El Relato Caleidoscópico de Ana Boyero
Séptimo Relato Caleidoscópico de Tierra Trivium
Como os comentaba la semana pasada, por temas de agenda, para abrir boca a la presentación de la novela Luces que parpadean de Juan Manuel Sánchez Moreno alteré la frecuencia de La Buhardilla de Tierra Trivium y El Relato Caleidoscópico. Por ello, hoy nos acompaña Ana Boyero con su aportación a este collage en el que se está convirtiendo está sección. Os invito a comentar la historia e ir proponiendo posibles títulos en el Facebook del Grupo Tierra Trivium, en los comentarios de esta entrada o en twitter con el hashtag #RCaleidoscópico7.
Sin más preámbulos os dejo los enlaces a las anteriores entradas del relato caleidoscópico y el relato de Ana Boyero, que estoy seguro que no os dejará indiferentes.
Día 1 (Ignacio J. Dufour García)
Día 2 (Marta Sánchez Mora)
Día 3 (Rosario Curiel)
Día 4 (Dolores Ordóñez Pérez)
Día 5 (José Jesús García Rueda)
El diario que antes había querido comprar pasó volando frente a él, impulsado por un viento sin aire. Las páginas revoloteaban a su alrededor, como queriendo dejarse atrapar, y Elíseo alargó un brazo y tomó suavemente entre sus dedos una de las hojas. Estaba en blanco.
Entonces todos paramos. Todos nos detuvimos, alfombra, personas, la arteria entera. Y empezamos a movernos hacia atrás, rebobinándonos en el tiempo. Él no, sólo nosotros, todo lo demás. Hasta que volvimos a dejarlo en su oficina, el lugar donde en el principio había abierto los ojos.
Y se vio a sí mismo dormido… No, dormido no, desplomado sobre una tecla Intro de un ordenador. El ordenador que, como antes, no estaba.
—¿Dónde está? —preguntó.
—¿El qué? —respondimos.
Él comenzó a mirar (a escuchar) en todas direcciones.
—¿Quién habla?
—Tú eres el ordenador.
—¿Cómo?
—El ordenador eres tú.
—¿Quiénes sois?
—Los que vivimos en tus circuitos de memoria, aquellos a los que tus algoritmos dan vida.
Se sentó en el suelo, la espalda contra la pared. Su voz apenas formaba sonidos al hablar.
—¿Qué está pasando?
—Eso es lo que debes descubrir.
Sólo entonces se dio cuenta de que el papel seguía entre sus manos. Una frase había aparecido en él: “EL ORDENADOR EN SUEÑOS”.
Día 6 (Ana Vigo)
En el instante en el que Elíseo leyó aquellas palabras, el suelo empezó a temblar, y con él todo a su alrededor. Asustado, quiso huir de nuevo. Con la sacudida, las estanterías habían caído y bloqueado la puerta. Solo le quedaba la ventana como alternativa para salvarse. Era arriesgado, pero más lo era permanecer allí.
Se encaramó al alféizar con el corazón al galope. Era una altura considerable, pero podía hacerlo. Quería vivir, y descubrir el sentido de nuestra revelación, sobre la que apenas había podido reflexionar. Necesitaba entender lo que sucedía, por qué de repente su mundo se había vuelto tan extraño, y sobre todo, recuperar en su memoria los hechos de la tarde anterior.
Respiró hondo un par de veces, y cuando la propia pared a la que se aferraba comenzaba a resquebrajarse, se dio impulso y saltó al vacío.
Elíseo no se estampó contra el suelo. Con los ojos cerrados, escuchó una voz femenina.
—Tranquilo, cariño.
Elíseo abrió los ojos y se encontró suspendido en el aire, en una especie de gravedad cero sobre la que flotaba ligero. Movió las piernas y dio una brazada que hizo que, en las calles, el reguero de ciudadanos y robots se acelerase.
—Debes encontrar a tu hermana. No nos queda mucho tiempo.
Pero Elíseo estaba demasiado fascinado con su repentina capacidad de volar y no hizo preguntas; ser hijo único tampoco ayudó a que se interesase por la orden. Siguió nadando sobre la ciudad, fantaseando con la posibilidad de cruzar la frontera y, por qué no, ver por fin el mar. Pasados diez minutos, distinguió los famosos tanques de zinc de la Fábrica Nacional de Petróleo. En su interior se cocía una pasta oscura y densa sobre la que creyó ver un par de piernas desnudas de mujer que fueron engullidas entre burbujas pastosas. En ese momento, el volumen del altavoz interno de su cabeza se multiplicó por cinco y un coro de treinta voces gritó al unísono:
— Elíseo, no nos jodas.
Y Elíseo comenzó a caer, a plomo.
Rompiendo las pocas leyes de la física que nos quedaban dejamos a Elíseo cayendo en las manos de Juanjo Ramírez Mascaró con los resultados que conoceremos la semana que viene y que a lo mejor pondrá un poco de cordura en está exquisita narración.