trivium, en los comentarios de esta entrada o en twitter con el hashtag #RCaleidoscópico8.
Como ya es tradición, os dejo los enlaces a las anteriores entradas del relato caleidoscópico seguidos de la continuación del relato por Juanjo Ramírez Mascaró.
Día 1 (Ignacio J. Dufour García)
Día 2 (Marta Sánchez Mora)
Día 3 (Rosario Curiel)
Día 4 (Dolores Ordóñez Pérez)
Día 5 (José Jesús García Rueda)
Día 6 (Ana Vigo)
En el instante en el que Elíseo leyó aquellas palabras, el suelo empezó a temblar, y con él todo a su alrededor. Asustado, quiso huir de nuevo. Con la sacudida, las estanterías habían caído y bloqueado la puerta. Solo le quedaba la ventana como alternativa para salvarse. Era arriesgado, pero más lo era permanecer allí.
Se encaramó al alféizar con el corazón al galope. Era una altura considerable, pero podía hacerlo. Quería vivir, y descubrir el sentido de nuestra revelación, sobre la que apenas había podido reflexionar. Necesitaba entender lo que sucedía, por qué de repente su mundo se había vuelto tan extraño, y sobre todo, recuperar en su memoria los hechos de la tarde anterior.
Respiró hondo un par de veces, y cuando la propia pared a la que se aferraba comenzaba a resquebrajarse, se dio impulso y saltó al vacío.
Elíseo no se estampó contra el suelo. Con los ojos cerrados, escuchó una voz femenina.
—Tranquilo, cariño.
Elíseo abrió los ojos y se encontró suspendido en el aire, en una especie de gravedad cero sobre la que flotaba ligero. Movió las piernas y dio una brazada que hizo que, en las calles, el reguero de ciudadanos y robots se acelerase.
—Debes encontrar a tu hermana. No nos queda mucho tiempo.
Pero Elíseo estaba demasiado fascinado con su repentina capacidad de volar y no hizo preguntas; ser hijo único tampoco ayudó a que se interesase por la orden. Siguió nadando sobre la ciudad, fantaseando con la posibilidad de cruzar la frontera y, por qué no, ver por fin el mar. Pasados diez minutos, distinguió los famosos tanques de zinc de la Fábrica Nacional de Petróleo. En su interior se cocía una pasta oscura y densa sobre la que creyó ver un par de piernas desnudas de mujer que fueron engullidas entre burbujas pastosas. En ese momento, el volumen del altavoz interno de su cabeza se multiplicó por cinco y un coro de treinta voces gritó al unísono:
— Elíseo, no nos jodas.
Y Elíseo comenzó a caer, a plomo.
Intentó aferrarse a cualquier cosa para frenar su caída, pero sus manos sólo hallaron lo que ya estaba en ellas. El papel azotado por el viento, vibrando como ala de insecto. Cuatro únicas palabras en su superficie: EL ORDENADOR EN SUEÑOS.
El suelo se acercaba. La colisión era inminente. Elíseo no tenía tiempo de pensar, y no lo hizo.
Se limitó a rasgar el folio en dos…
… y al hacerlo, rasgó en dos el mundo entero.
Se rasgó el asfalto de esa calzada con la que estaba a punto de impactar, generando una grieta. Se rasgó en dos cada edificio, cada coche, cada tanque de zinc, cada sombra, puede que cada átomo.
Y sintió cómo él mismo, desde sus profundidades más recónditas, también se desgarraba.
Media décima de segundo más tarde (también las décimas se habían fragmentado) Elíseo notó cómo una mitad del mundo se alejaba de su otra mitad. Noto cómo una parte de él mismo se distanciaba del resto de su ser, ensanchando la grieta.
La semana que viene no nos vamos de puente. Estibaliz Burgaleta visitará La Buhardilla de Tierra Trivium para hablarnos de su novela Loser, que por estos azares del destino presentó junto a Juanjo Ramírez Mascaró. Y así le damos tiempo a Laura Orens a recomponer a Elíseo después de pasar por las manos de Juanjo.