El juego de las diferencias


Tal vez recordéis este juego.
Se trata de buscar las diferencias entre estas dos fotografías.
¿Creéis que hay muchas entre estas dos? Pues,la realidad es que no hay tantas.
Me refiero a buscar las diferencias entre los dos personajes centrales de la foto.
Tal vez sus vidas empezasen en un punto diferente y terminasen en un estado igualmente desigual… pero la historia que los unió, es la misma.
Fijaos en el hombre de “las piernas de hierro”, su nombre es Gregory D. Gadson.
El es un héroe de guerra.
Perdió sus piernas en Irak en el verano del 2007, pero, a pesar de haber casi perdido también su vida en aquél ataque, recuperó sus ganas de luchar por una vida digna y productiva.
Desde entonces, ha hecho dos carreras universitarias. En el año 2008, tuvo el honor de ser seleccionado como “ mascota de la suerte” para los Gigantes de Nueva York los cuales fueron “bendecidos” con La copa de La “Super Bowl”.
Aquello le lanzo a la fama y ahora es una estrella de Hollywood que
comparte escena con nada mas y nada menos que Liam Nelson estrella
de la gran pantalla.
Para terminar, si se puede añadir aún más a esto, es la primera persona
en recibir la ultima versión de las Ossur´s Bionic Power Knee, con
las que, posiblemente, se podrá preparar para las Para-olimpiadas.
Ahora, fijaos en la mujer del centro, la del manto verde entre las
dos figuras azules.
Su nombre es Kaled y perdió su pierna cuando caminaba hacia el mercado de Peshawar para comprar la comida de su esposo y sus cuatro hijos.
A Kaled la gustaba levantarse por la mañana muy temprano, antes que las luces del alba tocaran su ventana.
Encendía el fuego del hogar con las cenizas de la noche anterior y preparaba un te verde que endulzaba con un poco de miel, era el mejor momento del día, su “pequeño momento” como lo llamaba ella.
Miraba a las montañas a través de su ventana y soñaba con poder enseñar en la escuela municipal como antes había hecho su madre,
mucho antes de la guerra. Su querida madre… ahora en un recuerdo muy lejano.
Ese silencio, la calma del amanecer dormido, justo antes de empezar la jornada; era la mejor música que se podía escuchar.
Ese silencio, la sabia a paz, esa paz que tanto añoraba.
Aquella mañana se había despertado especialmente calurosa, era el verano del 2007 y los niños no tenían que hacer las lecturas aquel día.
Por ese motivo tenía que salir temprano, por que sabia que ellos
querrían acompañarla al mercado.
Ellos siempre la acompañaban cuando podían, pero ese día, era sábado, el día que traían el pescado fresco, el único de la semana y habría muchos coches.
Kaled amaba sus hijos, eran la razón de su vida, desde que tubo a su primogénito Isaías a sus 12 años. Se caso cuando tenía once con un tío hermano de su padre por orden del consejo, después de que su madre fuese lapidada por quebrar la ley islámica al enseñar en la escuela y querer ser viuda independiente.
Recordemos que antes del régimen Talibán, Afganistán era un país donde las mujeres participaban en el gobierno y hasta eran catedráticas en la universidad… pero eso fue antes de que los intereses de Rusia y Estados unidos se cruzaran en aquella terrible guerra sin fin.
Dijo un sabio una vez, que la historia la escriben los vencedores siempre, digamos que en este caso…. se eligió dejarla en el olvido.
A Kaled el Burka la impedía mucho la visión como podréis imaginaos y la daba mucho miedo perder a uno de sus pequeños de vista en una carretera como esa.
Cuando el gallo rompió aquel silencio rápidamente se puso aquel manto azulado y salió muy despacio para no despertar a nadie, tendría que caminar durante dos horas hasta la ciudad.
Regresaría al medio día y prepararía la sopa de pescado que tanto le gustaba a su marido.
Tal vez aquél día tenía que ser especial.
Tal vez fuese el ruido del coche lo que la obligó a salir a la orilla del camino…. tal vez fuese esa indiferente veladura de araña que siempre cubría sus ojos la que no le avisó de aquél metálico brillo entre las rocas… Tal vez, tenia que ser su destino.
Cuando despertó en el hospital sintió ese dolor ardiente e intenso, como punzadas de cristal roto e incandescente entre sus piernas.
La sangre lo cubría todo, había gente corriendo alrededor suyo pero no podía oírlas. En sus timpanos solo habia un desgarrador chillido como el grito de un tren al frenar sobre sus ruedas de hierro y acero fundido antes de descarrilar.
Cortaron su velo y sus ropas, sin que ella pudiera evitarlo y fue así cuando lo vio.
Era, como un amasijo de carne y huesos quemados entre sus ropas, no tenia piernas y entonces, perdió el conocimiento.
Pudieron pasar horas, la noche estaba encima, tenía que volver a casa con sus niños, intentó levantarse pero una enfermera se lo impidió.
Miró hacia la puerta y cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra de la habitación pudo ver a unos pocos metros de su cama a aquél hombre alto con una bata blanca que hablaba con su marido.
Kaled no podía oír nada, sólo susurros, entonces su esposo negó con la cabeza y se marcho sin ni siquiera mirarla.
El hombre de la bata blanca se giró y la miro con unos ojos serios, muy cansados, casi vacíos, tal vez de ser alimentados con tanta miseria. “Cuando pierdes la esperanza la mirada se te vuelve gris”, la solía decir su madre, “tu nunca dejes que te pase eso”.
La noche se hizo larga y dolorosa, la soledad de la habitación la
Confundía. Como estarían sus pequeños ahora, preguntaba entre el delirio.
A la mañana siguiente, cuando el sueño había cedido nuevamente al intenso dolor, el hombre alto de la bata blanca se la acerco a la cama, tomó una silla y se sentó a su lado y con aire serio y frío la dijo:
– Kaled, te podemos salvar una pierna, pero la otra, hay que amputarla. Tu marido no me da permiso para operarte. Sin él no puedo operarte según la ley ya sabes, pero lo he pensado mucho y lo firmare yo, si tu quieres.
Si tu me das permiso, lo haremos ahora, no podemos esperar más.
Kaled recordó entonces, como en un sueño, lo que su marido le dijo a el hombre de la bata blanca:
– “Sin una pierna no me sirve…. sin una pierna, no.”
Keled era una mujer hermosa, era una mujer fuerte y valiente; como lo fue también su madre.
Ella quería a sus hijos más que a su propia vida. Sabia que si la operaban no los volvería a ver. Sería repudiada de su casa para siempre.
La voz salio de sus labios finos y cenicientos ya por la perdida de tanta sangre, a penas sin fuerza; como un hilo de araña amargo y pegajoso:
– Sin una pierna no soy nada, no podría vivir, no me dejarían ver a mis hijos.
El hombre de la bata blanca la miró con sorpresa y la cogio la mano con mucho cuidado:
_ Pero, podrás sobrevivir, te sobrepondrás, eres joven todavía.
Si no lo hacemos, morirás de gangrena inevitablemente y con unos dolores terribles.
Kaled miró aquellos ojos vacíos con una calma consciente casi compasiva y le respondió con voz firme:
_ Sin una pierna, moriría lentamente, abandonada entre la miseria
y los desprecios. Porfavor, señor, lléveme con mis hijos.
A kaled la recogieron unas mujeres aquel mismo día y se la llevaron en una camilla entre sus ropas ensangrentadas.
Desapareció por las calles de Peshawa camino hacia las colinas una tarde de verano, con la esperanza de llegar a ver sus hijos por ultima vez.
Esa misma tarde, cuando el teniente G. Gadson salía de su vehículo armado, en un reconocimiento rutinario, voló por los aires y perdió sus dos piernas, en esas mismas colinas.
Esas colinas de rocas duras, inmutables y secas; como la mirada de los hombres que las habitan.
Si, hay muchas diferencias entre esas dos fotos, pero la realidad es muy parecida:
El teniente G. Gadson y la hermosa Kaled perdieron sus miembros por los mismos motivos, o tal vez, la misma sinrazón.
El teniente G. Gadson era valiente y decidió luchar por su vida; Kaled con el mismo coraje, eligió morir dignamente.
El teniente Gadson es un héroe de guerra y Kaled, debería ser recordada como tal.
La mujer de la que os hablo, no esta en esa foto por que eligió no estar en ella.
La mujer cuya historia os he contado, no se llama Kaled, por que su nombre se perdió con el registro, en el ataque al Hospital de la Cruz Roja de Peshawa esta primavera.
Pero su historia es real, fue la enfermera que la atendió cuyo nombre tampoco puedo publicar la que me informó de esta y otras terribles historias de aquél hospital ahora ya cerrado por problemas de seguridad.
Cuando la pedí mas información sobre esta mujer, me dijo que no quería recordar más para poder seguir haciendo su trabajo.
“El olvido es la mejor medicina, eso y un buen Ron”, mientras celebrábamos la noche Buena en Katmandu.
Elegí el nombre de Kaled para esta historia por que significa Inmortal.
Hagamos que siga siendo así, inmortal y no olvidada.
De alguna manera, en algún momento, tendremos que amarnos los
seres humanos. Por que todos y cada uno de nosotros, estamos
conectados inevitablemente, de alguna forma u otra.
Sonia Martin Higuera.
Katmandu; Diciembre de 2015