Esta semana la encargada de continuar el Relato Caleidoscópico es Haizea M. Zubieta autora de la novela Infinitas. Antes de dar paso a su vuelta del caleidoscopio os recuerdo que el hashtag para comentar la entrada de hoy en #RCaleidoscópico25, tanto en el twitter del Grupo Tierra Trivium (@TierraTrivium) como en el Facebook.
Primer Intermedio (Ignacio J. Dufour García)
Elíseo estaba a punto de dormirse cuando una idea cruzó por su mente— si me duermo olvidaré lo poco que recuerdo —hizo todo lo posible por intentar mantenerse despierto sin llegar a conseguirlo.
Se despertó en una habitación deshabitada de paredes que una vez fueron blancas, en las que se intuían las sombras de los antiguos muebles que una vez la poblaron, como los retazos de recuerdos que poblaban su mente de Nuevo Humano.
Las marcas en tobillos y muñecas eran lo único que le podía indicar que el encuentro con 223 había sido en este plano de la realidad, pero justo esa parte del día anterior era la que se había corrompido en la mente de Elíseo.
Recordaba vagamente el despertar del día anterior en la que creía que era su oficina, su vagar por distintos planos de la consciencia sin estar seguro de que había sido realidad y que había sido una ensoñación.
Se levantó y un tintineo le alertó de la caída de lo que tenía en el regazo, eran el bolígrafo y hoja que asía antes de que el sueño le venciese. En el papel se intuían restos de unas palabras, «DOP F/ SU NO?» que no le decían nada.
—Debe haber un problema de circuitos. Esto no está funcionando…
—Sí, pero no entiendo qué puede ser. Hemos revisado todo. Otros han ido bien, pero éste… De repente recuerda algo, lo mezcla con sucesos extraños, viaja a la infancia… Y esa insistente interferencia de deseo sexual con la enfermera…
Entre tanto, Elíseo, aturdido en el nuevo escenario en que se encuentra, observa desconcertado el bolígrafo y el papel recién caídos al suelo. Su cabeza es ahora un remolino de confusión. Algunas ideas vagas le rondan, vienen y van, pero no logra atrapar ninguna.
Al otro lado, mientras le observan a través de una oculta cámara, las dos mujeres continúan la conversación.
—Es comprensible, Mayda. Son cosas que forman parte de su pasado, de fantasías, no sé, juegos infantiles, pesadillas, miedos… Y el deseo erótico es más normal, si cabe. Lo hemos visto ya en otros. Son pensamientos muy arraigados. Tú lo sabes bien, se ha discutido en el equipo, el propio Plan advertía de algo así. La Gran Transformación en Nuevos Humanos no iba a ser tan sencilla.
—Ya… sí… Lo sé, Alene, lo sé. Pero aquí hay algo más. Éste se resiste, cambia con demasiada frecuencia, lucha incluso con cierta conciencia de ello. Es como si no quisiera abandonar su pasado.
En ese momento, Elíseo gritó.
Día 23 (Eva Palomares)
Y Elíseo se escuchó a sí mismo.
Pero él no había abierto la boca para proferir ningún sonido. Los gritos provenían de todas direcciones. Múltiples gargantas de Elíseos invisibles se colaban en su tímpano a través de los muros que delimitaban aquella habitación.
¿Qué era aquello? ¿Una broma macabra? Rápidamente, los ojos de Elíseo recorrieron la estancia en busca de una salida. No la halló. No existía.
Estaba emparedado en aquella habitación. La única pista que podría sacarle de allí pendía de su mano agarrotada. Y estaba tan exaltado que no se dio cuenta de cómo el sudor le corría por la muñeca, humedeciendo el trazo de bolígrafo que, hasta ese momento y, sin que él lo supiera, era su «as en la manga».
Se apoyó en las paredes y escuchó. Ruidos, alguien caminaba. Oía su propia voz al otro lado.
Elíseo se dio cuenta de que estaba en una ratonera de alguna mente psicótica. Allí había otros Elíseos repartidos en dios sabe cuantas habitaciones iguales a la suya.
Se acercó a una de las paredes y la tocó. La pintura rugosa revelaba algo escrito.
Fijó la vista. Un código igual al que se aferraba su mano. Otro, otro, otro más… Aquellos muros estaban repletos de códigos.
Tenía que calmarse y pensar, pero ¿cómo pensar cuando careces de recuerdos? Lo único que tenía en su mente era una amalgama de frames pululando sin ningún sentido. ¿Y si lo que querían en realidad era extirparle algún recuerdo concreto de una vida anterior? Tal vez eso explicara la insistencia de su subconsciente por no recordar. Acaso un día existió otro Elíseo que debía proteger algún tipo de secreto ante cualquier circunstancia. A lo mejor no recordar fuese lo mejor para tal cometido… En cualquier caso, ¿qué sentido tenía eso si por otro lado le privaba de rememorar su pasado y por tanto no reconocerse a sí mismo? La respuesta solo podía ser una: ese recuerdo valía mucho más que su vida.
Recogió el papel del suelo y se fijó de nuevo en esas palabras, tal como si fueran un código: «DOP F/ SU NO?». Parecía una locura, pero ¿qué podía perder? Se acercó a la puerta papel en mano. No se veía cerradura alguna. Mirada baja. «Elíseo, piensa, está todo en tu cabeza». Concentración, gotas de sudor y mirada otra vez a la puerta.
De pronto apareció un teclado alfanumérico incrustado justo a la derecha. Sin más dilación pulsó el código.
La puerta emitió un breve sonido eléctrico y se abrió lentamente.
Día 25 (Haizea M. Zubieta)
Al otro lado de la puerta no se veía más que negro. Negro como lo que Elíseo imaginaba que habría dentro de su cráneo, despojado de recuerdos; negro, pero al fondo, muy al fondo, una luz titilaba.
Elíseo respiró hondo y forzó a sus pies a dar un paso hacia delante.
Luego, otro. Y luego, otro.
Cuando quiso darse cuenta, Elíseo estaba caminando por un pasillo a oscuras.
Con un temblor de la tierra, de las paredes, del suelo, la puerta que se había abierto se cerró detrás de él.
—Ya no hay vuelta atrás —se dijo Elíseo, en un susurro que apenas si podía oír él mismo—. Ya no hay… vuelta atrás.
La oscuridad era absurda, densa, pegajosa; Elíseo miraba hacia abajo y no se veía los pies. Solamente sabía que estaban andando porque escuchaba sus pasos, porque notaba el rozar en los callos, y la luz que había allá lejos se acercaba poco a poco.
Elíseo parpadeó. Se frotó los párpados. Los entrecerró, intentando ver qué era.
La bombilla —o lo que fuera— pareció guiñarle un ojo.
Al cabo de un tiempo que Elíseo no sabía calcular —y aunque hubiera sabido, se le habrían escurrido los segundos de entre los dedos, como agua— llegó a estar justo debajo de la luz.
Era una ventana.
En medio del techo, un ventanuco circular, una claraboya cerrada, le invitaba a contemplar lo que había fuera: un desierto.
La semana que viene habrá una nueva entrada de La Buhardilla de Tierra Trivium y en dos semanas volveremos a tener un nuevo relato de Elíseo de la mano de un nuevo autor.