Esta semana nuestra corresponsal en la Luna se ha dado un paseo por un bar y se ha encontrado con un testimonio de un sujeto digno de estudio. Os dejo con Comida con guarnición de Sonsoles Maroto Pérez con Al calor del amor en un bar de Gabinete Galigari como hilo musical, mientras intento digerir que aun hay ese tipo de especímenes en nuestras calles.
COMIDA CON GUARNICIÓN
Spain is different. Por eso es tan difícil aquí comer con una amiga y no estar al corriente de todo lo que se «guisa» en las mesas circundantes. Por mucho que una se esfuerce en hacer oídos sordos. Así fue ayer. Comía en una terraza con Pilar. A pesar de tener la mesa antivírica de por medio, no pudimos obviar la charla machista entre tres colegas, de cincuenta años de media:
—Pues se llamaba María, joder, justo como la que me estaba follando…
—…
—La hostia, qué casualidad.
—Pues sí —como riéndole la gracia.
Seguimos comiendo.
—A mí es que me encantan las tías con las piernas largas. Oye, era mi debilidad ya desde niño.
Estábamos por el café.
—Yo este finde voy a hacer puchero marinero. Con judías, gambas y almejones. Me sale de puta madre —el hombre parece especializado en almejones y piernas largas, y lo suelta a bocajarro, sin que nadie le pregunte.
—Sí que pinta bien. ¿Pero tú cocinas? —A su colega más joven, esta confesión le pilla por completo desprevenido… ¿Por qué será?
—¡No, que va! Sólo estás cosas que me salen bien, cuando me da.
—¿No tienes ayuda en casa?
—Cuando me casé me llevé conmigo a la tata, que cocinaba como dios. Pero, ¿qué creéis?, esta la hartó. Es que no había quien la aguantara.
—¿A tu mujer?
—Sí, a mi ex. Guapísima, pero mandona, mandona… Me vino la tata después de un par de años: «lo siento, Carlos. De verdad que lo he intentado… Pero no puedo más». Se fue. Y no quiero otra.
—Ya, ya… Claro…
Nuestra conversación quedó anegada en las profundas aguas de la charla de la mesa vecina y en la voz de barítono, templada para un escenario mayor, de quien en ella se había adueñado del escenario. Yo, miraba a mi compañera de almuerzo y de reojo a nuestros obligados contertulios: las dos conteníamos la risa y la indignación. Yo me imaginaba a la abnegada tata aguantando dos años a una incorregible pija y dejando al niño de sus ojos convertido en un cincuentón machista. Pensé que de la charla de estos señores saldría un guion inmaculado para una película de Saura. Cuánto le debe el cine a los personajes que caminan cada día por las calles de Madriz.
Y, ¿por qué no? Yo tampoco me excluyo. También tengo mis peculiaridades. Pero procuro confesarlas bajito. ?
Por Sonsoles Maroto Pérez